En lo que respecta al avance en la gestión de la tierra y el territorio, se pueden señalar algunos cambios significativos en estrecha relación con las estrategias de resistencia. La familia de María montó y sostiene un camping con la intención de generar un espacio de convivencia con la naturaleza, a pesar del hostigamiento constante por parte de los privados que han construido en la zona, que bloquean el paso a los proveedores y arrancan la señalización que da cuenta a los turistas de la existencia del lugar. Este proyecto, cuenta la Werken, busca que los/as visitantes puedan disfrutar del hermoso lago, ser conscientes de que se es con los/as otros/as y con la naturaleza y por ende deben cuidarla, para garantizar vida a las generaciones futuras.
A nivel productivo, tuvieron que generar cambios que fueran funcionales a la situación de asedio permanente, y en lugar de continuar con la cría de animales chicos se abocaron al cuidado de animales grandes, sobre todo de ganado vacuno para consumo familiar (carne, leche y cuero). Cuenta María “mucho de nuestro ganado no los mataron, o robaron, además hay mucho perrerío”, es decir, que entrenan a sus perros para matar al ganado. Además mantienen una pequeña huerta para autoconsumo, y María produce ocasionalmente pan para vender a quienes visitan el camping.
María vive en estrecha relación con el territorio que habita, su vínculo con éste va desde un aspecto material a un plano espiritual y cultural. La tierra es la base material para la propia subsistencia, la de su familia y la de sus animales, pero también es el piso del que parte la conciencia de la necesidad de conservación del medio como parte de uno mismo, de la cultura del Pueblo Mapuce. Es por todo esto que podemos sostener que la resistencia se da en varios planos, en lo legal, lo territorial, lo político y también en lo cultural y espiritual. El territorio es mucho más que la tierra, implica una relación estrecha con los saberes ancestrales, con las formas de organización y vinculación con los otros y con la naturaleza, concibiendo a esta última como un todo vivo, sabio, sanador.
María es sanadora, cura enfermedades a través de una combinación de medicina natural y tiempo, y manifiesta que le gustaría ir más allá y construir un albergue espiritual para que la gente pueda rehabilitarse en la naturaleza y que además sirva para “poder trasmitir parte de la cultura y contar la experiencia de la lucha”. Además piensa seguir fortaleciendo a las próximas generaciones en materia de medicina ancestral. “Mis hijos van a seguir la lucha por conservar lo poco que salvamos”, nos dice. Su tarea, considera, es consolidar varias generaciones conscientes de la importancia de conservar la naturaleza e iniciarles en el conocimiento de los saberes ancestrales en relación a las plantas medicinales: “acá ya hay dos niños formados en medicina natural mapuce, son conscientes de que es ahí donde se encuentra la fuente de la vida, porque allí es donde se encuentran las medicinas para curar. Y nosotros vamos a curar no solo a indígenas sino también a todo el que respete la naturaleza”.