El presente de Ticas
Actualmente, las 60 hectáreas que componen el territorio comunitario están destinadas principalmente a ser una reserva forestal[1]. Como dicen Aldo, Mauri y Sol, la idea fundamental viene dada por la noción de “resguardo” de la naturaleza, en la que la llamada “productividad” no juega ningún papel. Hay parte del territorio donde ni siquiera ellos/as entran, porque es sagrado y porque es fundamental proteger la fauna y la flora autóctona, del lugar. El habitar de forma tradicional tiene que ver con eso, no invadir espacios que terminen generando la destrucción del monte.
Otra parte del territorio está en vías de reforestación, tarea que incluye la erradicación de árboles exóticos[2], y también se dedican a la plantación de árboles frutales que intercambian y venden para garantizar su subsistencia. El control de exóticas es particularmente importante para la preservación del monte porque, como señala Aldo, tienen un “comportamiento (…) absolutamente invasivo; y después, a diferencia de los árboles del monte, toman el agua de la superficie de la tierra, no como los árboles del monte que tienen raíces muy profundas y bombean el agua de abajo hacia arriba, digamos, hacia las napas de arriba”, lo cual termina matando al monte, a su flora y fauna y generando catástrofes ambientales ya conocidas en las serranías cordobesas. Además, la madera que extraen de las exóticas es utilizada para la construcción como así también para leña, evitando así sacar del monte, e incluso la comparten con los vecinos para que no compren leña porque “esa que compran es del desmonte”.
Por último, hay otra parte que es destinada al uso comunitario y compartido, quedando abierto a todos/as aquellos/as que quieran participar o aportar a la comunidad. En este sentido, en los últimos años se han propuesto la construcción de espacios comunitarios, viviendas para quienes residen en el lugar y huertas para auto-consumo. Todas estas actividades son concebidas como parte de un proceso permanente en el que no hay principio ni fin, sino un movimiento circular capaz de sustraerse a la linealidad de la temporalidad occidental y que ellos/as sintetizan con la frase: “construir construyéndonos”.
Mención especial merece el papel que el trabajo de la tierra para la comunidad: aquí hay una apuesta a la producción agrícola como camino a la autonomía: “autonomía alimenticia pero también autonomía económica y si se quiere también política, es decir, nosotros definimos nuestras propias políticas de subsistencia ¿no? O por lo menos lo intentamos”, cuenta Aldo. En este sentido, en los últimos años se han dedicado a producir parte de los alimentos que consumen, como así también plantar especies nativas, con fines alimenticios y medicinales, recuperando y fortaleciendo los saberes ancestrales.
Asimismo, la forma de producción es fundamentalmente libre de tóxicos y lo más orgánica posible. De allí que apuntan formas de fertilizar la tierra de manera natural, por ejemplo, a partir del lombricompuesto que, además de favorecer la producción “sana” de la tierra, también les ha permitido trabajar con los/las vecinos/as del barrio: “incluye, digamos, trabajar con el barrio juntos, por ejemplo, el material orgánico en distintos lugares y se lleva para hacer el…alimentar las lombrices. Y a la vez también hacemos intercambio de árboles o de plantas con esa gente que nos da el orgánico”.
Ahora bien, aunque se apuesta a dicha autonomía productiva, orientada al auto-sustento como así también al intercambio y a la comercialización (lo que implica una escala mayor), hay una limitante que es la falta de agua: “consumimos agua de una vertiente pero también es una única vertiente que hay en todo el territorio entonces tampoco tiene…en el caso de que quisiera habitarse más, eso también es una limitancia, digamos, como el agua potable. Y a la vez el arroyo que va por el costado del territorio también es un arroyo pequeño que, por ejemplo, en épocas de secas no llega abajo al pueblo, eh, por el mismo uso, digamos (…) no nuestro (…) sino de otros vecinos que lo usan de manera desmedida”.
Ante la escasez de agua apuestan fundamentalmente a la cosecha de agua de lluvia y a la construcción de cisternas, pero aun así no es suficiente para una producción a gran escala. Asimismo el agua de red no es potable ya que está muy contaminada y además el precio para la conexión es muy elevado, como así también el costo de una perforación.
Además plantean que por parte de los municipios no hay ningún proyecto o programa que controle el uso de ese bien común: “acá particularmente se saca agua del rio y tampoco es que se hace algo medido, algo limitado, nada, o sea, no tiene control entonces también es como colaborar a ese uso indiscriminado de los recursos naturales en el mismo lugar digamos”. Es por ello que deciden construir sus propias formas de abastecimiento de agua. Lo mismo sucede con la electricidad; en este sentido afirman que es también una elección: “es parte de la búsqueda de autonomía: la luz que tengamos va a ser nuestra, el agua que tengamos va a ser nuestra; pero no en el sentido de la propiedad ¿no? Si no, bueno, porque queremos elegir nuestra forma de vida y nuestras decisiones que sean así libres ¿no?”. Aunque eso deba ser a paso lento, pero firme.
La apertura de la comunidad
Una particularidad del territorio es la apertura. Como hemos venido relatando, la recuperación de la identidad a través del monte y la puesta en práctica/valor de los saberes ancestrales de la comunidad se ubica entre sus objetivos principales. “Plantando nos plantamos” es una de las consignas que ellos/as enarbolan para graficar que el cuidado del monte hace parte de la afirmación de su identidad como sacate[3], como pueblo.
En ese sentido, ya vimos que estar en el territorio y respetarlo, buscando ocasionar en él el menor impacto posible, es un elemento fundamental de la forma en la que los/as ticas conciben la comunidad. Pero también lo es el comprender que el territorio no les pertenece en forma individual, por lo que siempre está abierto a todos/as aquellos/as amigos/as y compañeros/as que quieran sumarse, sabiendo que cada quien tendrá distintos roles y niveles de actividad.
En ese sentido, el espacio comunitario al que hacíamos mención está pensado como “aulas-talleres”, siendo el objetivo fundamental la transmisión de los conocimientos ancestrales. De allí que se ha venido trabajando con instituciones educativas, desde jardines de infantes hasta la universidad, pasando por todos los niveles escolares; y actualmente se apunta fuertemente al trabajo con los/as vecinos/as de la zona que quieran compartir herramientas, experiencias, y saberes, y aportar desde su lugar al desarrollo territorio: “más allá de este rescate, de la vida comunitaria, queremos ir más allá y compartirlo y que no quede únicamente en los miembros de la comunidad sino en todo los que de alguna forma podamos adherir a esta forma de pensar y de estar”.
A modo de cierre, esto que venimos relatando es parte del trabajo que la comunidad Ticas teje hacia adentro, aunque también se proyectan hacia un afuera en el que ubican las relaciones que mantienen con el Estado. A éste le reclaman ser reconocidos/as como ciudadanos/as con derecho a la cultura, a la tierra y a la identidad, en suma, como una porción más de la diversidad que habita el territorio nacional.
“¡QUE TODOS MARCHEMOS JUNTOS!
¡QUE NADIE SE QUEDE ATRÁS!
¡QUE A NADIE LE FALTE NADA!
¡QUE TODOS TENGAMOS TODO!”
(Moreno, 2011: 58)
[1] Es importante recordar que la región en la que se encuentra ubicada la comunidad Ticas ha sido categorizada como zona roja por el sistema de protección de bosques. Ello significa que no es posible realizar ningún tipo de actividad que altere o perjudique el bosque nativo.
[2] En dicha zona abunda fundamentalmente el Acacio Negro.
[3] Si bien sacate es traducido como pueblo, para los/as ticas, el vocablo en español no logra captar la densidad que la palabra tiene en lenguaje nativo.