La comunidad Boyen Mapu vive principalmente de la agricultura y la ganadería. La mayoría de las familias trabajan el trigo y la avena, actividad económica que antes llevaban a cabo muy habitualmente en media hectárea para básicamente sobrevivir y actualmente lo hacen en 15 hectáreas por familia o más territorio cuando trabajan colectivamente. “Trabajamos alrededor de 280 hectáreas entre 10 familias que son Huenchullan y Llanka; todas producimos trigo y avena y también tenemos ovejas, vacunos y caballos como transporte”, explica Rudesindo Huenchullán. Los hermanos Huenchullán consiguieron comprar hace pocos años un tractor con el que mover la tierra y cosechar el cereal.
Sin embargo, hay varias obstáculos y contradicciones por superar aún: como denuncia Anselmo Llaulen, “el colono ya le sacó el jugo a esta tierra que hoy está sobreexplotada” y como acepta Rudesindo, “es mucha cantidad para trabajarlo con abono orgánico de modo que usamos químicos, para que voy a mentirle, usamos abono triple y rango ful como mata maleza”. Y hubo también algunas sorpresas positivas con la tierra: “el colono dejó diez hectáreas sembradas de avellano; queremos probarlo, comprobar si funciona, vamos a empezar a pedir ayuda a algún agrónomo para aprender a manipularlo” cuenta el mayor de los Huenchullán. Además en el terreno logrado, “hay unos 100 encinos que hacen la bellota para alimentar al cerdo”, añade.
La parte positiva es que resiste en el patio de la mayoría de familias una huerta para el autoconsumo que garantiza una buena parte de la soberanía alimentaria. “Yo tengo lechuga, tomate, ají, morrón, lenteja y más cosas en la huerta que la tengo para consumo propio”, cuenta Anselmo contento. Años atrás producían un poco más de verduras que las que consumen en la casa para vender en Victoria pero debido, de nuevo, a ese proceso de modernización o occidentalización chileno “ya no me sale bien vender en el pueblo porque hay que pagar por la patente del puesto, ya no nos dejan vender en la calle por más que nuestros productos vienen sanos, sin químicos, pero no, lo que más venden son los productos químicos que vienen del norte”, explica Anselmo Llaulen.
Las comunidades mapuche, como tantas comunidades indígenas, han usado ancestralmente las jornadas de trabajo colectivo para darse una mano entre familias o para trabajar comunitariamente la tierra. En Boyen Mapu siguen siendo comunes las jornadas colectivas de trabajo, llamadas mingakos, sin embargo es cierto que se ha caído en muchas dinámicas individualistas del trabajo laboral occidental. “Antes había más mingakos”, comenta Anselmo, “lo importante es la conciencia de uno, si me ayudan, yo ayudo también”, asegura. Rudesindo añade que “el trabajo comunitario es mejor, porque lo que yo no sé otros me lo van a enseñar, transmitir experiencia. Este trabajo se logra gracias a la unión y a la sinceridad.” A pesar de sentirlo así, el líder indígena cuenta que “a nosotros nos enseñaron “lo del metro cuadrado”, es decir nos enseñaron en ideología a no pedir ayuda a nadie, cada uno con su idea propia y sin dejar entrar a nadie en ella. Pero es mejor el trabajo comunitario”.
Por último, solo observando la comunidad se puede afirmar que la agricultura y la cultura mapuche han ido siempre de la mano. “Cuando canta el Chucao o el Piden que es el pajarito del agua, significa que va a llover”, relata Anselmo. Ha habido una pérdida importante en las prácticas culturales referidas a la tierra pero siguen estando los detalles cotidianos. “Si nosotros queremos hacer un guillatun -principal ritual mapuche-, primero hay que plantar el rewe -altar sagrado-, el Boyen va acompañado con el mudai –bebida sagrada- y el mote, unas tostadas, el trigo o picül se deja para llamar la suerte al lado del rewe, y tienen que haber también cordero, pollo y la bandera que identifica que la comunidad esta de guillatun, la bandera mapuche”. El conocimiento de las plantes medicinales, lawen en mapuzungun, sigue resistiendo sobre todo en algunas compañeras mapuche a pesar de que, como relata Rudesindo, “cuando entra la iglesia evangélica la gente se hace incrédula de las plantas medicinales porque ellos –los evangélicos- creen en el milagro”.