Hacia la colectivización de la producción a pesar de todo
Agricultura orgánica
“Es una filosofía, es una forma de ver la vida en armonía y con respeto: ¿Cuándo hay armonía? ¿Cuándo no hay hambre? ¿Cuándo hay respeto? Cuando no atentamos contra nuestros bienes comunes: el agua, el aire, el suelo, las semillas, el conocimiento”. Así define el activista Burbano un concepto en el que ha trabajado y reflexionado ampliamente: la agricultura orgánica. “El campesino debe ser integral, producir muchas cosas: frutas, lácteos, verdura, café. El campesino que podrá resistir a la arremetida que se viene es el campesino integral” sentencia Leyder con perseverancia.
Una parte del campesinado vegueño ya está utilizando la agricultura orgánica en la mayor parte de sus cultivos para el consumo y para la comercialización. Tanto es así que actualmente, a inicios de 2017, gracias a la coordinación del PCPV muchos campesinos están pendientes de conseguir una certificación de producto orgánico para sus cosechas, hecho que le va a dar un valor añadido a su actividad agrícola. Es palpable que hay mucho trabajo de concienciación por parte de los líderes populares y la organización para lograr conseguir tener “una agricultura de la no violencia, una agricultura saludable”, como la denomina Burbano. En La Vega saben que la posesión de las semillas es el poder de la vida. Hay mucha consciencia en cuanto el daño que unas pocas multinacionales están causando al mundo al modificar y poner precio a las semillas.
La rehabilitación del suelo se realiza también con abonos orgánicos a pesar de que algunos vecinos siguen usando agroquímicos o técnicas como la quema de la parcela para lograr acabar con la mal llamada maleza. “Lo bueno de la agricultura orgánica es que al principio le echas bastante y cada vez te pide menos: la química es al contrario cada vez te exige más porque es una droga: el drogadicto cada vez quiere consumir más; el suelo drogado también” explica Burbano, que organiza desde hace años talleres teóricos y prácticos de agricultura orgánica. Estos talleres, llamados Encuentros Amolando Sabiduría, se celebran periódicamente con interesados que tengan experiencia para aportar y ganas de aprender y que vienen de alrededor del país a la finca de su familia en el corregimiento de La Albania, un especio ejemplar en términos de agricultura orgánica.
Yamid Ordoñez, uno de los líderes campesinos de la Asociación Somos Agua de esta Tierra (ASAT) de la vereda Santa Rita, declara que “estamos tratando de ver cómo podemos llegar a la colectivización para romper esta cosa que tenemos en la cabeza que es lo particular, lo privado”. La meta es lograr lo que Santa Rita y otras veredas ya consiguieron, colectivizar el agua, hoy también con la alimentación. “Es difícil producir de manera colectiva, estamos en ese proceso”, admite Marcelita Ros, que cuenta que ya se han adquirido algunas fincas por parte del PCPV con ese objetivo y de manera estratégica porque saben que algunas mineras estaban interesadas en adquirirlas.
“Nosotros la hemos peleado pero es difícil, transformar una sociedad, eso seguramente otros lo alcanzarán, pero estamos en ese camino, en esa lucha continua”, testifica el joven Ordoñez.
El mercado de la amistad y la confianza
La unidad de la organización a nivel social y popular se sostiene a través del ejemplo: “no habrá un líder que diga ‘vayan, hagan’, no. Es ‘vamos’, ‘aquí estamos’, ‘hagamos’” afirma Leyder Burbano. Lo que el PCPV ya ha cosechado después de sembrar durante tres décadas formación política y consciencia popular campesina, es tener una comunidad en la que mayoritariamente la organización es respetada, escuchada y seguida. Sería imposible decir cuántas familias son del PCPV porque no existe un mecanismo de afiliación, lo que sí se puede mesurar es los centenares y a veces miles de personas que llegan a las Marchas por el Agua y Por la Vida convocadas por el PCPV. Su unidad de organización y su fuerza se miden pues por su convocatoria y por la consciencia que hoy día ya vive en la mayoría de los vegueños y vegueñas.
La solidaridad aumenta su alcance a través de los hermanamientos con otros colectivos y organizaciones por tal de intercambiar saberes y formación. Miembros del proceso campesino, por ejemplo, son invitados a la Comunidad de Paz de San José de Apartadó, al otro lado de Colombia, cada vez que se convoca la Universidad Campesina de la Resistencia, del mismo modo que miembros de la Comunidad de Paz son invitados cada dos años al Encuentro Internacional de Semillas y Pueblos en La Vega. Esto se da con varios colectivos y organizaciones locales de todo el país.
Una de las prácticas que se usa –ancestralmente- a nivel de colectivización no solo del resultado del trabajo sino del mismo acto de trabajar es la que en La Vega llaman “mano cambiada”. “No tener dinero se ha convertido en una fortaleza porque ha permitido que como no hay plata para pagar trabajadores tengamos que trabajar con los amigos y familiares: se forman grupos para intercambiar el saber y la fuerza, porque no solamente es fuerza, uno también aprende del otro”, relata Leyder. Él, su hermano y Eduardo Pino trabajan la caña de azúcar de éste último para que así consiga sacar su panela y otro día serán Eduardo Pino y otro familiar o amigo quienes trabajen con los Burbano para sacar la panela orgánica de ellos.
Esta panela orgánica, el producto que más sale del campesinado del PCPV, se comercializa generalmente a través de amigos y conocidos llegando algunas veces a Popayán y hasta a Bogotá. Una de las claves, sin embargo, es la de no ser víctimas de ninguna empresa intermediaria más allá del transporte. Otros productos como el café, ya tostado, o la miel se venden en los mercados locales fortaleciendo la soberanía alimentaria de La Vega. “La estrategia de comercialización es la amistad y la confianza y el sentirse orgullosos de lo que hacemos. El mercado son los amigos y la perspectiva de ganar autonomía”, asegura Leyder Burbano. Para él, la panela orgánica se ha convertido en un sinónimo de autonomía.
Expectativas del territorio
César Manuel Burbano, hijo de Leyder Burbano, tiene 12 años y es participante del colectivo de teatro Identidad Campesina. Él asegura que el PCPV hace una importante tarea al “defender el territorio, el agua, la vida” pero siente que es un trabajo duro “porque hay grupos que amenazan”. Durante los años noventa algunos compañeros del Movimiento Comunal desaparecieron, otros fueron masacrados, otros se tuvieron que exiliar. Actualmente presidentes de Juntas de Acción Comunal, como Arley Guzmán de la vereda de El Recreo, o Eduardo Pino de La Albania, han sido víctimas de amenazas directas de grupos paramilitares vinculado a los intereses de la minería.
Pino, que asegura que en un inicio entró a participar de la ASOCOMUNAL “viéndolo más que como un partido político, como un estilo de vida”, confiesa que siente miedo, “pues yo si soy muy nervioso”, pero que de éste toca “sacar fortaleza”. “Hemos aprendido a vivir con el miedo y a, con ese miedo, seguir en la lucha porque después de tantos años…”, testimonia Mancer Muñoz que hace seis años que es cabeza visible del proceso campesino en el consejo municipal.
La situación actual colombiana, en la que se busca implementar los acuerdos firmados entre las FARC y el gobierno de Juan Manuel Santos, tiene preocupados a muchos sectores. En primer lugar porque en lo que va del año –marzo de 2017- ya son 25 los líderes sociales asesinados por el paramilitarismo alrededor del país. En segundo lugar porque, por ahora, el gobierno no está cumpliendo con todo lo acordado en el documento negociado en La Habana. En tercer lugar porque muchos departamentos están registrando nuevamente la presencia de grupos paramilitares que a menudo están ocupando las zonas que ha abandonado la guerrilla –parques naturales, bosques, montañas, selvas, zonas de páramo- y apropiándose del negocio del narcotráfico. Y en cuarto lugar –aunque posiblemente haya muchos más- porque, aparte de la vida de los líderes populares colombianos, con la abertura económica que implican los acuerdos y la consecuente entrada de más multinacionales extractivistas, está en juego la vida de comunidades enteras, ecosistemas y hábitats naturales. “La guerrilla con sus armas y nosotros con nuestras ideas hemos estado defendiendo la naturaleza: lo que nos preocupa ahora son los lugares donde no hay organización, nuestro municipio no nos preocupa tanto porque hay una organización consolidada”, expresa el profesor Mamián.