“Nosotros como familia no aceptamos la ayuda del Estado porque al final es tan poco lo que dan que es como reírse de la gente. Por ejemplo, nosotros mismos nos construimos la casa como pudimos en la tierra recuperada, hay varias familias que tocaron tierra pero les ha faltado recursos para poder habitarla”, denuncia Ingrid Márquez junto a su compañero Carlos Pichún, y sus dos hijos en su bonita casa de madera. De este modo, se hace evidente que la capacidad de acceso a la tierra no siempre viene junta con la posibilidad de habitarla.
“El Estado en el momento que entregó las tierras lo mostró todo lindo con que iban a hacer la devolución de las tierras, iban a prestar ayuda para poder trabajar en la agricultura y eso nunca fue así porque la tierra está tan dañada por tantos años con pinos y eucaliptus que para poder trabajar hay que ponerle plata y eso es lo que uno no tiene.” El trabajo al que se refiere Ingrid y que ha sido el más común en Temulemu en las últimas décadas es el de la siembra de avena y trigo anualmente entre abril y mayo. Pero las técnicas de rehabilitación de la tierra que se piensan en éste territorio siguen siendo a base de productos químicos y, por lo tanto, “para poder hacer una siembra grande es difícil porque se necesitan recursos”, explica Ingrid.
Y como substituyeron la actividad económica que suponía la siembra de cereales en mayores extensiones? “Sobreviviendo”, contesta con seriedad, Carlos. La ganadería ha ayudado bastante y la venta de hortalizas y frutas silvestres en mercados locales es la otra manera de sostener la familia. La comercialización se da de manera reducida y puntual, principalmente en “la vega de Traiguén del día sábado que es donde hartas lamienes de distintas comunidades llevan sus productos propios a vender, y luego en la feria de Traiguén que es donde se venden los animales”, cuenta Ingrid.
“Lo poco que puedes hacer en la tierra maltratada por las forestales es tener tu propia huerta para el consumo de la casa”. En general, todas las familias de la comunidad tienen su huerta para el autoconsumo. En esta esfera sí entran en juego los abonos orgánicos que se usan de manera tradicional, es decir como siempre lo han hecho los mayores. “Abonos orgánicos se usan pero en la huerta namás, en la siembra grande no: se le pone tierra de hojas, el guano de los animales y eso hace que la tierra sea más fértil”, explica Ingrid. Más allá de una bonita huerta, en sus 15 hectáreas recuperadas Ingrid y Carlos trabajan con ganado pero su principal ingreso económico proviene de trabajos que realizan fuera de su parcela: ella trabaja en la posta de salud de la comunidad y él maneja una camioneta escolar.
La realidad es que son ya muy pocas las zonas de bosque nativo y por eso Carlos explica que “la idea es hacer jornadas de trabajo colectivo, que llamamos mingakos, para reforestar, esa es una iniciativa para el futuro, eso y cuidarlo entre todos”. Los mingakos, otra tradición en peligro de extinción, se siguen dando ocasionalmente por ejemplo en la construcción de casas, en preparación de velorios o en grandes siembra de papas. “En este caso, por ejemplo, el dueño de la siembra da almuercito a todos y otro día otro tiene que cercar la parcela y llama a los peñis para que le den una mano”.
500 años de colonización y pacificación, 15 años de lucha por la tierra y algunos más de obstáculos neoliberales no han podido con esta comunidad mapuche que sigue en permanente resistencia.