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Ruth Buendía y los Ashaninkas del río Ene: sobrevivir entre dos fuegos

Aspectos legales, conflictos y actores

“Huimos para salvarnos”

Tuvimos que huir, no nos quedaba otra salida, continua Ruth Buendía. El monte, el bosque, el territorio de nuestros ancestros se convirtió en un refugio para los Ashaninkas. Los que no pudieron abandonar sus comunidades ocultaron a sus hijos en las quebradas para que los colonos no se los llevaran a guerrear.

Cuando los padres iban a sus chacras a faenar aprovechaban para visitarlos, para comprobar que seguían vivos. Así hemos estado, duro fue.

“Vivíamos como chanchos, se lee en uno de los testimonios del drama Ashaninka recogido por la CVR, escondidos bajo el monte, durmiendo en el barro y comiendo sopa aguada… ya no nos sentíamos alegres. Si sentíamos tristeza, ya no comías, pensábamos en la familia, pensábamos en la chacra, no teníamos para comer, ya no dejaban libertad para comer para nuestros hijos, esclavizados. Ya no había masato en la vida…”.

A mi papá, continua Ruth, lo mataron los propios hermanos, los que se fueron a las alturas siguiendo al padrecito [se refiere al sacerdote franciscano Mariano Cagnon, párroco de Cutivireni que se ve precisado a huir de la comunidad con un grupo de pobladores Ashaninkas una vez producido el ingreso y posterior ocupación del centro poblado por el PCP-SL], a mi papá lo mataron por las puras.

Te voy a contar como fue. Como tenemos culturalmente la costumbre de visitarnos entre nosotros, un día vinieron a nuestra casa los que se habían escapado con el padre y mi papá amablemente los acogió. Comieron pescado, tomaron masato, mi familia los protegió. Uno de esos hermanos, asustado me imagino, fue el que conto que mi padre estaba apoyando a los colonos, a los comunistas.

Por eso es que lo mataron a él, seguro pensando que mi papá estaba guiando a los colonos a las alturas para matar a los soldados Ashaninkas que había armado el padre Mariano.

¿Qué podía hacer? yo era chica en ese entonces. Mi mamá no lo podía creer, se puso muy triste: “!Qué le han hecho a mi viejo, qué le han hecho a mi viejo¡”, lloraba. Tuvimos que dejar la chacra para volver a nuestra comunidad. Allí nos recibieron los del partido comunista. Un cabecilla, un universitario, un chori fue el que nos apoyó. Nos quedamos a vivir en la casa que los mandos tenían, cuidábamos sus gallinas, sus plantaciones.

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