Una de las primeras (pre)ocupaciones de la comunidad productiva fueron las definiciones en torno al uso y distribución de los espacios. Parte de las hectáreas que recibieron en comodato está ocupada por un generoso bosque nativo que ellas, sin lugar a dudas, decidieron conservar. Marianela lo narraba de un modo muy bello: “se trata de trabajar nuestro propio alimento, guardaniando un monte de más de cuarenta y cinco hectáreas que tiene algarrobos, chañares, molles, una diversidad hermosa”. Atento a ello, la forma de ocupar, habitar y producir los espacios debía ser, desde el primer momento, lo más armónica y saludable posible con el entorno natural. Pero lejos de una mirada conservacionista vaga, se trata del convencimiento de que las intervenciones humanas sobre la naturaleza, tienen una enorme capacidad para “destruir o potenciar un lugar”.
En sus propios términos, si en el campo encontraron “tierra por trabajar y monte por conservar”, el desafío mampero trata desde el comienzo “no sólo de sostener sin deteriorar, sino de sostener y regenerar… poder ir un paso más allá de la sostenibilidad, para lograr la mejor expresión del monte, del bosque, de los cultivos”.
Y la “mejor expresión” no puede nunca alcanzarse con la ortodoxia de una técnica, o del encasillamiento en un modelo. Los/as mamperos/as siguen las enseñanzas de Rudolf Steiner[1]: la agricultura biológica dinámica, la antroposofía, la pedagogía Waldorf; pero sostienen que de los sistemas de pensamiento, sólo deben rescatarse aquellos elementos que puedan fácilmente adaptarse y amoldarse al contexto, dialogando con otras propuestas, con otras técnicas. “Lo único que no se transa[2] es el uso de agroquímicos, el uso de transgénicos. Tratamos de intervenir lo menos posible”.
Así, “potenciar un lugar” implica siempre desarrollar un sistema vivo, dinámico, que requiere de una lectura y relecturas permanentes de los ritmos naturales y grupales. También por ello, la noción de “temporalidad” ocupa un lugar tan central en sus discursos, insisten una y otra vez en que en el proceso se respetaron siempre los tiempos colectivos y de relación con el nuevo espacio, aquel entonces. “Vamos trabajando de a poquito, con las cosas que tenemos, con las cosas que podemos, pero que sea un convencimiento absoluto de lo que queremos”. Movimiento lento pero firme, la apropiación del territorio hizo pie en lo productivo: “lo primero que se hizo fue la huerta, porque lo central era el alimento”.
Y desde el alimento sano, desde aquella apuesta por la soberanía alimentaria, nacieron luego la autogestión de la salud, la permacultura, la transición cultural y los proyectos educativos con los/as niños/as de la comunidad. (...)
Actualmente existen tres espacios grandes de huerta con producción hortícola que ocupan aproximadamente una hectárea y dos lotes de agricultura extensiva: uno de siete hectáreas y media y otro de seis hectáreas y media aproximadamente. Con respecto a las huertas, se han propuesto sistemas diferenciados en virtud de las condiciones de producción: en una de las huertas se trabaja con plantas aromáticas y medicinales, tratándose de una tierra con mayor exposición al sol y con un suelo más pobre para la producción; otra de las huertas tiene un acceso mejor al agua, y es donde se produce la mayoría de las hortalizas y hojas; y un tercer espacio de huerta se encuentra en el medio del monte, cubierta con media sombra, lo que les permite cultivas algunas hortalizas, tomates y hojas en el verano.
Con respecto a la agricultura extensiva, han trabajado y producido fundamentalmente trigo, pero también han cultivado lentejas, arvejas, lino, mostaza y avena; es decir, han ido probando entre legumbres y cereales, tratando de diversificar siempre la producción lo máximo posible. De ello nos cuenta Sergio, uno de los pamperos fundadores que habita el lugar: “…hacemos huertas, chacras, y tenemos la posibilidad también de manejar extensivos que nos gustaría que se trabajen a mano pero, bueno, no hay tanta gente para que hoy en día abarcar tanta tierra y trabajarla a mano, pero ya va a llegar el tiempo, así que, bueno, por ahora se trabaja todo con tractor”. (...)
Asimismo, durante el año 2016, sostuvieron un almacén en la localidad de Villa Nueva, que abrían un día a la semana, y donde acercaban a la población no solo su producción, sino también bienes elaborados por otros productores agroecológicos de la región y la provincia. Hoy en día, decidieron cerrar el almacén, por el tiempo y energía que requería la presencia en la ciudad, y por considerar que es tiempo para “estar en el campo”.
Y “estar en el campo” es fundamental porque Mampa no trata simplemente de un proyecto productivo sino también de una opción por la vida comunitaria. “En mi vida vengo hace rato buscando la vida comunitaria, proyectos grupales, trabajar con la tierra, no hay arraigo a la tierra sin comunidad” insiste Leandro. Y la herramienta organizativa que más les ha servido para cimentar aquella elección de vida han sido las asambleas. Los/as jóvenes y sus familias sostienen dos tipos de asambleas semanales: las “expeditivas”, en donde organizan el trabajo semanal, deciden el cronograma diario y dividen las tareas; y otras que denominan “emocionales”, en las que abordan todos aquellos conflictos, sentimientos, pareceres que “traban” la armonía grupal.
Cuando les preguntamos si consideraban que sus acciones son políticas, las risas y las miradas cómplices se esparcen en el ambiente. Cuesta asumir “la política”, cuando ésta está tan vapuleada, tan manoseada, tan corrupta. Leandro rompe nuevamente el silencio y nos cuenta: “Estamos discutiendo eso, justamente. Si me preguntas a mí, yo creo que sí, pero es otra manera de hacer política: la revolución cultural de las consciencias, la transición cultural urgente”.
Existencias y consciencias en un camino de autonomía, los/as productores/as de Pueblo Mampa nuclean a toda la red agroecológica de la zona, de quienes aprenden, a quienes visitan frecuentemente y acercan soluciones agroecológicas y permaculturales, en función de sus necesidades particulares. Contribuyeron también a organizar la Red Nueva Semilla[3], que nuclea a 15 familias productoras estables, al sur de la ciudad de Córdoba, y a algunos otros productores ocasionales. Una red tejida en el encuentro de productores convencionales que emprendieron la reconversión orgánica a raíz de problemas de salud, y de productores que desde sus inicios optaron por la agroecología.
También, lograron el acuerdo con la Orden de la Merced y la administración de la Estancia Yucat, para avanzar progresivamente —en la medida del desarrollo de sus capacidades productivas— en la reconversión productiva de cada vez mayores extensiones del campo: de extensivo-transgénico, a extensivo e intensivo agroecológico. En función de ello, postularon para la convocatoria 2017 de Proyectos Especiales ProHuerta del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria, con la idea de obtener/reparar un parque de maquinarias viejas para el desarrollo de la agroecología regional.
Movimiento lento pero firme, “trabajando de a poquito” crece desde Mampa la liberación de la alimentación y la alimentación de la libertad. Y, para ellas, más allá de su propia experiencia, es fundamental “generar un modelo para que otras personas que vean el proyecto les den ganas de hacerlo. Que lo repliquen de acuerdo al lugar, las condiciones, que se puede hacer”.
[1] Filósofo austríaco (1861-1925), fundador de la antroposofía, la pedagogía Waldorf, la agricultura biodinámica y la medicina antroposófica.
[2] Transar, en este caso, es sinónimo de negociar.
[3] La red Nueva Semilla tiene actualmente 10 años de existencia, la cual comienza como grupo de cambio rural del INTA y Pueblo Mampa participa de ella desde mediados del año 2014.