“Nuestro movimiento empezó más o menos en el 2000, cuando apareció la idea de Lola Morales de organizarnos como mujeres viendo que no había representación de las mujeres en ningún espacio institucional del municipio”, empieza a relatar Alix Morales, quien en ese mismo momento se sumó a la revolucionaria idea sin pensarlo. En aquel entonces Lola Morales, campesina de la vereda de Guanacas, se había separado de su marido, se había comprado una camioneta y se había puesto a trabajar. “Yo iba a las comunidades y los niños se quedaban de piedra y decían, ‘¿cierto mamá que las mujeres no manejan carro?’, así que yo iba viendo esas cosas, esos comentarios y pensaba, si pude lograr manejar un carro habrá otras cosas que también podamos transformar y cambiar”, cuenta esta mujer emprendedora, contenta.
Como recuerda Lola, en ese momento, “se acercaban las elecciones y en el concejo solo había hombres, ellos solos tomando decisiones, y nos dijimos ¿qué haremos las mujeres?”. Con un esfuerzo colectivo, se empezaron a movilizar. “Se hizo una lista al concejo para nombrar una concejala e hicimos una campaña diferente a la que hacen los partidos políticos y conseguimos entrar”, relata Alix Morales. La lideresa campesina recuerda que formar parte de esa institución pública fue una dinámica complicada porque en la época “no conocíamos los derechos de las mujeres, no conocíamos la cuestión de género, no sabíamos nada de organización social”, y de todos modos, con el tiempo se dieron cuenta que “estar en el concejo no era la solución a la realidad que veíamos en las veredas: índices de escolaridad supremamente bajos, una violencia intrafamiliar altísima, embarazos a temprana edad, abuso sexual de menores…”.
Fue entonces, ya entrado el año 2001, que decidieron organizar el Primer Encuentro de Mujeres de Inzá “para conmemorar el 8 de marzo. Pero resulta que hicimos una convocatoria con logística para unas 700 y llegaron como 1700! Las indígenas, las campesinas, las de acá del pueblo, todas! Fue la locura, fue complicado y desgastante y nos quedamos con una deuda tremenda pero nos dimos cuenta que teníamos capacidad de convocatoria”, analiza 17 años después Alix Morales. Fue un encuentro épico que muchas mujeres en Inzá recuerdan por ser el primer día en que escucharon hablar en voz alta y en un espacio público de los derechos de las mujeres, de perspectiva de género y de rutas para enfrentar la violencia intrafamiliar. Después de un largo silencio, las mujeres alzaban su voz.
Una vez celebrado ese primer encuentro al que le han seguido muchos más, las diez o doce mujeres que quedaron atrás de la organización se dieron cuenta de que “había que hacer otras cosas”, como dice Alix, pues entendieron que “el concejo de la alcaldía era desgastante, no nos daban la palabra y lo que decíamos lo tomaban a chiste”, de modo que había que seguir trabajando directamente con las comunidades porque “ya nos habíamos parado en la plaza pública a hablar de las mujeres y ya teníamos una responsabilidad”. Así empezó a caminar el Comité de Mujeres y su actividad comunitaria. Sin embargo, hasta el año 2008 el colectivo de mujeres mantuvo una concejala en la alcaldía.
En este momento de la historia del colectivo de mujeres campesinas, paralelamente a la de la ACIT, que se estaba gestando desde 1997, aparece en juego un ser, hoy casi convertido en mito, que tuvo y sigue teniendo a pesar de que murió en un trágico accidente de camión, una relevancia muy especial en los procesos organizativos de esta región. Este ser fue Mateo Kramer, un joven suizo de espíritu libertario e ideas transformadoras que llegó a Inzá en sus andares por Colombia y América Latina. “Con Mateo es que empezamos a ir a organizaciones de mujeres, él nos llevó a la Ruta Pacífica”, una organización de mujeres colombianas pionera en formación con perspectiva de género, cuenta Lola Morales.
En este momento de la historia del colectivo de mujeres campesinas, paralelamente a la de la ACIT, que se estaba gestando desde 1997, aparece en juego un ser, hoy casi convertido en mito, que tuvo y sigue teniendo a pesar de que murió en un trágico accidente de camión, una relevancia muy especial en los procesos organizativos de esta región. Este ser fue Mateo Kramer, un joven suizo de espíritu libertario e ideas transformadoras que llegó a Inzá en sus andares por Colombia y América Latina. “Con Mateo es que empezamos a ir a organizaciones de mujeres, él nos llevó a la Ruta Pacífica”, una organización de mujeres colombianas pionera en formación con perspectiva de género, cuenta Lola Morales.
Del mismo modo, “Mateo nos contactó con un colectivo feminista de estudiantes que también se había organizado en Bogotá y hicimos como un hermanamiento con ellas y compartimos formación, dinámicas organizativas”, recuerda Alix, “así fuimos aprendiendo sobre los derechos de las mujeres, sobre género y trabajamos de la mano con ellas mucho tiempo”. Ellas eran el Colectivo Feminista Proyecto Pasos. Con el acompañamiento del activista Mateo, el contacto de Proyecto Pasos y el liderazgo de Lola y Alix, este grupo de mujeres campesinas fundaron en el año 2001, la Asociación de Mujeres por Inzá y empezaron a darle forma a lo que hoy es el Comité de Mujeres de la Asociación Campesina de Inzá Tierradentro.
En el año 2002, después de unos cinco años, se celebró la asamblea fundacional de la ACIT. En esta ocasión, las mujeres campesinas ya reconocidas por su trabajo concreto en las comunidades y por su berraquera característica, fueron invitadas a formar parte de la organización campesina que nacía y “aceptamos a pesar de que en un inicio queríamos organizarnos con todas las mujeres, la indígenas, las campesinas y las urbanas, pero cuando empezamos a caminar los territorios encontramos que los indígenas hacían un poquito de resistencia con el tema de los derechos de las mujeres y desistimos de trabajar con ellas también porque nos identificábamos más como campesinas”, sigue relatando Alix. Con su cosmovisión propia que contempla siempre la complementariedad de géneros y sus antiguos sistemas de organización como cabildos y resguardos, las comunidades del pueblo nasa de Inzá tuvieron reticencias a la hora de que las indígenas se sumaran al nuevo colectivo de mujeres de modo que, definitivamente, éste se conformó únicamente con identidad campesina.
Y dadas esas circunstancias y el nacimiento formal de la ACIT, el Comité de Mujeres se adhirió a éste. Pero con todo lo que ya habían aprendido, lo hicieron con unas condiciones: “decidimos ser parte de la ACIT con unas claridades hacia los compañeros de que no íbamos a ser el comité de mujeres para ir a cocinar ni organizar sino que queríamos tener voz y voto.”, cuenta Alix bien firme. “Y digamos que se ha hecho así aunque no ha sido fácil estar allí: sigue siendo muy invisibilizado el trabajo que hacemos, a los líderes les da miedo perder ese liderazgo, cuando hablamos de empoderamiento femenino se asustan”, asegura la lideresa. Contradicciones que la mayoría de organizaciones sociales, por lo menos en Colombia, incluyen en sus dinámicas internas en cuestión de roles de género y autoritarismos pero que en la ACIT se intentan neutralizar.
Tanto para Lola Morales como para Alix Morales –que no son hermanas-, y otras compañeras de la Asociación de Mujeres por Inzá, el trabajo de empoderamiento que hicieron a nivel colectivo con la organización tuvo importantes repercusiones también a nivel individual: pasaron a ser conscientes de realidades nocivas que vulneraban sus derechos como mujeres en sus vidas íntimas y tomaron decisiones definitivas como la separación de sus maridos o el emprendimiento de proyectos productivos o periodos de formación profesional.El paradigma patriarcal pesa en Inzá como en Colombia y en el mundo, pero colectivos como el de estas mujeres lo ponen en profundo cuestionamiento.
Entre 2004 y 2006 el Comité de Mujeres de la ACIT desarrolló el Programa Mujeres en Junta por la Dignidad de Nuestro Trabajo durante el que se puso énfasis a través de talleres y dinámicas en “el reconocimiento del trabajo político, que es la participación en el comité, en las juntas, en el grupo del acueducto; el trabajo productivo, las huertas, la siembra de café, la venta, la que se va un mes a Bogotá a trabajar; y el trabajo reproductivo de las mujeres”, cuenta Alix. En 2003, a su vez, y hasta 2005, se trabajó en la soberanía alimentaria de las compañeras del comité con varios proyectos que lograron traer al territorio.
En 2004 la ACIT, conformada como fuerza política, ganó las elecciones a la alcaldía logrando posicionar el primer alcalde campesino: Eliecer Morales, hermano de Lola Morales. De modo que, hasta el 2008, año en que el comité logró tener oficina propia en el centro de Inzá, pudieron trabajar del brazo con la institucionalidad municipal. Ese mismo año “empezamos la Campaña de Mujeres en Junta por una Vida Digna Libre de Violencia que fue nuestra primera campaña de prevención de violencia que era dirigida a las mujeres y que concluyó en una Junta Política que celebramos en 2010 a la que vinieron muchas mujeres”, sigue relatando Alix. En un ritmo constante de campañas y proyectos, del 2011 al 2013 trabajaron también la Campaña Mujeres en Junta por un Territorio Libre de Violencias, segunda campaña de prevención de violencia, ésta dirigida a los hombres. “A partir de esa campaña también trabajamos con las familias de las mujeres”, cuenta Morales.
En el año 2008 había empezado también a caminar una de las propuestas que más ha crecido a partir del Comité de Mujeres en todo el municipio, los grupos de ahorro y crédito. Como una alternativa a los bancos privados que pocas veces conceden créditos a pequeñas campesinas, creando un espacio de economía comunitaria, social y solidaria, las compañeras del comité pusieron en práctica metodologías en las que las usuarias podían depositar sus humildes ahorros y pedir prestada una cantidad de dinero a cambio, para poder comenzar pequeños emprendimientos agrícolas. La clave de su funcionamiento era el vínculo de confianza que se tejía dentro de los grupos y el tamaño reducido de éstos. Según Alix, con los grupos de ahorro se busca el “fortalecimiento de la economía solidaria: buscamos que el campesinado no sea paternalista sino que tenga sus propios medios de producción, por eso la estrategia de formar nuestros grupos de ahorro con sus cajitas”.
Este gran ejemplo de economía solidaria en Inzá, fue creciendo y creciendo y dándole más legitimidad al Comité de Mujeres. Actualmente existen en el municipio 43 grupos de ahorro y crédito compuestos por hombres y mujeres de todo el territorio que han visto en esta modalidad de financiación una gran oportunidad para sus discretas economías. Tienen una oficina al lado de la galería central en el casco urbano donde todas y todos los que pertenecen a algún grupo se dirigen mensualmente a reuniones o diligencias. “Yo hago parte de un grupo de ahorro desde hace 9 años, ahora somos 21 en el grupo y siempre nos ayuda mucho”, cuenta María Livia Biyaquirá. Ella es una de las que a partir del grupo de ahorro que crearon en El Palmichal, empezó a participar del Comité de Mujeres.
Del 2013 al 2016 llega finalmente el proyecto de Soberanía Alimentaria para el Buen Vivir de las Mujeres y sus Familias que “en una primera etapa sólo apoyó las iniciativas de huertas que ya tenían las compañeras con un ejercicio de planeación y en una segunda etapa se logró esto”, cuenta Alix Morales sentada encima de una piedra de la finca de conservación de agua, lograda en la vereda de Güetaco a través de este proyecto parcialmente financiado por el Espacio Femenino Internacional (EFI). De este modo llegaba, en 2017, el acceso a tierra.
Efectivamente, después de sudor y trabajo, el posicionamiento del Comité de Mujeres campesinas estaba logrado, el contacto con otras organizaciones era fuerte y la participación de las veredas cada vez más alto. Y todo eso resultó en una gran victoria: un proyecto que les permitiría acceder a tierra para trabajar de manera comunitaria y organizada junto a sus familias. “Es importante que las mujeres puedan acceder a la tierra y sean ellas las propietarias, porque siempre se ha visto a la mujer como la que cuida la familia y no la que produce los alimentos por más que lo hace continuamente”, asegura Socorro Árias.
Desde el año 2016, el comité central del colectivo de campesinas logró gestionar gracias al proyecto de soberanía alimentaria del Espacio Femenino Internacional (EFI), la compra de dos parcelas para uso comunitario de las mujeres. Una se encuentra en la vereda de La Palmera y la otra en la vereda de Güetaco. “La entrega de esas tierras fue algo muy bonito que ni nosotras mismas dimensionamos, todo ese tejido que se estaba armando en las comunidades entorno a esa comprita era impresionante”, cuenta Samara, quien protagonizó la gestión de este proyecto y la entrega del territorio colectivizado.
En la vereda de La Palmera son más de 15 las mujeres organizadas que desde hace años trabajan su propio empoderamiento y el de las mujeres de su vereda. La mayoría de las mujeres que participan activamente del comité, tienen una huerta orgánica en su casa. Semanalmente se juntan todas para ayudar en el trabajo de la huerta de una de ellas y se van turnando de manera que acaban pasando por la huerta de todas, una dinámica que se repite en otras veredas. También se encuentran para coordinar actividades culturales durante las ferias de su vereda o para jornadas de formación que organiza el Comité de Mujeres.
El recorrido que acumulaba esta vereda con el Comité de Mujeres la llevó a lograr a inicios de 2017 esta tierra de la que hoy, de manera comunitaria, ya han cosechado mucha comida. “Es una parcela de 4 hectáreas para producción orgánica de alimentos destinados a fortalecer la soberanía alimentaria”, cuenta Alix quien, junto al joven José Alonso Basto Silva, tecnólogo en producción agropecuaria ecológica y único hombre miembro del comité central, hacen el seguimiento y asesoramiento de las parcelas de uso comunitario. Con los recursos de EFI se pagó gran parte de la parcela y a las campesina de La Palmera les tocó colocar los 14 millones de pesos que restaban: “a cada una, con su familia, le tocó poner unos 900.000 pesos -300 dólares aproximadamente- y creo que las mujeres somos mucho más responsables en cuanto a los recursos económicos”, asegura Samara.
La parcela lograda en la vereda Güetaco, también a partir del proyecto de soberanía alimentaria cofinanciado por EFI, fue destinada a otra importante necesidad vital: el agua. Se trata de una parcela de 7 hectáreas a la que han decidido llamar Finca de Conservación de Cuidado Colectivo de Güetaco y Fátima. Ésta guarda las nacientes de quebradas y ríos que abastecen principalmente las veredas de Güetaco y Fátima, pero también a otras poblaciones. Tal como cuenta Samara, “en Güetaco, la parcela beneficia prácticamente a 6 comunidades. Allá ellas ya tenían pensado qué tierra iban a comprar porque habían priorizado predios para conservación de aguas: entonces hubo que comprar las tierras donde había el nacedero de los acueductos”. Los recursos que gestionaron desde el comité central, gracias al fondo internacional alcanzaron a pagar el 40% del valor del amplio predio y el otro 60% lo reunieron colectivamente a través de los grupos de mujeres de las veredas beneficiaras y sus juntas de acción comunal.
“Si no hay agua de nada nos sirve la tierra. Ahora aún tenemos, pero al paso que iba este ojito de agua se hubiera secado y entonces los hijos y los nietos ¿qué?” se pregunta María Arcelia Rojas, nativa de la vereda de Güetaco. “Toda la comunidad junta buscamos recuperarlo”, cuenta la mayora. A pesar de que el grupo de mujeres organizadas de esta vereda lo conforman 12 campesinas, son 65 las familias que se sumaron a esta iniciativa que les afecta a todas y todos. “Tocó colaborar con 112.000 pesitos cada familia y ahora toca trabajar colectivamente reforestando”, cuenta Rosalba Cotacio, otra vecina de Güetaco, “uno de verdad aprende mucho con las capacitaciones del comité, yo he recuperado las semillas propias y trabajamos en grupo con abonos orgánicos”, asegura la campesina.
“Fue una experiencia muy bonita porque se vio la necesidad y el interés de la gente en su reserva de agua, en ningún momento pensaron en dejar ese recurso para algo que les beneficiara económicamente”, afirma Samara. “A pesar de que no todas las mujeres de las veredas forman parte del comité de mujeres, todas las mujeres le sumaron, y la estrategia como comunidad fue que cada una tocó su bolsillo, incluso las del comité”, sigue relatando la economista. Una manera de cumplir con varios objetivos a la vez, pues más allá de proteger su agua, visibilizaron todo el trabajo ejemplar que hace el Comité de Mujeres frente sectores de la población que tal vez no lo conocían.
Además, gracias a esta compra se ha instaurado o más bien recuperado una dinámica de jornadas de trabajo comunitario o juntas de trabajo para reforestar la parcela convertida hace décadas en potreros para el ganado. En una de estas jornadas celebrada el mes de julio de 2017 alrededor de 20 personas caminamos alrededor de una hora y media para subir a esta bella parcela rodeada de valles y montañas. Sobre todo mujeres pero también infantes y algún compañero, sembraron semillas de varios tipos de árbol alrededor de la naciente principal durante la mañana y después de un buen sancocho de gallina, aprovecharon el camino de vuelta para colocar algunos carteles de madera con avisos pintados en pintura como “Cuide la fuente” o “Cuidando la naturaleza la crisis climática no nos afectará”, para ayudar a crear consciencia entre el vecindario.
En Güetaco también han avanzado mucho en materia de recuperación de semillas nativas. Se han hecho juntas por el rescate de las semillas autóctonas y se ha construido una pequeña casita llamada Despensa Popular de Semillas donde tienen guardadas semillas originarias de muchas variedades y de muchas procedencias, para la conservación y protección de éstas especies que en Colombia como el muchos países de América Latina ya son consideradas ilegales por no ser “certificadas” como la ley exige.