Características del campesinado
Rogelio de Jesus Osorio, Vice presidente ASTRACAVA
El campesinado de La Moralia y de Venus, como se ha dicho, se caracteriza por haber cargado con altas dosis de dolor y sufrimiento y, a la vez, haber mantenido la capacidad organizativa. Son comunidades relativamente pequeñas que viven en extensiones también pequeñas de terreno. El corregimiento de La Moralia tiene 632 habitantes y 1.069 hectáreas de extensión y el de Venus tiene 270 habitantes y 2.198 hectáreas de extensión en una zona más alta y boscosa de las montañas andinas que incluye una Zona de Reserva Forestal. La Moralia tiene un caserío o pueblito donde se encuentra el colegio, algunas tiendas y una cancha para diversos deportes. El núcleo de Venus, en cambio, es una hilerita de casas que incluye solo una tiendita-panadería, pues en este corregimiento la mayoría de familias viven en casitas de madera disgregadas alrededor de las extensas lomas.
“Tenemos una cultura campesina porque hemos nacido y nos hemos criado en el campo, con lo que dejaron los ancestros”, explica don Heber. La gran mayoría de esta población es mestiza y no se reconoce como afro o como indígena sino como campesinos. Se trata, en un alto porcentaje de la población, de personas desplazadas por el conflicto armado o llegadas a Tuluá en busca de tierras para trabajar. Don Rogelio, nacido en tierras de Antioquia, llegó a Venus con su familia a los 16 años y a sus 73 explica que “por acá en este sector habemos mucha gente antioqueña, gente de El Valle, de Caldas, del Cauca, del Tolima… mejor dicho esto es una mezcla de campesinos trabajadores que vienen a cultivar la tierra”, se ríe.
El líder comunitario don Alonso asegura que “como campesinos somos solidarios con nuestro vecino, cuando yo me enfermé tuve la solidaridad de mis vecinos y de la organización”. En efecto, la comunidad vive en buena armonía en el caserío de La Moralia y en las fincas del resto del corregimiento. “El futuro no está en la ciudad, el futuro de Colombia y de todo el mundo está es en el campo, porque acá es donde contamos con todas las riquezas. ¿Qué no tenemos mucho dinero? Bueno pero mirá la naturaleza que tenemos, el agua, la comida… En la ciudad si no tengo 1.000 pesos para un plátano, ¡no me lo puedo comer!”, exclama, maravillada de vivir en su comunidad, Sulay Enerieth Zamudio, una líder campesina de una pequeña vereda de La Moralia llamada La Alejandría.
El líder campesino don Alonso comprando su mazamorra en La Moralia
Educación, jóvenes y salud
Los niños y jóvenes a nivel general están posiblemente un poco por fuera del entramado de la organización y ésta reconoce que debe fortalecer el nivel de vínculo de las nuevas generaciones con los comités agrarios. Don Heber, como líder de ASTRACAVA en la actualidad, es consciente de que hay mucho trabajo por hacer: “no podemos desconocer el proceso organizativo porque de ahí nace el desarrollo para las comunidades, y obvio que nos falta mucho trabajo de concientizar a la gente para que no se acabe la cultura campesina, porque al paso que vamos… hay que luchar, buscar apoyos, que la juventud no salga del campo, porque el mismo sistema se los lleva”, explica preocupado.
En la Moralia hay una institución educativa que la comunidad valora muy positivamente a pesar de que, como dice don Heber, “no les enseñan a sembrar una mata de café sino a ir a la ciudad a estudiar”. En ella estudian 262 estudiantes de varias comunidades que se acercan cada día al caserío de La Moralia. ”Falta apoyo de los entes gubernamentales para que los jóvenes no tengan que ir a la ciudad para poder ganar algo digno, porque en el campo el trabajo es duro y no es recompensado económicamente”, añade doña Sulay. “Es muy poquito el joven que dice yo voy a estudiar y luego me voy a quedar acá y voy a montar mi unidad productiva y voy a apoyar la comunidad y voy a luchar con el proceso… no, es muy difícil, hay que hacerles ver que el futuro no está en la ciudad, está en el campo”, continua la líder de La Alejandría.
Lo que realmente no hay ni en La Moralia ni en Venus es un puesto de salud en funcionamiento – en el caserío de La Moralia hay uno, viejo, pero está vacío y abandonado. Para ser atendidos por una enfermera deben bajar a la vereda más cercana, La Marina, donde si hay atención médica. Sin embargo, varios mayores y mayoras han mantenido la tradición cultural de usar plantas medicinales para sanar dolores comunes y, a falta de instalaciones médicas, muchos tienen su huerta medicinal. En general hay buen acceso a agua, aunque el servicio a nivel de gestión pública está mal atendido. En el caserío si existe un sistema de acueducto pero en las fincas del resto de veredas las mismas familias, de manera autónoma, instalan mangueras desde las quebradas o nacientes de agua más próximas hasta sus casas.
Comité de Víctimas del Paramilitarismo organizado a través de ASTRACAVA
La mujer campesina
Sulay Enerieth también explica, en el marco de la educación y la formación de la organización, que “se está trabajando la cuestión de género: en varios comités agrarios hay comités de mujeres en los que se viene trabajando la independencia económica de la mujer respecto al esposo, en esos grupos se están creando proyectos productivos para que ellas tengan un ingreso propio y no tengan que estar sometidas a lo que el esposo les quiera brindar”. El comité de mujeres de La Moralia, por ejemplo, ya ha logrado por medio de la asociación un proyecto de una planta para sacar abstractos de plantas medicinales en el que trabajaran de manera cooperativa: una excelente manera de transformar las materias primeras y sacar a la venta ya los productos finales.
A pesar del esfuerzo de toma de consciencia, respecto a la estructura machista presente en el campo, que se está haciendo desde el proceso organizativo, la situación de la mujer en el contexto familiar sigue siendo a veces un poco difícil al quedar encargada de todas las labores domesticas. Doña Nelly Pérez, la esposa de don Heber, tiene 45 años, 7 hijos y 8 nietos. Regenta una casa en la que viven 13 personas, 3 de ellas menores de 5 años a las que cuida mientras prepara el almuerzo para toda la familia y limpia la ropa, la casa y la finca. Toda una heroína que explica que “el trabajo en la casa es más duro que en la finca: es una cosa, y otra y haga aquí y haga allá y nunca se ve el trabajo de uno”.
“Hoy me levanté a las 3 de la mañana, despachamos a los sobrinos y al nieto a la escuela y luego hicimos desayuno para el resto, y para el trabajador, luego me fui para allá a sembrar unas maticas en la huerta: tomate, pimentón y un frijolito, y de ahí me vine y acá haciendo oficio… pero para mí es muy chévere el campo, no me gustaría el pueblo por muchas razones”, explica Nelly. Interesantes razones, a propósito: “la primera, por la familia: la familia en el pueblo se vuelve muy tremenda, viciosa, luego por la cuestión económica, que allá todo hay que comprar, hasta para hacer sancocho, para el ranchito hay que pagar arriendo… y luego el calor, allá hace mucho calor”, enumera, contenta.
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