Características de la comunidad mandiyaqueña
Según Carolina Muchavisoy, “los protagonistas de esta historia son los abuelos, los que vinieron para acá”. Mayoras como Otilia Jansasoy, la mamá de Luz Garreta Jansasoy, y Rosa Elena Muchavisoy, la mamá de Ariel Muchavisoy, las dos abuelas de Carolina, protagonizaron junto a unas veinte familias el regreso a la tierra ancestral de las veras del río Mandiyaco durante los años ochenta. Doña Otilia justifica que se trataba realmente de volver porque “mis abuelos habían habitado estas tierras del Mandiyaco, pero como no había escuela y eran tiempos difíciles se fueron para Condagua”, otro resguardo indígena inga que queda más cerca de la carretera y de Mocoa pero que con el tiempo ha quedado pequeño para tanta población. “Los protagonistas son los que ancestralmente han habitado y llegado a esta tierra, los Acuas y los Incas, la Amazonía y Los Andes”, relata la profesora Estela García, haciendo referencia al origen ancestral mixto del pueblo inga.
De cualquier modo, cada vez que un comunero del Resguardo Inga Mandiyaco, trabajando la tierra, encuentra enterrados una ollita de cerámica o un sello de estampar ropa, se demuestra que ésta, como la mayor parte de tierras de América Latina, es tierra ancestralmente habitada por sus pueblos originarios. Como se contará en el siguiente apartado con detalle, el acceso y control de la tierra se ha dado a través del trabajo, del cultivo de comida y plantas medicinales y del mantenimiento y recuperación de los usos y costumbres del pueblo inga en relación con su territorio, todas dinámicas que con el tiempo fueron merecedoras de la creación del Resguardo.
Población y etnoeducación
El departamento del Cauca tiene 1, 404 millones habitantes, mientras que el del Putumayo tiene 354.094 (DANE, 2016). A su vez, los dos municipios que colindan al lado del Resguardo Inga Mandiyaco son el caucano Santa Rosa y la putumayense ciudad de Mocoa. El primero tiene 9,827 habitantes, con una mayoría de población rural y Mocoa tiene 31.719 habitantes de los que solo 43% viven en el ámbito rural (CENSO, 2003). Dentro de los límites del Resguardo Inga Mandiyaco viven actualmente personas que han provenido de los dos lados de la frontera departamental pero que hoy día pertenecen definitivamente al municipio de Santa Rosa y a su resguardo indígena. En total son 163 habitantes según cuenta el gobernador Benigno Chicunque.
De éstos, 8 son infantes de entre 0 y 5 años y 15 son niños y niñas de entre 5 y 11 años. Todos ellos cuentan con una escuela de la Institución Educativa Sumak Kawsay –Buen Vivir en inga y en quichua. La sede principal de esta institución está en la vereda de Santa Marta, a unos 15 minutos caminando desde el resguardo, donde vive otro cabildo indígena del pueblo vecino Yanacona. Es allá donde pueden ir a estudiar los niños y jóvenes de entre 11 y 17 años. De este modo, los estudiantes que egresan de la escuela Sumak Kawsay en Mandiyaco tienen dos opciones si quieren continuar estudiando, como explica Kelly: “Yo voy al colegio Fidel del Monclar en Mocoa. Allá somos cuatro de mi edad que salimos del resguardo, los demás se fueron para Santa Marta”, a la sede principal de la Institución Educativa Sumak Kawsay.
Los infantes de hasta 5 años han tenido durante bastante tiempo una educadora infantil, pero hace pocos meses ésta dejó el trabajo y ahora cuentan con una madre comunitaria que los cuida. El otro grupo etario hace cinco años que aprende con la profesora Anabel Gaviria Mutumbajoy, una docente del pueblo kamentsá que proviene del Valle de Sibundoy, al sur del Putumayo, y especializada en etnoeducación. “La etnoeducación mantiene una relación entre la educación occidental y la educación propia, una relación donde se pueda conocer la importancia de las dos siempre sin perder la identidad cultural”, explica la profesora Anabel. El Plan de Vida que se empezó a tejer en el 2008 fue el que dio inicio a la construcción de una educación propia para fortalecer los conocimientos ancestrales y trabajar desde la práctica.
La mayor parte de los jóvenes al terminar el colegio pasan a trabajar en la finca, con sus padres o ya en el proceso de formar su propia familia. En algunos pocos casos, cuando hay mucha voluntad y se reúnen de algún modo las condiciones económicas gracias a las llamadas becas-crédito –que no son becas, son sólo créditos- algunos jóvenes como Carolina Muchavisoy han accedido a la universidad. “Hoy día el indígena tiene oportunidad de ir a la universidad, de pronto porque ya se ha puesto a pensar con la mentalidad del colono”, reflexiona Estela García, prima de Carolina y profesora temporal de la escuelita de Mandiyaco. Pero en seguida añade que “un indígena que estudie a nivel profesional, luego se le necesita acá en el territorio”, haciendo referencia a la permanencia en el territorio de los jóvenes que, por ahora, no se ha convertido aun en una problemática para Mandiyaco.
En general, la educación ha sido uno de los campos que más ha mejorado desde la creación del resguardo. “Antes los profesores los traían del pueblo y no duraban ni un año. Dando clase en la selva, no duraban, por lo lejos, porque no había teléfonos, nada”, cuenta Luz Garreta, que llegó al territorio de niña y fue de las primeras que atendió la escuela de Mandiyaco. “Hicieron una escuelita de chonta y de madera y hasta que no llegó el profe Ángel no hicieron una escuela formal de material”. El profesor Ángel Mutumbajoy, también original del Valle de Sibundoy, fue profesor de la escuelita de Mandiyaco durante muchos años y es el actual rector de toda la Institución Educativa Sumak Kawsay con sede principal en la vereda de Santa Marta.
Tierra y cultura
La región del Putumayo, incluyendo la Bota Caucana, tiene un clima tropical con época de lluvias y épocas más secas, aunque nunca falta agua. El Resguardo de Mandiyaco se encuentra en una zona selvática y montañosa rica en recursos hídricos de manera que todas las familias que lo habitan tienen acceso a alguna quebrada o caño de agua limpia y potable. “Más para abajo del Putumayo ya está contaminada por las petroleras pero por acá aun podemos sacar buena agüita de los caños”, asegura Luz Garreta. A nivel de producción agrícola son las lluvias las que marcan el ritmo de la siembre y la cosecha. De modo que el acceso a agua tanto para consumo familiar como para uso productivo está bien provisto y sigue siendo parecido al uso ancestral tradicional que esta población ha hecho del agua. Algunas familias siguen cargando agua en tarros y ollas desde el río hasta sus casas, aunque ya no son como las antiguas totumas de cerámica sino que son de plástico o aluminio. No existe un sistema de acueducto unificado, sin embargo, la mayoría de familias ya han instalado una manguera desde el río o la quebrada hasta sus viviendas.
Mirando a simple vista desde los caminos que recorren el resguardo difícilmente se observa nada más que selva y plantaciones de plátanos y bananos pero disimuladas entre éstas se alzan todas las casitas en las que habitan las familias inga. Éstas son por lo general de varios tipos de madera, manteniendo la tradición ancestral de usar la chonta para el suelo, una madera caliente y resistente a la que atribuyen muchas cualidades espirituales. Son casas elevadas con mástiles, a entre uno y dos metros del suelo, de modo que, en época de lluvias, también se puede estar debajo de ellas. El pueblo inga es poco complicado y menos materialista: los únicos elementos de la casa son, el fogón y algunas ollas en la cocina, y finas colchonetas y cobijas en las alcobas. Por lo demás la casa es espaciosa, sencilla, limpia y acogedora. Nadie se sube a ella calzado y en las horas de la comida, sentados cerca del fogón, lo que más abunda es el intercambio de palabras.
Otras prácticas culturales en relación al territorio que se mantienen en Mandiyaco gracias a la abundancia de tierra y el ejercicio de conservación de la naturaleza que se viene haciendo son la caza, la pesca y la recolección de semillas y plantas medicinales de la selva. La lengua inga, parecida en muchas palabras con el quechua, es hablada por la totalidad de la población: ancianos, adultos y niños, toda una victoria frente la situación de otras lenguas originarias del país que están en peligro de extinción debido a la persistencia de una lógica colonial. De hecho, algunos cabildos del mismo pueblo inga que no han logrado resistir en la zona rural y han emigrado hacia la periferia de Mocoa ya sienten una reducción del uso de su lengua y en algunos casos solo los mayores la hablan.
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