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Ruth Buendía y los Ashaninkas del río Ene: sobrevivir entre dos fuegos

Características demográficas y culturales de la población

Diversos estudios refieren la presencia de pueblos de la familia Arawak en la Amazonía peruana desde hace más de tres mil años. Los antepasados de los Ashaninkas debieron llegar desde el norte amazónico hacia las tierras aluviales del río Ucayali luego de ser desplazados de sus territorios originales por grupos humanos más belicosos.

En la llamada Selva Central conforman la familia etno-lingüística Arawak: Ashaninkas, Yaneshas, Yines y Machiguengas.

Instalados en la Selva Central del Perú, una extensa región que comprende las actuales provincias de Satipo y Chanchamayo, en el departamento de Junín; Oxapampa, en el departamento de Pasco y la zona del Gran Pajonal, en el departamento de Ucayali, el pueblo Ashaninka se vinculó con otros pueblos amazónicos a partir del intercambio de bienes muy apreciados como la sal, un insumo vital para la sobrevivencia de los grupos indígenas que era obtenido en el llamado Cerro de la Sal.

El Cerro de la Sal se convirtió en territorio sagrado para los Ashaninkas, quienes históricamente han sabido utilizar este espacio ceremonial para tejer importantes redes sociales entre las familias de la nación en formación e incrementar el prestigio de sus miembros en la Amazonía central del Perú.

Los hallazgos de hachas de bronce en el territorio ancestral del pueblo Ashaninka, permiten aseverar que mantuvieron relaciones de intercambio con poblaciones andinas desde épocas anteriores al dominio incaico. Los estudios del prestigioso arqueólogo estadounidense Donald Lathrap han determinado que las culturas de la selva tropical contribuyeron al desarrollo de las grandes civilizaciones andinas mucho más de lo que se había considerado.

Posiblemente los Ashaninkas intercambiaban con los pueblos andinos del otro lado de la cordillera plumas, plantas medicinales, madera y carne de mamíferos. De las civilizaciones andinas recibieron a cambio herramientas elaboradas con metales desconocidos para ellos.

En tiempos de los Incas este intercambio se intensificó notablemente favoreciendo el desarrollo de los grupos Ashaninkas instalados en una frontera que permitía una fluidez comercial y cultural muy significativa. Algunos autores afirman que militares Ashaninkas ocuparon puestos de importancia en el poderosos ejército Inca.

Un siglo después de producida la conquista del Perú, hacia el año 1635, se inicia formalmente el proceso de evangelización de los pueblos Arawak de la Selva Central a manos de los sacerdotes dominicos y franciscanos quienes ingresaron al territorio ancestral de los Ashaninkas desde las ciudades de Tarma, La Merced y Satipo.

 

 

 

 Catarata Tsiapo, Reserva Comunal Asháninka.

Fuente: Eco - Asháninka

 

Hacia 1675 se podían contar 38 misiones católicas en tierras de los Ashaninkas y Yaneshas del departamento de Junín. En el año 1725, los sacerdotes franciscanos a cargo de la labor misional en la Selva Alta fundan el Convento de Ocopa, uno de los centros de evangelización más importante en tiempos de la Colonia.

Esta primera ocupación occidental produjo una gran mortandad en el pueblo Ashaninka debido principalmente al impacto negativo de las enfermedades traídas por los colonizadores. El vínculo entre las poblaciones indígenas y los curas doctrineros fue tenso y por momentos de franco enfrentamiento. Los misioneros que arribaron a la Selva Central trataron de agrupar a los regnícolas en reducciones donde eran obligados a dejar de lado sus tradiciones y medios de vida consuetudinarios para adaptarse a un sistema económico y social que recusaban.

Hacia mediados del siglo XVIII la situación se volvió insostenible. En 1742 un indígena de origen quechua nacido en el Cusco y educado dentro de la propia iglesia católica, que se hizo llamar Juan Santos Atahualpa en alusión al inca asesinado por Francisco Pizarro en los sucesos de Cajamarca, se puso al frente de una rebelión anti-colonial en la Selva Central de características inusuales.

Alzado en armas contra los misioneros y españoles asentados en la región, Juan Santos Atahualpa logró unificar a los Yaneshas, Ashaninkas, Shipibos, Konibos y pobladores de otras etnias amazónicas, hasta entonces conflictuados y en guerras permanentes entre sí, para formar un poderoso ejército interétnico que expulsó a los curas y colonos españoles de la Selva Central.

Las proclamas del líder rebelde, que aseguraba ser descendiente de los últimos incas del Cusco, hacían hincapié en la expulsión de los españoles y los esclavos negros del Perú, para de este modo reinstaurar el imperio de los Incas y rescatar las costumbres autóctonas.

La gesta de Juan Santos Atahualpa, un personaje mitificado hasta el día de hoy en el imaginario de los pueblos amazónicos de la Selva Central, significó para el pueblo Ashaninka un punto de inflexión en su lucha por recuperar los territorios perdidos como consecuencia de la invasión occidental.

Desde entonces la población indígena amazónica no ha dejado de resistir, de diferentes maneras, la ocupación de sus territorios por parte de los colonos o foráneos llegados desde la costa y los Andes.

Como lo han mencionado diversos estudiosos de las sociedades indígenas tradicionales, la pervivencia en el imaginario indígena del mito de Inkarri, un relato milenarista que da cuenta del retorno del último Inca muerto en Cajamarca cuya cabeza, cercenada de su cuerpo, está buscando juntarse para “terminar ese período de desorden, confusión y oscuridad que iniciaron los europeos” (Flores Galindo, 1998), favoreció la rebeldía indígena. Como veremos más adelante esta referencia al retorno a las huacas, al pasado, se convertirá en un continuo en la historia de los movimientos de resistencia anticolonial en los andes-amazónicos.

La insurgencia del líder rebelde y los pueblos que lo secundaron interrumpió la colonización española de la Selva Central por más de un siglo. La corona se vio precisada a retirar a sus súbditos y a reforzar las débiles fronteras que separaban el territorio bajo su dominio de las tierras rebeldes para evitar que el brote insurgente cruzara la cordillera andina.

Con la llegada de la República, la naciente burguesía dependiente del guano y el capital extranjero empezó a mirar nuevamente los territorios indígenas. Para este nuevo grupo colonizador la región se convirtió en una despensa inagotable de coca, fruta, madera, sal, algodón, caña de azúcar y otros productos valiosos. Poco a poco, los colonos y los curas católicos fueron recuperando posiciones dando inicio a un segundo proceso de ocupación del territorio Ashaninka. Esta situación originó el desplazamiento de numerosas poblaciones indígenas hacia las cuencas de los ríos Ene y Tambo.

Posteriormente, entrado el siglo XX, la penetración colona se intensificó por toda la provincia de Satipo, viéndose obligados los Ashaninkas a moverse hacia nuevas zonas. A partir de la década de 1960 la migración desde el valle del río Apurímac se hace más fuerte en la cuenca del río Ene y las zonas montañosas de las cordilleras de Vilcabamba y Pangoa. Por primera vez en más de tres siglos de contacto con el mundo occidental, los Ashaninkas de la Selva Central son obligados a abandonar sus territorios ancestrales para buscar nuevas tierras donde asentarse.

Sobre el particular Ruth Buendía comenta lo siguiente:

Yo he vivido siempre entre Ashaninkas, protegida por mis padres. Luego, con el tiempo, he ido descubriendo quienes eran los colonos. Nosotros llamamos colonos o choris a los migrantes, a los que no son Ashaninkas, serranos en su mayoría, foráneos. Mi esposo, por ejemplo, es chori, si mi padre hubiera estado vivo no hubiera permitido que me case con un chori [risas], mi esposo es hijo de migrantes [el esposo de Ruth Buendía es el ingeniero civil Freddy Antezana].

 

Chori, colono, así los llamábamos.

 

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