Hasta antes de la década de los sesenta, los pobladores locales utilizaban su sabiduría territorial traducida en autonomía, soberanía y tejido social. Desde un punto de vista económico, se vivía con muy poco dinero y se buscaba la manera de no dejar perder nada. Casi todo lo generaba la misma familia, en esta época no había acueductos, fogones de luz, energía eléctrica y el vivir giraba en torno a satisfacer las necesidades básicas de alimentación, salud, ambiente limpio, entre otras.
Cuando eso, básicamente no había que comprarse mucha cosa para el cultivo, porque las semillas de papa se sacaban del mismo cultivo, la semilla del maíz también era lo mismo, los abonos era más bien orgánicos, no es como en la actualidad que se compra mucho insecticida, fungicida y abonos químicos. Cuando eso, se recogían residuos de la hierba, se ponían a podrir y se hacía un pozo con esa revoltura, se quemaba ceniza de helecho, hojarasca y capote de los montes, se recogía y se ponía a curar por dos o tres meses, y cuando se iba a hacer la siembra se consumía para abonar las maticas de papa, principalmente el maíz cogía ese abono después de recoger el cultivo de papa.
En ese tiempo a pesar de que nos decían que éramos más atrasados, no era así, porque en ese tiempo en las casas, se tenía para el consumo las gallinas y las huertas caseras donde se sembraban hortalizas (…); en cambio ahora ya no existen esas huertas caseras y también la cuestión de organizar abonos, ya no lo utilizan en los campos.
En cuanto a conservación ambiental, la “Agricultura Tradicional Campesina” marcaba un alto valor por tener principios naturales, saludables y accesibles, en comparación con agriculturas que se vivieron a posteriori, más dependientes, artificiales, dañinas y poco accesibles debido a los altos precios comerciales.
Hay que trabajar con el orgánico, principalmente, las mismas hierbas que producen las praderas, no quemarlas y no botarlas, si no podrirlas revueltas con lo orgánico con estiércoles de cerdo, de estiércol de vaca, y organizar bien unas basuras y sembrar con esos orgánicos… A los terrenos les tiene que estar cayendo lo orgánico algo seguido y eso lo compone uno (el suelo) y lo pone a producir hermoso. Lo digo porque en el tiempo que nosotros trabajamos la agricultura, nos preocupábamos mucho por eso, hacíamos unas fosas de “basura”, pero eso era puro “orgánico” lo que se organizaba… Nosotros utilizábamos unos orgánicos para revolverle otros orgánicos de una forma muy particular, por ejemplo: Hay veces que hay unas lagunas, esas lagunas son muchas veces de tierra u orgánico que se ha amontonado ahí, entonces nosotros en ese tiempo, nos íbamos ¡Hay un pantano!, ¡Hay un pantano!, ¡Hay que ir a sacar pantano a tal parte pa” sembrar la papa! , Entonces, hay partes donde tienen en esos pantanos una corte por ahí de dos metros de espesor de orgánico, pero hay que sacarlo, ponerlo a podrir y después volvérselo a aplicar a la tierra; eso era así: Uno se volvía un oso por allá, sacando el pantano.
Este tipo de prácticas eran el cotidiano de las comunidades, sin embargo, luego de la Revolución Verde, muchas de estas prácticas se han ido olvidando. Es por ello, que desde la comunidad Agrodescendientes se trata de recordar y recuperar estos saberes ancestrales, que hoy están tomando relevancia mediante la concienciación de los pobladores, de una alimentación sana con el ser humano y con la tierra.
La mejor de las semillas cultivadas en esta región, eran las llamadas papas Caicedas, papa colorada, fina, muy buena, que era de muy buen sabor, creo pues también que pudo haber sido por el poco uso de insecticidas y abonos; ahorita hay que gastarles mucho entonces, el sabor de la papa cambió.
Aunque el municipio de la Unión se ha apreciado por ser despensa agrícola y por el cultivo de la papa en el departamento, en los años cuarenta no era extensiva la producción. De hecho con la llegada del español Antonio Montoya, técnico agropecuario y radicado en la región, se inició la siembra de la papa de manera especializada “él enseñó a los campesinos algunas técnicas modernas sobre la siembra del tubérculo y formas de utilizar los abonos y demás elementos necesarios” (Tobón, 2011).
Actualmente, muchas personas de esta región hablan de producir más “fácil” y están desplazando la agricultura, reemplazándola por cultivos foráneos de flores, pero no evalúan términos de calidad nutritiva, residuos tóxicos perjudiciales para la salud, el suelo y los consumidores finales.
Está historia de vida evidencia que la “Agricultura Tradicional Campesina”, pese a ser una práctica del siglo XX, sigue cobrando relevancia para el momento actual, por consiguiente, lo importante de la Agricultura, es saber que más que el precio, ésta tiene un valor y ese valor está en lo que se hace, saber por qué se hace y qué efectos trae.
Hay que curiosear y combinar los usos ancestrales y algunas prácticas modernas, sin perder la esencia natural, que es la protección de la vida, de ahí la diferencia entre una agricultura real y una propuesta artificial. En tal sentido, tiene más valor realizar los propios insumos, porque ello devela una experiencia, un saber local, un saber hacer; mientras que cuando se “compra” sea un insumo o un abono, se pierde la sabiduría y la riqueza endógena de los pueblos, que es lo que está pasando con economías que no han sido de tradición cultural.