Construyendo su hábitat
Uno de los desafíos compartidos por nuestros protagonistas fue la construcción de sus viviendas, teniendo en cuenta el hecho de que ninguno, salvo Alejandro, tenía conocimiento ni experiencia previa en la construcción. Comentan que los primeros años los dedicaron a construir sus propias casas, ayudándose entre todos. Andrés, propietario de una hectárea y media y el mayor de los Pisano, le cedió a sus dos hermanos, Carolina y Luis, una porción de su terreno para que puedan construir. Carolina comenta que ahorraron un año entero para construir la primera parte de la casa, un mono ambiente, sin puertas, ni pisos, ni baño; estaba desnuda. Era llamada “la casa de los peligros”, sobre todo porque al momento de mudarse sus hijas eran muy chiquitas, Guada con dos años y Api tan sólo un mes. Fueron armando lentamente, junto a su pareja Gonzalo, un lugar más habitable en aquel terreno de submonte. Gonzalo, trasladó cuesta arriba piedra por piedra y, con ellas, construyó las paredes de lo que hoy es su hogar. La casa actualmente tiene 4 ambientes y hace poco terminaron de ponerle baldosas al baño. Luis y Clara también construyeron una pequeña casita que fueron ampliando gradualmente. Primero una pieza, después otra, después el baño y ahora están construyendo un cuarto. También construyeron un gallinero y una huerta. El terreno comprado por Mariana y el Ruso tenía unas pilcas, de 100 años de antigüedad. Sobre esa base fueron armando su casa, también a pulmón.
Servicios en Santa Vera Cruz: agua, salud y educación
Los cooperativistas de Santa Vera Cruz nos cuentan que el pueblo tiene agua potable. Al principio de la quebrada hay una planta purificadora de agua y, demostrando tener una cierta cantidad de requisitos, como electricidad, un tanque, etc., te conectan al agua. Esa agua es exclusiva para uso doméstico, estando prohibido su uso para el riego. Por otro lado, el pueblo tiene sólo un teléfono de línea satelital. Cuando hay mal clima, no funciona.
En la provincia de La Rioja funciona el programa Internet para todos. Todas las plazas públicas de la provincia tienen internet. Santa Vera Cruz no es la excepción. Carolina comenta, sin embargo, que si quisiera tener internet particular en su casa no podría. No están dadas las condiciones de infraestructura para su instalación.
Haciendo referencia al sistema de salud, público y gratuito en la Argentina, Mariana comenta que “en 130 km no hay lugar donde parir a tus hijos”. Hay una salita en el pueblo donde en teoría una vez por semana va una doctora, suele quedarse únicamente media hora. Carolina cuenta que si tenés alguna emergencia, hay que ir a la ciudad o a Aimogasta, un pueblo más grande, para lo cual es necesario tener movilidad propia o pedir ayuda a un vecino para transportarse. De todas formas, comentan que mucho no usaron o no tuvieron que usar la salita. Por ser parte de la cooperativa, nuestros protagonistas tienen una obra social que tampoco usaron, de hecho ninguno la activó todavía.
La educación en Argentina también es pública, gratuita, obligatoria y laica. En Santa Vera Cruz hay un jardín de infantes y una escuela primaria rural. La escuela primaria no tiene la separación tradicional de grados, sino que está compuesta por “plurisalas,” donde chicos de 1°, 2° y 3° comparten clases. Los protagonistas del caso comentan que en la escuela hay una incorporación muy fuerte de la iglesia católica.
Mariana decide llevar a sus hijos a la escuela primaria de un pueblito aledaño, en Anjuyón, donde funciona también una escuela secundaria y un magisterio a la noche. Sus hijos decidieron ir a esa escuela tras haberla conocido y a ella le pareció una buena idea; en la escuelita de Anjuyón pueden relacionarse con más chicos de diferentes pueblos y la escuela es más grande.
Carolina es docente de matemática en un pueblo a 12km de Santa Vera Cruz. Ella cuenta, “mi sensación cuando empecé a dar clases es que había viajado en el tiempo, me había ido ochenta años al pasado. Yo venía a laburar en las escuelas de gestión social, con una visión más horizontal, buscando otras cosas y de repente me topé con una escuela tradicional autoritaria”. Comenta que la escuela es un espejo de la sociedad tradicional, muy patriarcal, feudal y machista. Rescata como positivo lo “humano” de la escuela, siendo una escuela muy familiar, donde la mayoría son hermanos, primos, tíos. Sostiene que la escuela reproduce las costumbres que serían propias de la ciudad, quiere representar una escuela de ciudad exacerbando algunos aspectos, como la formalidad de la vestimenta de los docentes. Ella no tenía ni siquiera un baño al comienzo de su experiencia y le resultaba muy difícil estar a tono con aquella costumbre. Por último, comenta que hay muchos chicos en la secundaria que trabajan en la cosecha, entonces en marzo (época de cosecha) no asisten a la escuela, están trabajando. Cuenta que debe adaptarse a esa situación y planificar las clases sabiendo que por un mes va a tener muy pocos chicos en el aula. También nos cuenta que “los jóvenes de acá se quieren ir, huyen a la ciudad, los ves desesperados terminando el secundario y yéndose. No saben qué hacer, de qué trabajar dado que se ha ido perdiendo paulatinamente la cultura de la tierra; las jornadas laborales son largas y la paga es mala”. Sumado a ello, Carolina afirma que los chicos tienen ambiciones citadinas, creadas en parte por el mismo colegio y en parte por su imaginario idealizado de la ciudad de Buenos Aires. El que se queda en el pueblo, agrega, es visto como alguien que cayó en la vida del campo, que quedó varado y no se lo ve como una elección del joven. Esto también contribuye con lo que mencionábamos anteriormente en relación a la deserción del pueblo. Las personas en vez de criarse en esa tierra y trabajarla, la venden o la alquilan.
Resulta también interesante la percepción que Luís tiene de la educación universitaria. Él está estudiando en Aimogasta, en una sede de la Universidad de La Rioja, a 30km de su pueblo. Comenta que la sede es muy pequeña (son 300 alumnos) y muy nueva (tiene 6 o 7 años). Los profesores van desde La Rioja a darles clases. “Vienen muy poco y hay mucho paro, hay pocas clases”. Luís está estudiando trabajo social, carrera que abrió hace apenas 2 años y comenta que la mayoría de las carreras que se dictan en esa sede están vinculadas a la producción.
Relación con la gente del pueblo
Un aspecto que vale la pena incluir es la percepción de nuestros protagonistas sobre la relación que van generando entre ellos, los “migrantes,” y la gente que vive en Santa Vera Cruz desde antaño. En primer lugar, rescatan el aprendizaje que obtuvieron y que buscaron obtener de la gente del pueblo. Ellos les regalaron las “mejores semillas”, de esas que se fueron conservando de generación en generación, les enseñaron a sembrarlas, las distancias que tiene que haber entre semilla y semilla, etc. Aprenden de su cultura, de la tierra y de las plantas autóctonas. Alejandro comenta, en relación a la labor en la finca, que “los libros te dicen algo pero la cultura otra, así aprendemos de las costumbres y los secretos de ellos”. Él obtuvo ayuda de un hombre del pueblo que, de todo corazón y con mucho respecto, comenzaron a aprender y enriquecerse mutuamente en el intercambio cultural y en la producción de la tierra. Los protagonistas siempre buscan participar de los eventos culturales del pueblo; las fiestas que se realizan en la comunidad, como el día de la madre, o juntarse a jugar al futbol e ir a los eventos escolares. Mariana y Alejandro tienen un burro y lo llevan a participar de carreras. El jinete es un chico del pueblo.
Gonzalo señala la diferencia cultural existente y rescata el aprendizaje dentro de la diversidad, mediante la cual los propios protagonistas van cambiando sus costumbres, incorporando las aprendidas al tiempo que mantienen y fortalecen las suyas propias.
Prácticas culturales nuevas y viejas
Aventurarse a cambiar el estilo de vida transforma las prácticas cotidianas de los participantes de la cooperativa, así como va modificándose paulatinamente su forma de hablar, de pensar, incluso de sentir, frente a un cambio enorme en el hábitat que construyen. Mariana comenta que “cambiás toda la cultura, desde el sonido, el olor, el aire que respirás es otro, los tiempos son otros. También está el flash de los carteles. No hay carteles acá, los que están en la calle los hice yo”. Carolina cuenta que tuvo un cambio de percepción muy grande y compara la ciudad con el pueblo. Antes consideraba que en la ciudad se encontraba todo, millones de actividades culturales, intelectuales, muchísimos bares y lugares por conocer. Viviendo en el campo se dio cuenta que allí en realidad se encuentra todo lo que necesita. Sobre todo encuentra espacio y tiempo. En el medio rural ella tiene mucho más tiempo para pensar y para interactuar con la naturaleza de forma más consciente. Comenta que llegó a Santa Vera Cruz sin saber reconocer un nogal de un olivo de un álamo. Cinco años después mira y ve otro paisaje, otra realidad mucho más rica. Sin embargo, mantiene la inquietud en estar siempre realizando tareas y la rapidez del habla típica de una persona citadina. Clara comenta que intentan mantener prácticas de sociabilidad que generaban en la ciudad, como juntarse a charlar entre mujeres cuando cae el sol. Por otro lado, Luis rescata el trabajo en la finca y la creación de la cooperativa como generadoras de prácticas culturales nuevas, así como también el trabajo en grupo, las relaciones sociales y hasta el tipo de música que se escucha en el pueblo.
En general, todos respondieron a esta pregunta con una misma respuesta: el cambio del TIEMPO. Alejandro sostiene que, sin embargo, “la esencia es siempre la misma, los valores se mantienen. Las virtudes y las desgracias las llevamos a todos lados, vayas a donde vayas”.