Don Rudesindo Huenchullán padre, nació en la que en aquel entonces se llamaba Reducción Trangol I liderada por el ya difunto logko Domingo Trangol. Eran siete hermanos y vivían en una ruca o casa mapuche tradicional en una hectárea de tierra que sembraban con trigo y avena. La familia de Aurora Colihuinca los superaba en número: “Nosotros éramos 12 hermanos, no había para comprar zapatos para todos e íbamos descalzos a la escuela y cuando sonaba la bocina lo primero que decían era que había que hablar en castellano y nosotros que ni siquiera entendíamos… Pero si hablábamos mapuzungun nos boleaban”, cuenta la mayora.
“Eso fue una tortura, un abuso, un sufrimiento. Los discriminaban por ser mapuches”, añade molesta su hija menor Camila. “Y ya en aquel entonces mi mamá me contaba que ellos de pequeños habían vivido en las tierras del gringo”, cuenta la mayora Colihuinca, a sus 63 años. “Mi mamá me decía <> porque los colonos ya habían matado gente y habían quemado casas de mapuche”, testimonia también el mayor Huenchullán. Los terratenientes fueron el enemigo explícito pero hubo otra gran enemiga que pasó y pasa un poco más desapercibida hasta hoy. A pesar de que, como cuenta Aurora Colihuinca, su papá nunca quiso saber nada de la fe católica y siempre fue fiel a su cosmovisión mapuche, la entrada de iglesias evangélicas al territorio fue avasalladora y la mayoría de familias de la comunidad, incluída la suya, pasaron a rendir culto a esos pastores. “Mi papá no le gustaba lo católico, no quería escuchar, murió ateo”, testimonia.
Entre la iglesia y la fuerza del estado chileno que a través de la escuela, como recuerdan Rudesindo y Aurora, reprimieron y agredieron a los infantes que hablaban mapuzungun, la represión ideológica y cultural hacia el pueblo mapuche ha sido integral y sin límites. Su hijo mayor asegura que “en la iglesia te bajan, te sacan la manta –el poncho- y te obligan a llevar corbata. Es mentira que no importa el color y la raza, ellos lo que hacen es domar al mapuche (…) Aquí se oprimió tanto que quedaron con miedo de seguir defendiendo su tierra, me hubiera gustado que hubiera un weichafe –guerrero- con el que inspirarnos de esta misma tierra, pero no sabemos de que lo hubiera: eso sí, mi mayor respeto por todos los mapuche que entregaron su vida por la ñuke mapu –madre tierra-, ellos dejaron la bandera en alto”. La mayora Colihuinca añade en voz bajita, “aquí había mucha pobreza, tuvimos siete hijos y no todos pudieron estudiar en la escuela porque faltaba lo principal, pero gracias a Dios han levantado todo esto con la recuperación de tierras”.
La generación de los hijos de este matrimonio ya anciano tampoco lo tuvo fácil, “vivíamos con mi esposa y mis hijos y mi hermano y su esposa y sus hijos en un espacio de 50 por 50, no había espacio donde criar animales o producir algo para poder trabajar, entonces teníamos caballos y salíamos a arrendar terreno”, cuenta Rudesindo hijo. “Pero yo veía como el colono trabajaba al lado de mi casa, como cosechaba, toda la vida lo vi”, relata con un tono de resentimiento el líder mapuche. “Y un día en una conversación con un grupo de familias Huenchullán, Llanka, Colihuinca y Silva dijimos ya no más”. Esa conversación se produjo en el año 2001 dentro de la comunidad de Trangol I, cuando se dio el primer intento de recuperación territorial con apoyo del Consejo de Todas las Tierras, una organización mapuche liderada por Aukan Huilcamán que luchaba por la recuperación del territorio ancestral mapuche, el Wallmapu.
En 2012, la CONADI llegó a su territorio para anunciar que parte del territorio por el cual Trangol I había luchado hacía una década sería comprado y entregado a otra comunidad mapuche cercana de la zona de Las Cardas que había postulado para acceder a tierras. “Esa fue la mala compra de la CONADI”, sentencia Rudesindo. Pareciendo obvia la estrategia estatal de dividir, la comunidad mapuche se negó a que eso sucediera.
Los compañeros de Temucuicui representaban un buen apoyo para Trangol I así que, como sigue relatando Rudesindo, “en conjunto con algunos peñis caminamos a Temucuicui a pedir opiniones y ayuda y ellos vinieron a visitarnos y recuerdo bien que llegó el logko Victor Keupul, los peñis Jaime y Jorge Huenchullán y cinco más y nos dijeron: “aquí está clara una cosa y es que les quieren hacer pelear entre mapuches entonces, ustedes que quieren: tierras o papeles?” nosotros dijimos que tierras y entonces dijeron “pues desde hoy entren a ocupar esa tierra y si la CONADI se equivocó que lo resuelva la CONADI”, así nos dijeron y entonces nosotros empezamos a ocupar posiciones”. De modo que la comunidad mapuche de Las Cardas que tenía que ser alojada en esa tierra nunca alcanzó a llegar porque un sector importante de Trangol I “nos lo tomamos antes”, cuenta Rudesindo.
“En 2001 corrió sangre por recuperar esa tierra, porque había un terrateniente, Daniel Listemberg, que ese gringuito era mañoso, era soberbio y sabía dispararle a la gente e hirió gente”, recuerda molesto Rudesindo, y cuenta que eso mismo le explicaron a la otra comunidad mapuche para que comprendieran porque no permitían que llegaran allá. Supieron, luego, que al líder principal de la comunidad de Las Cardas “le pagaron para aceptar esa tierra, porque el terrateniente no quería (tratar) con nosotros”. Rudesindo recuerda también que el logko Victor Keupul les dijo, “mira peñi, esto se hace aquí y ahora y si ustedes están listos nosotros estamos dispuestos a venir a ayudarlos para llevar la fuerza desde lo cultural”, le dijo bien decidido, “entonces –continúa Rudesindo- cuando los colonos vieron que llegaron los de Temucuicui acá, dijeron ya no va más, porque en Temucuicui son weichafes –guerreros en mapuzungun-, apoyan con todo el ánimo, vienen a cambio de nada, como pueblo mapuche, y esa ayuda recibimos de ellos hasta ahora”.
En abril de 2016 se celebró un Trawün, “una actividad cultural entorno al palín –el deporte ancestral mapuche- recuperando nuestra cultura y allí llegaron más de 200 personas, así que el colono vio que teníamos harto apoyo y ya no daba más, tenía miedo, él mismo decía que no dormía por las noches”, explica Rudesindo. Ese Trawün supuso una muestra de fuerza definitiva. Poco tiempo después el colono se decidió a negociar con la CONADI para vender la tierra, y entonces fue cuando llegó la enésima discusión, dentro esta vez de Trangol II, en torno a la manera de pasar a poseer la tierra definitivamente. Un sector de Trangol II quiso negociar con la CONADI y, de hecho, obtuvo finalmente el título de propiedad de las 630 hectáreas reivindicadas que el terrateniente Bernardo Cheifelle le había vendido a la CONADI. La otra parte de Trangol II, los y las que se conformarían pronto como Boyen Mapu, querían habitar la tierra sin papeles de por medio y sin dejar que la CONADI viniera a repartir la tierra como ella quisiera entre las familias, de modo que, decididos a poseer su tierra a su propia manera, siguieron trabajando la tierra y empezaron a construir viviendas permanentes para habitar el territorio.
De este modo, tenemos un colectivo de aproximadamente 77 familias, la inicial Trangol II, que logró finalmente en noviembre de 2017 el título de propiedad de 630 hectáreas de su territorio ancestral negociadas a través de la CONADI, y de las cuales, 250 hectáreas aproximadamente son trabajadas y habitadas por 22 familias, las de Boyen Mapu, mayoritariamente del linaje Huenchullán, que decidieron pasar de la burocracia occidental pero que, de cualquier modo, viven en una tierra no solamente legítima sino también legal.