Lo llamativo y ejemplificador de este caso en la región, es la construcción de una conciencia campesina, que se rescata el valor cultural de la tierra, el papel de las mujeres en el trabajo agrícola, así como las prácticas de seguridad y soberanía alimentaria, cuestiones que combinan con una importante formación política en comercio justo.
Papa, maíz, cebolla, haba, fresa, calabaza, repollo, lechuga, cilantro, perejil… todo lo que se necesita para un almuerzo lo tiene y lo produce en su chacra. Se pueden encontrar, en experiencia descrita, contribuciones concretas al derecho a la alimentación: la disponibilidad de alimentos con base en la productividad sobre terreno; la asequibilidad al articularse con mercados que trabajan el principio del comercio justo; la adecuación, al contribuir a mejorar la calidad de los productos y con ellos la nutrición; la sostenibilidad por garantizar la reproducción de la tierra y la participación de las y los agricultores.
El proceso implementado en iniciativas como esta, muestra una alternativa al modelo agroalimentario del capital. Con el trabajo, que ahora también es visible por parte de los hombres, se reconoce a las mujeres como engranaje de la seguridad alimentaria y como fomento de la soberanía, en la medida que se preocupan por cultivar de manera sana, sin maltratar la tierra y conservando tradiciones de alimentación ancestrales, que les permiten mejorar su calidad de vida y la de su comunidad, a través del principio organizativo de la solidaridad.