Los argentinos venimos de los barcos
Como observa Trinchero (2010), la historia oficial de la República Argentina es la de una nación “sin indios”, o bien, la de un país de pueblos trasplantados que descendieron de los barcos. En otras palabras, lo que decimos –en línea con lo presentado en el apartado anterior- es que bajo el sistema de representaciones que se construyó históricamente en torno a la identidad nacional, los pueblos indígenas no revisten ninguna entidad.
El principal efecto de dicha narrativa es desconocer y mantener oculto el proceso de conquista y de apropiación territorial llevado adelante por parte del Estado y distintos agentes privados desde tiempos inmemoriales y que continúa en el presente. Como señala la propia comunidad Ticas, “sólo se entiende la invisibilización étnica desde el concepto de blanquitud y cultura homogénea que persiste en el país” (Moreno, 2011, p. 38)[1].
Si prestamos atención a la información historiográfica disponible[2], la situación argentina –por su particular ubicación geopolítica y por revistar un rol marginal en el contexto colonial- fue distinta a la del resto de América Latina. Esto es así ya que, durante el período de la conquista, buena parte de los territorios habitados por poblaciones indígenas no fueron ocupados por los españoles, generándose entre éstos y las naciones indígenas un conjunto de pactos y acuerdos para garantizar los objetivos económicos perseguidos por España.
Esta relativa situación de paz y de reconocimiento fue violentamente interrumpida hacia mediados del siglo XIX, durante el período de formación del Estado nacional, cuando la política hacia los pueblos originarios fue la de negarles su condición de ciudadanos[3]. Tal período coincide a su vez con la incorporación de la pampa húmeda al proceso de producción de alimentos para el mercado mundial. Entonces, se hacía necesaria la expansión de la frontera productiva hacia los territorios habitados por pueblos indígenas, lo que la historia “oficial” denominó como la conquista del desierto.
La campaña militar culminó en 1885 y en 1887, por medio de una ley nacional[4] el país se declara libre de indígenas[5]. En la provincia de Córdoba, el entonces gobernador Ambrosio Olmos, adhiere a la ley nacional decretando la desaparición de los tres pueblos que habitaban la provincia, Comechingón, Sanavirón y Ranquel; Aldo[6] dice al respecto: “nosotros como pueblo desaparecimos por decreto [pero] un decreto no borra un pueblo ni una cultura”. De este modo, se inicia una política genocida para las poblaciones nativas, quienes deberán esperar más de un siglo para que comiencen a revertirse algunos de sus ominosos efectos.
Será a fines del siglo XX cuando el Estado argentino tome la decisión de visibilizar lo que había permanecido sojuzgado y oculto durante tanto tiempo. La reforma constitucional implementada en 1994 reconocerá la preexistencia de las comunidades indígenas y se impondrá oficialmente el criterio del auto-reconocimiento para la definición de lo indígena[7]. Es así que el censo del año 2001 entrevistará a la población indígena residente en el medio rural y urbano desde la pauta del auto-reconocimiento[8]. Sin embargo, Aldo y Sol[9] nos advierten que allí encontramos dos detalles: “uno era que como habían mencionado antes, Olmos decreta y hace desaparecer a los pueblos de Córdoba, por lo tanto, en la lista no estaban los pueblos, no figuraban como pueblos vivos así que no estaban (…) los tres pueblos de Córdoba. Y el segundo era que la pregunta solo fue incorporada a las zonas rurales, no a las grandes ciudades”. Y explican que, debido a esto último, los auto-reconocidos agregaron de manera manuscrita al pueblo comechingón reconociéndose más de 5.500 familias en Córdoba”.
En el caso de Córdoba, en el censo del año 2010, 51.142 personas dijeron tener algún linaje indígena. En este sentido, es particularmente interesante un estudio científico realizado por el Museo de Antropología de la Universidad Nacional de Córdoba que develó que 69% de las personas que ofrecieron voluntariamente su material genético poseen sangre de origen amerindio por parte de madre[10]. Estos datos nos muestran que la narrativa de un país sin indios fue una potente operación realizada por las élites para construir una nación con una base (supuestamente) homogénea y tener la legitimación para avanzar sobre territorios supuestamente “vacíos y desiertos” de presencia humana.
Pese al consenso que existe en el ámbito académico acerca del criterio del auto-reconocimiento para la definición de lo indígena y a su recepción en distintas normativas internacionales y nacionales, persiste cierto sentido común que asocia lo indígena con una idea de pureza (racial y cultural) y atraso temporal. Bajo este imaginario, sólo se puede ser indígena si se responde a un estereotipo de indio “pre-moderno”, sino es así, difícilmente se puede adscribir a la categoría válidamente. Como nos dice Aldo de la comunidad Ticas: “Si alguien es indio tiene que andar en taparrabos, tiene que ser pobre, andar descalzo, etc. sino no se es indio”. Sin embargo, las ideas de pureza con las que se intenta medir lo étnico desconoce, una vez más, el enorme grado de mestizaje que existe entre los pueblos y que, al fin y al cabo, todos/as somos una mezcla entre distintos elementos que habitan en nosotros/as con distintos grados de contradicción[11].
Si bien no cabe duda de que “somos una mixtura”, existe una tendencia a valorizar lo europeo por sobre lo nativo. Como apunta Mauricio[12], “reconocemos la parte europea, pero siempre nos cuesta reconocer lo ancestral”. Tal es así que nos encontramos con muchas personas que no quieren reconocerse como descendientes de los pueblos indígenas, principalmente por vergüenza, lo que encuentra su justificación en la importante discriminación que aún se mantiene contra estas poblaciones.
La historia de Ticas
La comunidad Ticas, perteneciente al pueblo comechingón, es originaria del departamento Minas, ubicado al noroeste de la provincia de Córdoba. De acuerdo al relato de los/as Ticas, en el año 1700 aproximadamente se hizo una reducción de indios que desplazó a la comunidad de su territorio de origen. En ese entonces, las reducciones de indios reemplazaron a la figura de la encomienda; en palabras de Aldo: “como las encomiendas prohibían a los encomenderos tener sus territorios cerca de una comunidad, no menos de quince leguas (…) entonces buscan otra forma: ‘sacamos los indios y ahí de paso se refuerzan algunos…’ ahí en el Quisquisacate (…) ahí había un fuerte, que eran como los fuertes, los fuertes, digo la parte civilizada y la parte indígena más allá, pero utilizan a los mismos indios para defender esos fuertes. Es más, usan a los indios castigados y los llevan, en la zona de Rio Cuarto y todo eso, figuran mucho…mucha gente de esta zona castigada allá, especialmente ‘mujeres de malvivir’”.
De allí que Ticas es reducido a lo que se conoce como el Quisquisacate[13], del cual forma parte el territorio de la actual localidad de Bialet Massé. Desde ese tiempo este fue uno de los sitio de emplazamiento de la comunidad[14]. Como se trató de un lugar al que llegaron como consecuencia de una reducción, los habitantes de la comunidad sintieron durante mucho tiempo que el lugar no les era propio, pese a que es posible demostrar la posesión ancestral sobre el territorio. Así lo relata Aldo cuando dice “acá quedamos, pero siempre como de prestados”. Con ello quieren decir que “no se estaba como dueño de la tierra sino como arrendatario, como de prestado, como medieros u otras formas”.
En el contexto nacional, una de las particularidades de la provincia de Córdoba es que se erigió en el tiempo de la colonia como un bastión de la religión cristiana y de la educación europea. De esas características provienen los apelativos con los que es conocida la ciudad capital, a la que se llama coloquialmente como la “Docta” –en referencia a la segunda universidad más antigua del sur del continente, fundada en 1613- y también como la “ciudad de las campanas” –en alusión a los campanarios de las iglesias.
Precisamente por estas notas es que el proceso de aculturación y de etnocidio fue muy fuerte. Según cuenta Aldo, los rasgos fisonómicos de los/as comechingones eran muy parecidos al de los/as españoles, por lo que hubo un proceso de confusión entre ellos que dificultó el proceso de identificación cultural.
Tuvo que correr mucha agua bajo el puente para que, en el marco de la reemergencia de identidades indígenas que se dio a fines del siglo pasado, los/as ticas se decidieran a luchar por el reconocimiento de la comunidad. El año 2009 logran que sea reconocida por el Estado argentino por medio del otorgamiento de la personería jurídica.
Ellos/as dicen que el 3 de abril de 2009 re-emerge el pueblo comechingón al reconocerse como una “etnia viva”. Meses después es reconocida la comunidad Taku Kuntur (en el lenguaje nativo significa: algarrobo y cóndor, que son los símbolos sagrados) en la localidad de San Marcos Sierras. Con el tiempo llegarían otras conquistas, como la creación del Consejo de Participación Indígena[15]. Para los miembros de la comunidad, todas estas conquistas provienen del proceso de organización y resistencia de los pueblos, por lo que lejos están de considerarlas como concesiones voluntarias de los/as gobernantes de turno. Lo más importante, en este sentido, es la preservación de los territorios y la recuperación cultural del pueblo comechingón.
En este sentido, el reconocimiento de la comunidad marca un antes y un después para los tres pueblos que habitan la provincia de Córdoba “no porque (…) el reconocimiento del estado sea una condición para la existencia de un pueblo” (el estado no crea si no que reconoce, insisten) sino como “hecho reivindicativo” y “saneamiento histórico”. Aldo nos cuenta que “ese fue el planteo cuando hablábamos con los abuelos y los chicos y eso, decir: ahora que podemos decir quiénes somos, lo digamos (…) vivíamos en una historia mentirosa y tenemos que sacarla no, o sea, no hemos desaparecido”.
Asimismo, en todo este proceso de auto-reconocimiento y de lucha reivindicatoria, la comunidad asume una forma de organización tradicional donde la figura del Naguan es la de representante; pero éste no es una autoridad de privilegio sino que es quien refleja lo que dice/piensa la comunidad. Dicho representante es consensuado y es, por lo general, la persona de mayor edad[16]. Todos los años hay una consulta a la comunidad donde se evalúa si éste ha cumplido con todos los objetivos de la comunidad, y en base a eso se lo reelige o no, pero no es una cuestión vitalicia. Por otro lado, toda la organización de la comunidad está condensada en un Consejo de Familias donde están representados los tres territorios que habita. A través del mismo todos los miembros pueden expresarse, todos tienen voz, pero quienes tienen voto son quienes integran ese consejo.
La relación con la naturaleza y el territorio
Un elemento clave para comprender la cosmovisión de la comunidad es aproximarse al concepto que tienen sobre el territorio y, desde allí, al modo en que perciben y se relacionan con la naturaleza.
En primer lugar, ellos/as afirman que la tierra no es lo mismo que el territorio: “nosotros/as no hablamos de tierras, sino de territorios, porque el territorio es más que la tierra”. Éste último debe ser comprendido como un hábitat, como aquella trama indivisa donde todos los seres vivos habitamos[17]. Se trata de un espacio de manifestación de la vida que marca la subsistencia de los pueblos. Al respecto, Aldo nos comparte la siguiente definición:
El territorio es el espacio que los pueblos indígenas comparten con los demás seres vivos en una relación directa como garantía de autosostenibilidad mutua, de libertad incondicional para la manifestación de sus espiritualidades y culturas. Es el espacio vital del desarrollo y del ejercicio de sus derechos colectivos, sus autonomías y actividades para procurar libremente su sostenibilidad económica, social, cultural y política (Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la Nación, 2015: 21-22)
Dicha conceptualización les permite tomar distancia de una visión fuertemente antropocéntrica en la que la tierra es valorada en términos de bien económico y/o mercancía, susceptible de intercambiarse como cualquier otro bien en el marco de un sistema capitalista. Desde su visión, el ser humano no está por encima de la naturaleza, sino que se inclina por una perspectiva biocéntrica que sostiene, como ellos/as mismos afirman, que todos/as: “somos parte de la naturaleza y somos dependientes de la naturaleza”.
Los/as ticas toman como uno de sus objetivos principales la defensa de su territorio, del cual se consideran guardianes. Esta defensa requiere de una presencia constante y sostenida en el tiempo. Proteger el territorio es parte de la tarea de conservación del mundo natural que les ha sido legada y transmitida por sus antecesores y una herramienta indispensable para afianzar el auto-sostenimiento económico, social y cultural.
Bajo el paradigma que los/as ticas defienden no existe la propiedad individual, sino que cada uno es dueño de todo, y lo es, por el hecho de pertenecer a la comunidad. De este modo, el derecho individual deviene del derecho colectivo. Resulta importante enfatizar nuevamente que para los pueblos indígenas, la relación con la tierra es de pertenencia (no de dominio) y de parentesco, como ellos/as dicen: “nosotros/as no nos consideramos dueños/as; hay una pertenencia”, “nosotros/as concebimos todo a través de lo comunitario”. Estas ideas contrastan fuertemente con los derechos de propiedad hegemónicos que son concebidos en términos individuales, lo cual para los/as ticas, termina cimentando una sociedad individualista[18].
Teniendo en cuenta estos aspectos no es muy difícil entender que los/as indios/as sean vistos –como señala Aldo- como un obstáculo para occidente por manifestarse en contra de la devastación y la cosificación de la naturaleza. Él mismo agrega: “como los gobiernos generalmente responden también a estos intereses económicos, somos un obstáculo para los gobernantes”.
[1] Esta concepción es la que subyace, tal y como nos relatan los/as Ticas, en el texto de la constitución del año 1853 el cual “se refiere hacia los indios únicamente para civilizarlos y para evangelizarlos”.
[2] Seguimos en este punto el ya citado trabajo de Trinchero (2010).
[3] Al decir de Aldo: “Las cuestiones históricas del reconocimiento de la corona, que si tiene un reconocimiento hacia…o por lo menos hay mínimamente algunas leyes dentro de la colonización. Después, cuando entra el Estado hay un desconocimiento absoluto de los pueblos”
[4] Se trató de la Ley Nacional Nº 1964.
[5] Sólo el primer Censo Nacional de Población realizado en 1869 durante la presidencia de Domingo F. Sarmiento contenía datos sobre la población indígena. Los censos que se realizaron posteriormente omitieron toda información sobre estos pueblos, desapareciendo como categoría censal (Trinchero, 2010).
[6] Naguan de la comunidad Ticas.
[7] Como antecedentes a dichas reforma se encuentran la ley 23.302 del año 1985 y el convenio 169 con la OIT.
[8] Este censo arrojó una cifra de 1.117.746 indígenas, de los cuales 554.127 son varones y 563.619 son mujeres. En el año 2010 la población que se auto-reconoció como indígena alcanzó el número de 955.032 personas.
[9] Integrante de la comunidad Ticas.
[10]El restante 31% resultó ser 7% de origen africano y 24% de origen europeo. Fuente: https://www.lavoz.com.ar/ciudadanos/con-el-aporte-de-voluntarios-estudian-los-genes-cordobeses (La Voz del Interior, nota del 24/08/2013. Acceso el 15/01/2019).
[11] La noción de lo ch’ixi propuesta por Silvia Rivera Cusicanqui nos parece en este punto muy sugerente. Tal noción “equivale a la de ‘sociedad abigarrada’ de Zavaleta, y plantea la coexistencia en paralelo de múltiples diferencias culturales que no se funden, sino que antagonizan o se complementan. Cada una se reproduce a sí misma desde la profundidad del pasado y se relaciona con las otras de forma contenciosa” (2010:70).
[12] Miembro de la comunidad Ticas.
[13] Quisquisacate quiere decir “pueblo de las tunas”.
[14] Es importante aclarar que el territorio de Bialet Massé es uno de los tres territorios base de la comunidad, no así el único. Los otros dos territorios habitados por la misma son el de Traslasierra y el de Cabalango, que tienen asimismo sus particularidades; no obstante, en el presente artículo nos centramos en el territorio de Bialet Massé.
[15] Creado por Resolución INAI N° 152/04.
[16] Actualmente es Aldo el naguan de la comunidad que, si bien no es el mayor de todos los miembros, si lo es de los miembros activos.
[17] De acuerdo al Convenio 169 de la OIT, el territorio implica la totalidad del hábitat que los pueblos ocupan o utilizan de alguna manera.
[18] Esto no implica, desde su visión, negar lo individual/individuo: “nosotros, por ejemplo (…) dentro de la comunidad lo individual no es que desaparezca, al contrario, se potencia lo individual, pero no el individualismo que es distinto. El individualismo te divide, es decir…el individuo es parte de esa forma, eh…bueno, de concebirnos distintos todos ¿no? De la diversidad”.