Una familia multicultural
En el kilómetro 37 y medio de dicha Ruta CH115 y a 100 metros del cruce que va hacia la Reserva Nacional Vilches, parcela #299, lote 6, encontramos a la familia Moons Herrera, quienes poseen alrededor de seis hectáreas, tres de ellas destinadas al cultivo de crisantemos de macetas (Crisantemun moriflorium). Esta es una familia de origen chileno-belga, que luego de idas y venidas desde Bélgica, decidió construir su proyecto de vida asociado al campo y, específicamente, a la producción de flores.
Alejandra Herrera, profesora de filosofía (chilena) y Walter Moons, programador computacional (belga) conforman un matrimonio mixer. Se conocieron viajando como mochileros hace 25 años y cuando se consolidaron como pareja decidieron que lo que querían era vivir en el campo. Llegaron hasta Osorno (ubicado en el sur de Chile, en la provincia del mismo nombre), buscando campo. La decisión implicaba tener un determinado oficio, realizar una actividad compatible con el lugar de vida, en Osorno encontraron vacas, pero sintieron que no sabían qué hacer con esos animales tan grandes. Osorno también estaba lejos de los centros de abastecimiento. Por todo ello, en aquel entonces Osorno no fue una alternativa para instalarse.
Alejandra trabajaba tres días a la semana como profesora en Santiago, para así, destinar el resto de los días a viajar en búsqueda de campo. En una oportunidad en la cual no resultó la compra de un sitio en Pelarco, fueron a campar a orillas del lago y cuando iban bajando, Alejandra indicó que quiere vivir exactamente en ese lugar, de ese modo actualmente viven allí. “Me impresionó lo verde que era este lugar, me encantó desde la primera vez que lo divisé”, relata Alejandra. Fue una especie de amor a primera vista con este territorio localizado casi en la pre-cordillera de Los Andes.
En este lugar encontraron justamente un letrero que indicaba la venta de esas hectáreas (3,5 hectáreas) con todos los papeles en regla, hablaron con la dueña, su abogado y tardaron solo una semana en comprarla. Lograron realizar esta compra con los ahorros que Walter tenía destinado a su viaje proyectado en sus años sabáticos (tres a cinco años).
“Es como el destino. Yo le dije a mi compañero, Walter yo quiero vivir aquí, aquí. Y de pronto nos encontramos con un letrero que dice: Se vende”, recuerda.
Primer intento
Ya en su nuevo hogar, comenzaron con un primer proyecto agrícola de producción de hortalizas exóticas (Bruselas, porotos verdes anchos y repollo rojo) el cual los llevó al fracaso por ser de carácter pequeño, de costos altos, físicos y económicos, además del poco mercado existente en la época en Talca, lo cual no daba para mantener la vida. “Lo plantamos en esa época no se vendía, nos fue muy mal”. Quedaron sin posibilidades de crecer en la producción de sus hortalizas y decidieron volver a Bélgica.
En la complejidad de la situación, Walter regresó a Bélgica, ya que se enteró que en su país había un auge muy fuerte de trabajo, especialmente relacionado con la programación y actualización de distintos sistemas. Alejandra se quedó en Chile, intentando vender lo que producían, lo cual resultó muy difícil. En ese momento Alejandra decidió unirse a Walter con Lowie, su primer hijo, y establecerse en Bélgica por un tiempo.
La pareja vendió por un valor simbólico a un primo su propiedad del campo, con el compromiso de que podrían comprar nuevamente el terreno en caso de regresar a Chile. Entre tanto, los padres de Alejandra se mudaron al campo, al lado de la casa que había sido de la familia.
Reiniciando la vida en Chile: la producción de crisantemos
Luego de cuatros años en Bélgica, con la sensación de fracaso de su primera experiencia en el campo, la pareja reunió nuevamente dinero suficiente para regresar a Chile. Alejandra y Walter retornaron en 2002, para ese entonces ya había nacido Lila, su segunda hija.
Alejandra como profesora de filosofía retornó a dictar clases a Chile, con el apremio de que Bélgica les aseguraba solo dos años más con el sueldo mínimo, por tanto, la familia tenía ese tiempo para volver a intentar una nueva experiencia como productora en el campo.
Recuperaron/compraron el campo de nuevo al primo. Desde la incertidumbre de no saber qué hacer para proyectarse en el campo, decidieron hacer una prueba plantando una línea de crisantemos –50 unidades– que Alejandra había traído desde Bélgica de regalo para su madre. Descubrieron que las flores se dieron con éxito, puesto que el clima favoreció el cultivo.
El proceso no fue fácil. Al año siguiente de probar con esa línea, Walter plantó 500 crisantemos en una parte del terreno que estaba buena, el resto estaba duro. “En ese momento comenzamos a plantearnos con más seriedad el tema de los crisantemos”, dice Alejandra.
En un comienzo ella y Walter no consiguieron vender su producción de crisantemos en el comercio local. Luego, por medio de contactos consiguieron compradores en la feria de flores, instalada en la ciudad de San Bernardo, próxima de Santiago. Para ese entonces, la madre de Alejandra recibía asistencia técnica desde el Instituto de Desarrollo Agropecuario (INDAP).
En una de esas visitas, un miembro de INDAP, les comentó que conocía a una mujer vinculada a una gran tienda especializada en materiales de construcción y productos de casa y jardín (Sodimac), con quien podía establecer vínculos y así vender las plantas. Incrédula aún, Alejandra comenta que efectivamente la persona encargada, realizó una visita, para observar las flores, y luego de verlas decidió comprarlas inmediatamente.
Nos dijo “esto es lo yo quiero, porque las había visto en España y aquí en Chile no las tiene nadie, mañana mando un camión. Pero para el próximo año no quiero menos de 3.000 plantas”, rememora la agricultora.
En ese momento contaban con 500 plantas, las cuales vendieron en su totalidad, con el compromiso de no tener menos de 3.000 plantas para la temporada siguiente. Eso resultó un golpe de suerte, desde ese entonces pasaron 13 años, y actualmente producen 45.000 plantas por temporada.
El trabajo lo desarrolló principalmente Walter y toda la familia, más colaboradores que trabajaron en diversas labores: plantar, desmalezar, embolsar, transporte, etc. “Por suerte el crisantemo es resistente y no hemos tenido mayores problemas en su producción en todo este tiempo”.
(...)
Don Alberto, el trabajador de la plantación y los crisantemos en etapa de crecimiento.
Actualmente, la producción continúa vendiéndose a Sodimac, a través de una empresa intermediaria que se ha mantenido en esta función. Alejandra reflexiona, y comenta que crecieron con Sodimac hasta donde pudieron. El tratamiento del producto en Sodimac es distinto, no tienen vínculos directos con esta empresa, les paga con un plazo de 90 días, la relación de negocios es compleja, ellos tienen acopiadores de plantas, lo que provoca que las plantas lleguen más viejas a la tienda.
Por este y otros motivos en la relación con la multi-tienda, esta familia prefiere trabajar –vender- a viveristas pequeños y feriantes, a quienes les venden 100 plantas al menos.
Entregan la planta con maceta y bolsa –por un tema de transporte y carga- las macetas las mandan a hacer en Renca, actualmente conservan el vínculo por el macetero con los maestros de Renca, pero las bolsas las compran en Holanda, porque no les funcionaron muy bien las que mandaban a hacer en Renca. Además, en los últimos tres años, son independientes del flete del Sodimac, es decir, cada vez son más independientes de esta empresa.
El proceso que esta familia ha vivido en el campo, fue de un constante aprender haciendo. Aprendieron bastante sobre las plantas, los trabajadores del campo les colaboraron mucho en el proceso de aprendizaje en el tratamiento de las plantas.
Una opción de vida alejada de la jungla urbana
Para esta familia vivir en y del campo constituye una opción de vida, por la cual han tenido que asumir las labores del mismo, en un lugar duro de vivir, pero también valoran una vida distinta, más clara y sosegada en todos los sentidos. Como siempre resalta Alejandra, parafraseando al filósofo alemán Martin Heidegger, vivir en Perquín es “habitar poéticamente la provincia”.
Existe un vínculo no formal de amistad y cooperación con otras dos familias que producen flores, las cuales al igual que ellos, tuvieron que aprender en este nuevo rubro, ya que eran hortaliceros, remolacheros, así aprendieron juntos, y se reinventaron.
Esta familia se siente agradecida de ser parte de esa comunidad, muy prospera con vínculos fuertes de amistad y colaboración entre los vecinos. En conjunto con otros miembros de la localidad optaron por una vida en contacto con la naturaleza. De ese modo, en la medida que consiguen sustentarse de la actividad agrícola, representan un obstáculo a la destrucción del espacio rural a manos de la expansión urbana y de las parcelas de agrado para descasar los fines de semana.
En definitiva, la dedicación de muchas familias de productores tradicionales y recientes –como los Moons Herrera- para dedicarse a las actividades agrícolas y por cuidar de la naturaleza ha permitido que la expansión urbana todavía no ocupe las mejores tierras de la región del Maule.