Anthony Alvez y su hija Agustina, en las cercanías de Picada de Oribe, embalse del Rincón del Bonete, 2014.
En el Uruguay, la pesca artesanal cuenta con unas 662 embarcaciones, ocupando unas 1.786 personas según los últimos datos oficiales, siendo la zafralidad y la precariedad en el desempeño de la pesca, la informalidad de las relaciones laborales y la alta dependencia de la figura del acopiador o intermediario las características distintivas del sub-sector “artesanal”. Existe una gran diferencia de los pescadores artesanales de mar (Río de la plata y Océano atlántico) y los de aguas continentales (del Río Uruguay, Río Negro, Laguna Merín, entre otros). En la pesca artesanal interior, la escala de capturas es menor y generalmente el pescador es un trabajador independiente sin empleados (aunque existen algunas excepciones), mientras que en la pesca artesanal de mar se utilizan embarcaciones más grandes, se cargan más capturas, los titulares están más capitalizados y contratan mayores jornales de mano de obra.
Varios de los pescadores artesanales de Rincón del Bonete, Baygorria y Palmar ven a la pesca artesanal como una forma de vida “libre”, del empleo asalariado y en contacto con la naturaleza.
Yo cuando vine (en 1999), vine de Soriano a San Gregorio, vine con una mano atrás y otra adelante, vine sin nada. […] Me crié pescando, me crié en la orilla del agua allá, en Colonia Concordia (sobre el Río Uruguay), me crié pescando allá y por eso sé lo que es el agua de allá, pero la pesca era más como supervivencia era muy poco lo que se vendía, y siempre soñé con vivir a lo indio de la caza y de la pesca, pero de la caza no vivo pero de la pesca sí, gracias a Dios, y hago lo que me gusta […] El finado padre era montaraz y carrero, quemaba hornos de carbón, y bueno tropero, criado en los montes, en el campo.[..] Se pescaba con espinel, se usaban como 300 o 400 anzuelos, se quedaba en el medio del río como a 13, 14 kilómetros de la costa en el Río Uruguay, en Colonia Concordia ahí nos criamos desde gurises, por eso es que siempre me gustó el agua, me crié al lado del agua. […] Con una lanchita echa de tanques con 200 anzuelos aparecí acá a San Gregorio, y ahí empecé a remar y a remar, y a tratar de hacer equipo de a poco, y ahí estoy en la posición que estoy, ahora gracias a Dios tengo motores, embarcaciones, y hago todo yo, las embarcaciones las hago yo. Y no va mal, lo único, que me trancaron eso los papeles que me extraviaron” (Luis Toral, 53 años, julio de 2019).
En el embalse del Rincón del Bonete se encuentran registradas actualmente 53 familias pescadoras, mientras que en el embalse de Baygorria (Zona H de pesca) existen 8 embarcaciones de familias que cuentan con la captura de la pesca artesanal como principal ingreso (pese a que existen apenas dos registros formales), muchas de ellas viven bajo la línea de pobreza y presentan necesidades básicas insatisfechas. Finalmente en la Zona G de pesca, ya en el curso inferior del Río que abarca el embalse de Palmar, hay 12 permisos de pesca artesanal registrados, sin embargo solo dos pescadores viven en el Departamento de Tacuarembó.
“Como verán los pescadores no tenemos apoyo, no tenemos ayuda, no tenemos nada, es decir, nadie nos respalda, no tenemos gremio, no tenemos nada, nos tenemos que defender por nuestros propios medios.” [...] “Cuando pescamos tenemos que vivir al lado de nuestras redes, es una situación crítica en la zona G. El pescado nos paga unas chirolas, porque nosotros lo vendemos a 30$, porque con 30 pesos no compramos un litro de leche para las criaturas. Tampoco tenemos quien reclame esos 30 pesos (Palabras de Marta Monzón en el campamento de la pesca artesanal quien toma el micrófono en la fotografía, Paso de los Toros, noviembre de 2019)
Si bien existen algunos pescadores que viven “acampados”, en los tres embalses tienen mayoritariamente residencia urbana. Ni en San Gregorio de Polanco (que cuenta 3.722 habitantes), ni en Paso de los Toros (13 mil habitantes) forman asentamientos o comunidades de pescadores separadas, sino que residen en diversos barrios populares, por lo que su apropiación del “embalse” como territorio en disputa se da mayoritariamente en términos de actividad económica pero no de residencia.
Las pocas mujeres que pescan, generalmente lo hacen en compañía de sus esposos, aunque dominen el oficio por sí mismas. Los pescadores se trasladan en motocicletas o vehículos hasta la costa del Río, para lo cual solicitan permiso a los dueños de los campos. De allí navegan en sus embarcaciones con pequeños motores fuera de borda (de una potencia entre 5 y 40 HP) hasta sus campamentos. Acampan en el monte, en islas o en la orilla del agua durante 3 o 4 días a la semana en un radio de 150 kilómetros de sus hogares, y según la época del año realizan la pesca con redes (“trasmallos”) o con anzuelos (llamados palangres o “espineles en profundidad”).
Cuando se recogen las capturas, se comienza a “descamar”, eviscerar, enhielar, filetear para luego remitir el pescado al lugar acordado con el intermediario. A su regreso al pueblo terminan de “filetear” y de colocar el pescado a través de la venta directa en circuitos cortos de comercialización o de acopiarlo para el consumo doméstico, para volver a salir al Río si el clima lo permite.
(...)