De Nueva Zelanda a Curanipe
La organización de los envíos a los diversos clientes
(Fotografía: Luciano Contreras)
“Yo llegué aquí en abril del 2013 estuve contactando gente por todos lados: fui a PRODESAL, a INDAP, etc., llegué a una persona que tiene una ONG acá, ONG Costa Sur, que justo se había ganado un proyecto trabajando con diez productoras en cultivo orgánico. Ellos fueron los primeros que me dijeron ‘trabaja con nosotros’”. Este fue el puntapié inicial para que Raimundo comenzara a trabajar y conocer el sector de Curanipe. En esa primera instancia, Raimundo se incorporó a un proyecto que la ONG financió a través de un fondo FOSIS del Ministerio de Desarrollo Social. Participó en esa alianza Mercado Orgánico, que prestaba asesoría a las diez productoras que formaron parte de dicha iniciativa para el cultivo de productos orgánicos. De manera casi espontánea son las mujeres quienes se han ido incorporando al proyecto, las que se mostraron más receptivas a las posibilidades a producir bajo los principios de la agroecología y utilizar este nuevo canal comprador sugerido por estos “jóvenes” que venían de la ciudad.
Algunos maridos de las productoras un tanto recelosos al principio, terminaron posteriormente integrándose al proyecto, ya que constataron las ventajas que este representaba para la economía de las familias. En este caso, fue el cultivo de tomates cherry, que también formaría parte de los productos de Taringa, Restaurant santiaguino que formaba parte de la red que el proyecto armaba. Sin embargo, para Raimundo, el modelo de trabajo que estaba ejecutándose no generaba autonomía campesina y por lo tanto escapaba a las proyecciones que él tenía en el lugar. Con el devenir del proyecto, Raimundo y las productoras entendieron el potencial que existía para adquirir una mayor autonomía por parte de los campesinos y de esta forma se consolidó este grupo de trabajo inicial.
“El segundo año no se ganó el fondo para seguir trabajando con los productores. De las diez, yo vivía súper cerca de una de las productoras y mantuve muy buena relación con otra. Entonces empezamos a probar el sistema de venta directa por canastas”. Fue la Semana Santa de 2014 un momento clave que definiría la ruta que Raimundo seguiría en los años siguientes: “como vienen todos los surfistas en camioneta, coordinamos con ellos para que vendieran cinco canastas en sus familias y luego se las llevan”. De ese modo, el envío de los productos sale gratis. Así nació “Huertas a Deo”.[1]
En tal sentido, si bien Raimundo reconoce el “daño” que hacía el surf a la “cultura campesina”, justamente la llegada de surfistas colaboró, por otra parte, con el emprendimiento realizado, expresando que su iniciativa proviene de un contexto contemporáneo del que emergen identidades complejas como la suya.
De esta forma, en el año 2014 surge este proyecto al cual se han ido integrando paulatinamente otros miembros –en su mayoría de Santiago- que deciden instalarse en la localidad para trabajar en conjunto con los productores campesinos, incorporando en su propuesta aspectos relacionado con la producción agroecológica y los principios del Comercio Justo. El hecho de que otros miembros provenientes de Santiago se hayan incorporado en la iniciativa, representa la emergencia de una identidad compleja que se va constituyendo en torno hace referencia nuevamente a una que caracteriza el caso. Si bien Raimundo señala que esa primera experiencia fue un desastre en términos de logística, marcó un antecedente para comenzar una red de trabajo en torno a la agricultura orgánica y el comercio justo que representaba una experiencia totalmente novedosa para la zona.
Huertas a Deo: comercio justo, agroecología y comunidad.
Con el tiempo, al proyecto de Raimundo se comienzan a sumar más personas. Un amigo suyo presta una suma de dinero que les permite contratar de un diseñador y fundar un sitio web y una marca. Lo que en un comienzo fue un desastre empezó ahora a dar frutos: siguiendo la misma lógica de la venta en verde - “cada lechuga cosechada es una lechuga que se encuentra pagada previamente por el comprador, dinero que pasa directamente al productor”-, pasaron de vender cinco canastas de verduras a veinte semanales. Raimundo había encontrado un nicho.
Esto permitió tener una cuota fija de clientes que semanalmente solicitaban productos orgánicos de la zona a través del sitio web de Huertas a Deo. Raimundo y su ahora equipo de trabajo, recibían el dinero de la venta en verde, se contactaban con las productoras, se dirigían a sus hogares, les prestaban el dinero y luego, con los productos recolectados, armaban las cajas que luego salían directo a Santiago. De esta forma y abaratando costos, con tan solo un día de diferencia, una familia de la capital tenía productos frescos y orgánicos en la puerta de su casa. Puesto que Raimundo y su equipo fueron ganando diversos proyectos, tales como los Fondos de Innovación Agraria, el dinero pasaba directamente a las productoras a precios justos.
El crecimiento de la red actualmente tiene a Huertas a Deo con sesenta compradores de productos semanales. Ahora, el equipo cuenta con su propio vehículo que viaja con las cajas para el reparto a domicilio. Además, se sumaron a la red de venta de productos las ciudades de Talca y Concepción.
De acuerdo a los principios del Comercio Justo, los ingresos generados por la venta de las canastas se distribuyen casi de manera integral hacia las productoras, descontando solamente los costos generados por el traslado de los productos hacia Santiago, Talca Concepción y otras localidades del país. Complementariamente, desarrollaron el sello “Yo como tierra” para destacar a aquellos restaurantes y comerciantes que prefieren los productos de agricultores locales.
Para Raimundo, este trabajo tiene implicancias mucho más profundas que el valor económico que podría suponerse: “Para mí la cultura campesina, más allá de un sistema de producción de alimentos, es un sistema de cultivo humano también. Veo que cada vez nos estamos desconectando con nuestra humanidad y salimos perdiendo todos. Producir alimentos te da una virtud, una experiencia de vida, te educa, te ayuda a respetar los procesos, a tener paciencia, a trabajar físicamente, eso te ayuda mentalmente. Hay relaciones humanas, porque tienes que estar trabajando con el vecino. Para mí es la mejor escuela, la mejor medicina”. De hecho, cuenta con orgullo un caso ejemplar vinculado a esta iniciativa: “nosotros tratamos de que valoricen su trabajo campesino. La señora con la que partimos sufría depresión, varias enfermedades. El marido trabajaba afuera como maestro. Estaba sola, no tenía hijos. Tenía una pequeña huerta que producía solamente en verano. Ella pasó de tener un invernadero a tener cinco, o sea quintuplicó su unidad productiva. El marido vio que era negocio y dejó su trabajo y volvió a ayudarla. La idea es que ese ejemplo se replique y que no trabajen de forma individual, sino como organización”.
Raimundo no se resta a las proyecciones utópicas: para él, la vida campesina y la agroecología son herramientas de transformación social en su sentido más amplio. Si bien el trabajo que él y sus colegas realizan en la localidad de Curanipe es de pequeña escala, cree que la creación de iniciativas similares en otros territorios podría expandir la idea de volver a la vida campesina.
Para Raimundo el diagnóstico es claro. El uso de agrotóxicos, la agroindustria y la hegemonía del monocultivo, junto con la migración campo-ciudad, están llevándonos lentamente a una crisis alimentaria que puede tener consecuencias graves para la sociedad. De esta forma, para los miembros de “Huertas a Deo” el uso de la tierra, la soberanía alimentaria y la reivindicación del papel del campesino en las cadenas internacionales de producción de lo social son fundamentales y necesitan retomar urgentemente el rol que nunca debieron perder.
Transformando Curanipe
Además del trabajo en red de Huertas a Deo, Raimundo y su equipo se encuentra trabajando los residuos orgánicos de catorce restaurantes de la zona. Dado que la zona del secano costero tiene una alta producción de frutillas, la idea de los chicos es poder hacer compostaje con los residuos para utilizarlos como fertilizante en la producción frutal de la zona.
También realizan asesorías para el trabajo orgánico de huertas a personas que lo requieran, se vinculan de manera informal con estudiantes universitarios para realizar tesis o proyectos, realizan talleres en la cárcel de la zona para el trabajo con lombrices y además mantienen un vivero con plantas restaurativa. Todo organizado en reuniones semanales donde van definiendo los objetivos a seguir.
Incluso para celebrar se reservan un tiempo en medio de todas las actividades. Todos los jueves del mes, el equipo deja una instancia para compartir con las productoras y celebrar el cumpleaños más reciente. Aunque reconoce que existen diferencias entre las personas, roces y tensiones típicas de cualquier relación humana, Raimundo y su equipo esperan que el trabajo de la tierra sea una instancia colaborativa: “hemos notado que se ha perdido mucho la comunidad. Están todos los vecinos peleados. Se ven todos los días, pueden ayudarse, pero al otro día no se pescan. Entonces la idea es, de a poco, ir conectándolos nuevamente con algo en común que tienen, que es la producción de alimentos”.
Este año (2018) realizaron el primer Trafkintü – ceremonia ancestral mapuche que tiene como finalidad el intercambio de saberes - con agricultoras de otros lugares del país para intercambiar semillas. Se sugiere mencionar el origen de esta iniciativa y la conformación de redes con productoras de origen mapuche.
Al momento de entender los problemas de la realidad social, Raimundo coloca a la agricultura como un factor esencial: “todos los problemas que uno está viendo hoy día, que son problemas gigantescos, se pueden solucionar con la agricultura. Al final, la agricultura la gente la ve como una actividad más, de bajo costo, que no da plata. Pero con un sistema de agricultura sustentable se pueden arreglar todos los problemas del mundo”.
Otra meta es poder llegar al comercio local. Como una paradoja a ratos inexplicable, la zona urbana de Curanipe y Pelluhue le presta poca atención a la iniciativa: “queremos que los productores puedan abastecer a los seis mil habitantes de Pelluhue. Es nuestra idea a largo plazo. Nosotros hoy día enviamos a Santiago porque es la única forma de mantener la venta que tenemos. Pero esperamos que en un futuro la gente pueda valor la producción local. Hoy compran todo desde Talca”.
Un proyecto que junto con ayudar a las pequeñas productoras y productores de la localidad de Curanipe, busca también darle un carpetazo a un modo de consumir/producir lo agrícola en una región cuyas fértiles tierras son carne de cañón para la agroindustria y las forestales.
[1] La expresión “hacer dedo” en Chile se refiere al famoso “auto-stop”: suerte de institución informal donde un viajero solicita a los conductores llevarlos de un lugar a otro y ahorra su pasaje en autobús.