Minga y chicha: forasteros o dueños del territorio
El territorio indígena de Lomerío está ubicado a 380 km. al noroeste de la ciudad de Santa Cruz de la Sierra, entre el municipio de San Antonio de Lomerío y el municipio de San Miguel de la provincia Ñuflo Chávez del departamento de Santa Cruz.
La región más amplia corresponde al territorio de la “Gran Chiquitanía", que en tiempos prehispánicos fue escenario del desplazamiento de grupos sedentarios de la familia chiquitana, en la colonia administrada por reducciones jesuitas y en la república asediada por la explotación latifundista. En estos procesos, las ocupaciones de españoles, misiones y potentados asentaban pueblos de blancos y los indígenas huían y buscaban refugio en el Lomerío, al interior del bosque.
Puede afirmarse que estas lomas forman una zona de transición entre el bosque tropical lluvioso de la Amazonía y el Gran Chaco. En cuanto a su delimitación física actual, el territorio chiquitano de Lomerío sigue la dirección Santa Cruz - Corumbá (Brasil) hacia el Sur, al Este limita con la frontera brasileña (río Paraguay), al Oeste hasta el río Grande o Guapay y al Norte limita con el río Iténez o Guaporé. Debe tenerse en cuenta que si bien la Chiquitanía abarca la provincia Ñuflo de Chávez y otras 4 provincias más, las demandas por ser Tierra Comunitaria de Origen (TCO) están fragmentadas y dispersas, por la composición de pueblos cuya población no se reconoce indígena, y en tal caso, Lomerío comprende sólo una parcialidad restituida del pueblo indígena chiquitano.
Una práctica que se sostiene en el tiempo y resulta ser muy importante en la consolidación de los lazos comunales es el trabajo de la minga. Una familia retribuye la roza, la tala o la cosecha realizadas por un grupo de comunarios, con un abundante almuerzo y una fiesta en la que ofrece la tradicional chicha fuerte, una bebida de maíz fermentado. El tiempo muestra una modificación sustancial en esta lógica de colaboración, antes se hacían con más frecuencia prácticas de colaboración a familias que no podían ofrecer retribución, ahora la diferenciación social por los beneficios del manejo de madera y la ganadería han llegado a significar un mercado local de fuerza de trabajo, a cambio de remuneraciones por jornal.
La música podría ser una expresión importante de la actual y dinámica cultura chiquitana. En principio, se tendrían dos influencias provenientes del universo prehispánico y del mosaico conformado en la colonia con la música popular y religiosa de las misiones jesuíticas, y a partir del siglo XIX una tercera influencia con la cultura urbana-popular. Se conoce que la música prehispánica era cotidiana y acompañaba la producción y las celebraciones sacras y profanas, siendo los eventos más importantes las fiestas entre familias o grupos en el intercambio de bienes y servicios. Estas fiestas duraban más de dos días, y puede verse que se han ido reproduciendo en ambientes domésticos, periodo misional, producción agrícola, situaciones de descanso, y siempre, al calor de la chicha de maíz (Rozo, 2011: 56-60). No puede decirse que estas prácticas se estén dejando de lado, en el encuentro mencionado, el MRT disfrutó y bailó en torno al “destape de la chicha” que ofrecieron las autoridades de la TCO.
Con mucha preocupación, doña María Parapaino se refiere a sus hijos, “bien bonito, uno quiere trabajar…mi sueño para ellos es si quieren trabajar, yo regalo tierra para ellos, aquí, aquí esa parte, trabajen, eso es lo único que yo puedo ofrecer para ellos. Y ahora si no quieren trabajar, como ahurita, en Santa Cruz estudian, más para ellos es estudiar, si terminan de estudiar, qué voy a saber qué es lo que piensan” (Comunidad San Antonio). Pareciese existir entre las generaciones, no sólo un desencuentro, sino una lógica antagónica de entender el conocimiento, por un lado los ancianos y adultos sustentan un conocimiento empírico referido al qué hacer agrícola y organizacional en defensa de su territorio, y por otra parte, los jóvenes ansían estudiar en la ciudad e incorporar lógicas de modernidad urbana.
Sólo el tiempo podrá decir si la preocupación de los ancianos, ante el abandono de sus territorios, tiene lugar o es que la misma globalización, consolida tipos de movilidad espacial intergeneracional que permiten no sólo la sobrevivencia, sino también el desarrollo de la cultura chiquitana. Lo que se ve es que aún con algunas contradicciones y malentendidos, los jóvenes no están siendo expulsados de sus lugares de origen, al contrario, son convocados a viva voz a retornar a sus territorios. También puede verse que tienen iniciativas en cuanto a la producción y al aprovechamiento de recursos, y además, las autoridades indígenas y municipales cuentan con profesionales jóvenes de origen local, la población en general, tiene una apuesta muy importante por la autonomía indígena y la consecución de este proceso seguramente significará mayor afirmación identitaria y cohesión territorial.