Los weenhayek al igual que otras culturas indígenas habitan sus tierras desde antes de que la colonización española se imponga. Desde aquellas épocas, moran, parte del bosque bajo del Chaco boliviano y argentino. En el norte de Argentina a los weenhayek los llaman Wichis, que significa “gente”, explicó don Roberto.
En 1992, la parte boliviana fue reconocida por el Estado, mediante Decreto Supremo 23500, como Territorio Indígena Originario. De ese modo el territorio weenhayek cubre una franja que inicia en Villa Montes y termina en Yacuiba y se compone de dos áreas: El Área 1, del extremo sur del Puente Ferrocarril (Villa Montes) es hasta la intersección de la línea de hitos internacionales. El Área 2 comprende la intersección del gasoducto Santa Cruz- Yacuiba, con el margen sur de la quebrada de Timboy. La existencia de estas dos áreas significa que es un territorio descontinuado.
El Territorio Indígena Weenhayek está organizado por capitanías comunales en las comunidades y éstas son agrupadas en la Organización de Capitanías Weenhayek y Tapieté de Tarija (Orcaweta), la cual es presidida por el Capitán Grande.
Los datos de la cantidad de la población weenhayek varían. Según el Censo 2012, se autoidentificaron 3.322 mujeres y hombres como parte de esta cultura (el Censo de 2001 registró 973 personas). Esta información fue cuestionada por Orcaweta que asegura que a 2017 cuentan con alrededor de 8.000 habitantes. Otro dato encontrado, es el brindado por el Centro de Estudios Regionales de Tarija - Pueblos del Chaco (Cerdet) que habla de unas 5.000 personas, aproximadamente.
Otra información que varía es el número de las comunidades debido a su dinámica de desdoblamiento; según Orcaweta en la actualidad llegan a 210 comunidades.
Para llegar a la Peña Colorada, uno de los lugares donde pescan los comunarios, se debe ingresar por Villa Montes y atravesar varias comunidades, ubicadas al margen derecho del Pilcomayo.
Pese a que las comunidades no están muy lejos de la población de Villa Montes (se llega entre 20 a 120 minutos), no hay mucho transporte público desde allí y entre las comunidades weenhayek. Las únicas movilidades que ingresan son los denominados “expresos”, que cobran desde 50 a 120 bolivianos, dependiendo las distancias, monto que puede ser divido hasta en cinco personas. Similar situación ocurre en la parte que está en Yacuiba.
En los últimos años, algunos de los indígenas se transportan en automóviles propios y, principalmente, en motocicletas, según contó el secretario de tierras y territorio de Orcaweta, Dionisio Torrez Quiroga.
La familia en la pesca
Debido a las distancias entre las comunidades y de éstas con el río, en la época de pesca —Waahatnàm en idioma originario y también llamada "tiempo de abundancia”, que dura de mayo a septiembre—, los comunarios prácticamente se trasladan a lo largo de las orillas del río, donde habitan construcciones precarias que les sirven de casas a ellos y a los trabajadores que llegan de diversos lugares para esta labor. Esto les facilita estar pendientes de una buena oleada de sábalo o surubí a cualquier hora de las 24 del día.
Campamentos a orillas del río Pilcomayo
En el caso de la familia de Roberto y Andrés Salazar, por ejemplo, en su concesión, que le corresponde en la parte del río Pilcomayo, estaban sus dos hermanos y su hermana, sus esposas, dos de sus hijos, sus nietos y alrededor de 40 trabajadores que se emplean con ellos. Lo mismo sucedía con su vecino de pesca, Francisco Nazario, quien estaba con su hija Marcelina y sus nietos, además comparte la concesión con su hermano acompañado, también, por su extensa familia.
Además de estas concesiones, en el río se encuentran los “pollereros” quienes pescan simplemente con una pequeña red (denominada “pollerita”, de ahí los “pollereros) y en espacios reducidos.
Por la presencia de toda la familia weenhayek en el río durante la época de pesca, el calendario escolar es diferente al que se aplica en Bolivia: las clases inician en agosto y terminan en mayo.
“Mayormente nos quedamos toda la época de la pesca aquí, dormimos aquí, vivimos aquí con los hijos, los primeros meses de agosto ya se van algunas personas porque las wawas tienen que ir a la escuela, sí o sí tiene que irse”, relató Marcelina Pérez, una comunaria de 32 años, mientras cargaba a su hijo más pequeño de los cinco que tiene.
Por ello, aquella tarde, en el río se encontraban bastantes niñas, niños y adolescentes que de rato en rato corrían y jugaban por el borde y cuando tocaba pescar, ávidos iban a jalar la enorme red que usan para pescar. También, a unos metros del borde del río, se instaló una suerte de cancha de fútbol donde los pescadores se entretenían en los momentos de espera de las oleadas.
De esa forma, los niños se empapan con la pesca la cual pasa de generación en generación como una pedagogía para la vida, como ocurre con todos los pueblos y culturas en que los niños participan de las actividades familiares y comunales. Así ocurrió con Roberto y sus hermanos Abelardo y Andrés que desde niños aprendieron el oficio y ahora se encargan del mismo.
Los hermanos Salazar recordaron que antes solo se pescaba para consumo propio y que recién en los años sesenta del siglo XX empezó la comercialización de sábalo.
“El olor de pescado era fuerte. Si uno iba a querer vender al pueblo (a Villa Montes), decían ‘no, es muy hediondo’. Después ya empezaron a comprar los tarijeños, venían en camiones antiguos y grandes, entonces el pueblo ya empezó a probar el pescado que era muy rico”, rememoró don Roberto.
El monte y la recolección
En el territorio existía una gran variedad de biodiversidad por eso los weenhayek se provisionaban solamente del lugar, de ahí que se les conocía como autosuficientes porque obtenían del monte no solo su alimentación (frutas y animales silvestres como venado y chacho de monte) sino también material para elaborar sus artesanías y vestimentas.
Además de dedicarse a la comercialización del pescado, esta cultura es recolectora de frutas silvestres, de miel de palo y la elaboración de artesanías. Pero, estas actividades con los años tropiezan con el hecho de que los productos del bosque se mermaron debido a las exploraciones hidrocarburíferas y al desmonte realizado por los ganaderos.
Actualmente para encontrar productos las artesanías, por ejemplo, caraguata, ancoche, carnaval, caña bambú, afata, tusca y roble, deben adentrarse mucho más que antes en el bosque.
La artesanía, otro sustento
Antes y después de la época de pesca, tanto las mujeres como los hombres se dedican al confeccionado de artesanías. “Somos artesanos culturalmente”, dijo con orgullo don Andrés.
Con la fibra natural de la caraguata, las mujeres realizan llicas (bolsos) con fibra de caraguata y canastas hechas de palma. Pero esta actividad solo es realizada por las mujeres mayores y no así por sus hijas y nietas, por lo que en poco tiempo puede perderse.
Freddy Cortez, comunario de Capirendita y ex autoridad de Orcaweta, atribuye esta situación a que las niñas y jóvenes ya tienen acceso a otras actividades como el estudio y a que los costos de venta no cubren el tiempo la elaboración de los productos. Dice que la confección de un bolso, por ejemplo, demora una semana —desde la recolección de caraguata, pasando por la transformación de esta a fibra, hasta el tejido— y es vendido solo, aproximadamente, a 30 bolivianos.
Los bajos costos es un tema que le afecta a doña Estela López, segunda Capitana de la comunidad Quebrachal, quien aprendió el arte de las llicas desde niña pero que ahora vende sus productos en el mercado de Villamontes a un precio muy bajo. “Poco se vende”, dijo. Por ese motivo ella teje con pausas más largas, y es la razón en que cuando se la visitó, al día siguiente de conocer el río, no tenía productos para lucirlos y solo se pudo apreciar una llica que llevaba colgada una de sus vecinas.
A diferencia de la artesanía de las mujeres, la de los hombres todavía pasa de generación en generación. Es el caso de la familia Salazar, don Roberto y don Abelardo trabajan junto con sus hijos la elaboración de muebles como mesas, sillas o estantes con la materia prima de ancoche, carnaval, caña bambú, afata, tusca y roble etc.
“Hacemos estantes, libreros pequeños tejemos, con la fata, lanza perilla que recolectamos en el monte. Cada uno (comunario) se trae cinco, 10 amarros que dura de tres a cinco semanas, según el trabajo”, explicó en el río don Abelardo cuando reparaba junto a sus hermanos el otro extremo de la red averiada.
“No hay tan buena venta, no se gana (mucho) pero por lo menos sirve”, relató el también profesor bilingüe de la comunidad La Misión, que está próxima a la comunidad donde habitan sus dos hermanos. (...)
La educación bilingüe y la misión sueca
Don Abelardo enseña a sus alumnos el español y el weenhayek. Probablemente, este pueblo, después del pueblo chimané, que habita los bosques del departamento de Beni, sea la cultura indígena que mejor preserva su idioma. De fondo en la conversación con don Abelardo se escuchaba a los niños que hablaban weenhayek, idioma perteneciente a la familia etno-lingüística mataco-mak'á y al grupo dialectal mataco-noctenes, según estudios de la misión sueca.
A este territorio llegaron varias misiones extranjeras, pero la más influyente e importante fue de origen sueco, que llegó al territorio en la década de 1960. Ésta empezó un proyecto de desarrollo centrado en las áreas de Educación Bilingüe, construcciones de internados y escuelas, enfermería y salud, derechos humanos, tierra y territorio y en la obra cultural y espiritual.
La importante influencia que tuvo esa misión en el pueblo weenhayek, se evidencia por ejemplo con las faldas largas que llevan las mujeres similares al de las campesinas suecas y al hecho de que la mayoría de los comunarios no consumen bebidas alcohólicas ni pijchan coca, actividades que son mal vistas en esta cultura, explica Neyver Espindola, comunicador del Cerdet Tarija.
Pero el impacto más agresivo que tuvieron los misioneros suecos fue en la afectación a su cultura.
“En la época de la Colonia (los weenhayek) no se dejaron evangelizar por los jesuitas, pero en la República no pudieron evitar la presencia de los protestantes que influyeron en su ideología religiosa y los indujeron a cambiar sus mitologías y creencias ancestrales por el cristianismo. Ese primer impacto fue contundente, ya que no tuvo el mismo efecto que en otros pueblos indígenas evangelizados (…). La incursión de los misioneros fue sistemática y produjo transformaciones lamentables en la identidad étnica. Sin embargo, los religiosos aportaron en educación y en la protección jurídica del territorio cuando los weenhayek estaban desorganizados”, se lee en la página web http://www.educa.com.bo.
Salud y acceso a agua, temas pendientes
La mayoría de las comunidades cuentan con una escuela y con energía eléctrica. De acuerdo con Moisés Sapiranda hay uno 450 alumnos en el territorio. Por ejemplo, la comunidad de doña Estela luce una escuelita de cemento donde se imparte solo la educación primaria de forma bilingüe.
Pero el acceso a la atención de salud y agua aún son temas pendientes que afectan a los comunarios de esta TCO.
Si bien cuenta con un micro hospital en Capirendita y postas de salud en Tres pozos, Algarrobal, Viscacheral y Resistencia, el resto de las comunidades sufren por la ausencia de un establecimiento sanitario.
“Posta (de salud) no tenemos, veníamos a la posta de los guaraníes, pero ahora nos queda lejos porque lo han trasladado más allá, hay que caminar lejos”, comentó Marcelina Pérez respecto a la ausencia de servicio médico en la Comunidad San Antonio donde ella y su familia vive.
Otra de las ausencias que afectan en el territorio es el agua potable.
“Agua mire, uh, pa qué le cuento. Del agua venimos sufriendo casi cuatro o cinco años. No hay agua potable, nos han cortado teníamos agua, compartíamos con los guaraníes, pero nos han cortado, nos han dado otra agua que no nos han durado ni dos meses. No sabríamos decir por qué porque mi capitán no sé cómo trabajan con el Capitán Grande. Ahora que está clarito el agua de río, se baja a lavar ropa, pero (esa agua) para tomar no sirve”, reclamó Marcelina a orillas del Pilcomayo.
Pese a que el territorio es atravesado por cañerías que transportan el gas licuado de los pozos de Santa Cruz hasta Argentina, el territorio no cuenta con gas domiciliario.
“Pasa la cañería y no llega gas a nuestras comunidades. Cocinamos a leña no más. Los jóvenes ya se compran garrafa, porque (para conseguir) leña hay que andar kilómetros”, dice don Abelardo.
Respecto a la migración, el Capitán Grande de Orcaweta, Moisés Sapiranda, explica que los jóvenes migran principalmente a Argentina a emplearse de albañiles y que esa situación se dio con más fuerza en la época de la crisis de la pesca (2010-2015), pero que ahora se siente un retorno de los que se fueron y muchos de ellos se dedican a la actividad pesquera.
Poca visibilización política de las mujeres
No se tiene el dato del porcentaje entre hombres y mujeres dentro del territorio, “pero debe haber más mujeres”, señala Freddy Cortez.
Al igual que en el resto de los pueblos indígenas de Bolivia, entre la cultura weenhayek, las mujeres aún no tienen mucha visibilización política.
Delma Galarza Costas, técnica encargada de género del Cerdet explica que aún no hay un fortalecimiento del grupo de mujeres, las cuales solo se hacen visibles en la producción de artesanías, y que aún no se generaron líderes, puesto que no están organizadas ni siquiera como artesanas. Señala que entre las comunidades hay una capitana y otras sub capitanas. Es el caso de doña Estela López, que es segunda Capitana de Quebrachal hace cinco años.
Doña Estela es delgada y tiene alrededor de unos 60 años. Habla con voz suave y con grades pausas. Antes de contestar cualquier pregunta busca en su mente las palabras adecuadas en español pues ella, como la mayoría de las mujeres mayores del pueblo weenhayek, habla más su idioma originario que el castellano.
Doña Estela, sentada a la derecha, junto a su vecina y nieta.