El pueblo vegueño, una cultura propia
500 años después de la conquista colonial, el mapa demográfico de Colombia y más aún el del Cauca, acoge a una población muy diversa a nivel étnico y cultural, con colectivos afrodescendientes, indígenas y mestizos. La Vega, que no es menos, tiene entre sus 35.000 habitantes una mayoría de indígenas yanacona, un gran colectivo de gente mestiza de identidad campesina y también un pequeño colectivo de afrocolombianos.
El vegueño, seguramente además de la caucana y la colombiana, está arraigado a dos identidades fuertes. La más amplia es la que tiene relación con el Macizo Colombiano: pocos en La Vega no conocen su himno y la mayoría se sienten satisfechos de vivir y defender las tierras de esta región tan importante para todo el país. A continuación está la identidad vegueña. El pueblo de La Vega, o la zona de la cabecera del municipio, tiene una población con una identidad muy fuerte y característica: el vegueño se identifica entre sí casi como miembro de un mismo clan, y uno muy unido. Debido a los procesos de organización y la unión dentro de cada comunidad, algunas veredas también tienen un sentimiento muy fuerte de pertenencia.
Este sentimiento tan fuerte se nota también en las colonias vegueñas que hay alrededor del país. En Popayán, por ejemplo, hay un barrio que es conocido por ser el barrio de los vegueños, allá se reproducen las tradiciones, las fiestas y las comidas típicas de La Vega. También ha habido pobladores originarios de La Vega que han migrado, por razones sociales o económicas a Cali o Bogotá, pero que, según cuentan los vecinos vegueños, mantienen un contacto fuerte entre ellos, con su pueblo natal y con sus costumbres culturales.
Arraigados a lo rural y a lo católico
Con la pluralidad ya mencionada, dentro de una familia media del municipio de La Vega puede haber varios orígenes socioculturales y por lo tanto unos usos y costumbres llenos de diversidad, sincretismos y complejidades. En lo que si hay claridad es en que se trata de una población ancestralmente ligada al campo, sea descendiente de pueblos originarios de la antiguamente llamada Abya Yala, de pueblos africanos o de occidentales.
La señora Carmen Calvo, por ejemplo, madre de Leyder, Fabián y Lucy Burbano, asegura que se siente indígena, igual que se siente mestiza-campesina, pues sus ancestros han pertenecido a estos dos colectivos. Explica que al nacer sus hijos enterró sus cordones umbilicales en la casa, una tradición muy frecuente en los pueblos indígenas de la zona. A la vez, su fe es humildemente católica y en su familia, igual que en muchas otras, los infantes antes de irse a la escuela, a jugar a casa del vecino o a dormir, piden la bendición a los padres y abuelos.
En general está bastante perpetrada la división de trabajos en función de género en la cual los hombres son los que trabajan en la finca y las mujeres tienen cuidado de la casa, de los infantes y de tener siempre lista la comida. Por otro lado, a pesar de estar dentro del departamento del Cauca y sentirse caucanos, La Vega es un municipio cercano a la división administrativa con el departamento de Nariño y comparten con los habitantes de esta otra región algunas características culturales y sobretodo un aspecto muy único e icónico: el acento llamado pastuso.
Las familias vegueñas suelen ser propietarias de la tierra, de fincas normalmente pequeñas de entre una y tres hectáreas. Las tierras se heredan de padres a hijos y en ellas se ha cultivado desde hace décadas, café, caña, yuca, plátano y también se dan actividades como la ganadería y la apicultura. El trabajo en equipo dentro de la misma unidad de la familia nuclear pero también de la familia amplia –tíos y tías, primos, cuñados- ha impedido que la lógica salarial y laboral del sistema capitalista se haya arraigado en su territorio. Se suelen utilizar prácticas de solidaridad comunitaria como la “mano cambiada”, en la que “hoy trabajo para tu beneficio y mañana trabajas para el mío”, como explica un campesina de la vereda de El Recreo, al fin y al cabo trabajando para el beneficio común. También se coordinan entre vecinos campesinos o grupos productivos para comprar herramientas como una guadaña o un motor de gasolina de manera colectiva y utilizarlas entre todos.
La apropiación colectiva del agua
En pocos rincones del Macizo Colombiano se deja de escuchar el correr de algún río o quebrada. Caminándolo, el fluir del agua está siempre presente en un lado u otro. Es por eso que la relación de la población del Macizo, y la de La Vega en especial, con el agua representa ya un valor cultural propio. El PCPV creó a inicios de la década del 2000 un proyecto visionario llamado Ojos de agua: una mirada al futuro. Se trataba de crear consciencia en la comunidad campesina para lograr la apropiación colectiva e integral de los ojos de agua y microcuencas. “Esa era la forma para combatir la gran minería, porque para que haya minería necesitan agua, de modo que así diseñamos nuestra política popular”, cuenta Marcelita Ros.
Se daban cuenta que multinacionales como la sudafricana AngloGold Ashanti, estaban comprando fincas estratégicas en otros municipios de modo que decidieron actuar de manera preventiva. La pionera en realizar la compra colectiva de la microcuenca que abastecía a la comunidad fue la vereda de Santa Rita: con bonos sociales, bingos y aportes comunitarios se adueñaron del recurso del que se benefician de manera vital; con el que beben, cocinan y con el que riegan sus cultivos. “Ahora esa finca, comprada por 400 personas, es una zona de conservación y abastecimiento del agua y es una manera de que las empresas no puedan apropiarse del territorio”, cuenta Marcelita Ros, “la escritura tiene muchos dueños por lo tanto nadie podría vender individualmente”, explica.
Y a Santa Rita le siguieron muchas otras veredas. “Ojos de Agua: una mirada al futuro ya tiene hijos y ya tiene nietos”, apunta Leyder Burbano, remarcando todos los procesos de empoderamiento colectivo que ha protagonizado la comunidad vegueña en las últimas dos décadas. Gracias a este programa, el presente de gran parte de las veredas de La Vega es mucho más saludable que lo que podría haber sido bajo la influencia de grandes empresas.
La Escuela Normal, una clave imprescindible
Daniel Brunelesh, profesor e historiador vegueño y uno de los pioneros del PCPV, asegura que un factor fundamental para el surgimiento de la consciencia y la organización populares en La Vega ha sido la presencia en la cabecera de este municipio de la Escuela Normal Superior Los Andes. “Para mí es uno de los factores más importantes, junto con las condiciones sociales que les ha tocado vivir a los campesinos, porque es una institución pública que crea en los estudiantes el deseo de pensar diferente”. Hija de maestro y exalumna de la normal, Marcelita Ros reafirma que esta escuela ha facilitado la unión entre poblaciones con identidades indígenas e identidades campesinas y por eso “hay compañeros que son del resguardo y son del Proceso Campesino y Popular de La Vega y trabajan y participan en las marchas”.
Hace 61 años fue fundada está institución pública que representa una pieza esencial para el engranaje de la acción y la consciencia que abundan en La Vega. Fernando Carvajal fue hace unos 50 años alumno de la Escuela Normal Los Andes y es hoy profesor de investigación de los alumnos de bachillerato y pronto serán profesores. Sin reparos asegura Fernando que “siempre hemos considerado que la Normal Los Andes forma políticamente y socialmente a sus estudiantes (…) no es una institución cualquiera sino que forma a gente para la defensa de su territorio”.
La Escuela Normal tiene un vocación pedagógica de formación de maestros rurales y por eso desde hace años La Vega se ha convertido en una exportadora de profesores con pedagogía comunitaria hacia otras partes de la región. Esta cualidad, que sin duda es muy positiva para cualquier población, ha traído a veces la preocupación de que no se valore lo suficiente la vocación campesina y muchos jóvenes dejen de trabajar la tierra por dedicarse a la docencia. “Yo he estudiado, pero estudiar no quiere decir que no toque la tierra, al contrario producir para comer y para fortalecer la economía regional y local es uno de nuestros ideales”, señala el profesor de la Escuela Normal y actualmente presidente de la ASOCOMUNAL, Carlos Ariel Mamián.
A parte de esta institución que ha tenido un papel cabal en la fundación y transformación del PCPV, en todos los corregimientos y en la mayoría de veredas existen escuelas rurales a las que acuden los niños y niñas de estas zonas y en las que, habitualmente, son egresados de la Normal Los Andes los docentes. Muchas vecinas se dan cuenta que en las últimas décadas ha bajado significativamente el número de infantes, debido posiblemente al éxodo rural y a un cambio cultural global según el cual los padres y madres tienen menos hijos para poder darles mejor condiciones de vida a éstos. Por este motivo algunas escuelas han quedado grandes o han tenido que cerrar sus puertas por falta de alumnado.
Identidad Campesina y el caminar de la consciencia
Felipe Pino, Pito para los amigos, es un niño de 12 años que, después de una década en la ciudad de Armenia, hace dos años que vive en La Vega, donde se siente mucho más “libre y seguro”, según sus palabras. “Allá no era tranquilo, no había forma de salir del apartamento porqué hay mucho ladrón, no hablaba con nadie, estaba como encerrado”, recuerda. César Manuel Burbano, hijo del líder campesino Leyder Burbano, tampoco se amañó en Cali los pocos meses que allá vivió. “En el colegio había muchísimos estudiantes y uno casi no hablaba con nadie, en cambio acá siendo pocos enseguida uno coge confianza con los compañeros”.
Los dos son integrantes del colectivo Identidad Campesina donde aseguran que “con las obras de teatro uno pierde la pena y pierde el miedo cuando, por ejemplo, el proceso campesino está ahí para enfrentar a las mineras”. Han aprendido a “no quedarse atrás cuando vienen a hacernos daño, a hablar con la comunidad para que vengan a estar allí”, asegura César Manuel. Identidad Campesina, compañía formada por niños, niñas, jóvenes y adultos, no actúa solo en las fiestas patronales de las veredas sino que ya salió a actuar a Popayán o a Bogotá, llamada por varios colectivos que han oído hablar del mensaje político y social que desprenden sus representaciones.
Una de sus estrellas es un gran cómico a la vez que concejal municipal por el PCPV desde hace seis años y a la vez que campesino. Una de sus frases célebres es “la condición del desarrollo es la expropiación”. Se trata de Mancer Muñoz, otro de los pioneros del proceso campesino que afirma que la organización campesina les ha ayudado en La Vega, como clase popular, a dejar de ser obedientes para empezar a pronunciarse y sacar conclusiones como base. Pero no bastaba con organizarse, “no bastaba con estar juntos, teníamos que capacitarnos”, asegura el cómico y político.
Es así que el Movimiento Comunal y luego, el PCPV ideó maneras y mecanismos para llegar a la consciencia de la comunidad. Una de las más efectivas ha resultado ser el teatro. Eduardo Pino, -papa de Pito- líder campesino y ya también actor, confiesa que “es algo que nos apasiona a todos el teatro, un teatro muy político, que si la gente va a reír también sale con cositas en la cabeza que llegan a la almohada”. Consiguen crear un sentimiento de identidad y de reafirmación entre sus espectadores campesinos, “hacerles pensar en que si estamos en estas montañas no es porque nos tocó vivir acá sino porque nos gusta este territorio”. Un mensaje importante para una población rural que a menudo se siente impulsada por condiciones sociales y mediáticas a emigrar hacia las ciudades. “Esa idea que le meten a uno de que hay que estudiar y salir: yo llegué hasta Bogotá y allá me di cuenta de que ese no era el camino, pasó un año y me devolví”, explica Eduardo.
Todos recuerdan sus años de formación en la Escuela Normal con cariño, respeto y gran admiración por sus profesores. “Nos motivaron a no dejarnos pisotear, a que cuando sintiéramos que estábamos siendo víctimas de una injusticia no levantáramos”, cuenta Eduardo. Fabián Burbano es otra estrella de Identidad Campesina que se define como un soñador cuyo sueño es “ser campesino y ampollar mis manos en la tierra”. Comparte que “el grupo de teatro es una manera de expresar sentimientos, salir adelante, no de una manera personal sino colectiva”. El teatro atravesador de consciencias les ha dado herramientas para expresarse y solidarizarse. “Plata puede que no pero, ¡qué haya tranquilidad! Y esa tranquilidad solo se consigue defendiendo el territorio”. El hermano pequeño de los Burbano, de corazón abierto, asegura que “el PCPV es mi segunda familia y ha sido mi escuela”.
Fiestas transformadoras
Cada corregimiento de La Vega tiene una cabecera a la que suelen llamar pueblo. Y cada pueblo tiene sus fiestas patronales: en la Albania es la virgen de Lourdes, en San Miguel es San Miguel Arcángel, en Altamira es San José. En estas ocasiones, anualmente las comunidades enteras se congregan alrededor, primero de la capilla y el padre y luego de la fiesta y el licor. La vereda de Santa Rita ha institucionalizado también su famoso Carnaval Popular del Agua, parte de la cultura de la consciencia con este bien común.
A pesar de que hayan golpeado de manera importante el reggaetón, la cumbia electrónica y otros estilos musicales pregoneros de valores machistas y estereotipados, la música andina, folclórica o tradicional continúa siendo en La Vega una expresión de los campesinos e indígenas, y por lo tanto, símbolos de autonomía. Ya es parte de la cultura vegueña también el gran privilegio de poder albergar cada dos años el Encuentro Internacional de Pueblos y Semillas y la Convención Popular del Agua.