La gente me escucha y ahora que estoy sana[1] algunos comuneros quieren que vuelva a ocupar un cargo. “Tú vas a ser de nuevo nuestra presidenta”, me dicen. “Solamente tú has llevado esto hasta el final”. Has hecho esto, has hecho lo otro. Si yo voy a ser de nuevo presidente solo voy a aceptar serlo dos años más porque deben ser los jóvenes quienes velen por las necesidades de nuestro pueblo. Ya nosotros hemos abierto el camino, hemos cumplido. El mensaje de nuestros padres, de nuestros ancestros lo hemos cumplido, ahora le toca a otros. Hay que velar por el territorio, por el bien común de todos, eso es lo que hemos hecho. Siempre he pensado en las nuevas generaciones, en mis hijas, en mis nietos, qué van a hacer de ellos sino aprenden a luchar. Si no fuera por mis hijas, por mis nietas, por mi hija Almendra yo me hubiera muerto o me hubiera ido a la cárcel nomás para que acabe tanta persecución. Por ellas es que he resistido.
“Ohee”, producción de Tres Islas
Soy una persona a la que le gusta que todos aprendan para que tengan dos o tres soles para salir adelante y no desperdiciar los recursos que hay. Hablando con los hermanos entendimos que debíamos manejar de otra manera los recursos de nuestro territorio. Tomamos contacto con una ONG que nos ayudó a organizarnos, a capacitarnos, a crear comités productivos. En el comité de castañas de Tres Islas, del que también fui presidenta, aprendimos a hacer snacks[2], a hacer cremoladas, chupetes de helado, aguajina, a trabajar con la pulpa de aguaje y de ungurahui, hasta creamos una marca para vender nuestros productos. “Ohee” la llamamos, ohee en ese eja significa trabajo en común.
Nos volvimos un equipo, todos trabajando de la mano para evitar que tercerizaran nuestros productos, nuestra madera, nuestras castañas. Y lo logramos[3].
El futuro de mi comunidad ya está en camino. Uno, hay que tener fe en el turismo que ya está empezando a andar. Necesitamos un proyectista que nos apoye. Ya tenemos apoyo para lo de la madera, también para lo de los productos naturales. Quisiera que el territorio entero esté saneado, todo y que las autoridades tengan conocimiento de los derechos de los pueblos indígenas y no choquen con nosotros. Que nos dejen vivir como antes vivíamos, que la felicidad sea para todos. Si logramos que ellos se vayan otra vez van a volver los animales, otra vez van a volver los pescados, el agua va a dejar de estar oscura, ellos la han contaminado. Yo quisiera que esta comunidad sea ejemplo para todas las comunidades.
Las comunidades nativas de Madre de Dios explotan las castañas o nueces de Brasil que producen sus bosques. En Tres Islas están comercializando sus existencias del recurso dándoles valor agregado. (Foto: Revista Viajeros).
[1] En medio del conflicto entre la comunidad y los mineros que habían invadido su territorio la señora Juana Payaba enfermó de cáncer viéndose obligada a apartarse de sus responsabilidades como dirigente.
[2] Se trata de bolsitas de papitas fritas o maní confitados que suele venderse en quioscos y supermercados.
[3] En muy poco tiempo la comunidad de Juana Payaba pasó de un modelo extracción de los recursos que priorizaba la venta de la madera a precios irrisorios, en bruto prácticamente, a otro que privilegiaba los planes de manejo, la comercialización de productos maderables con valor agregado y el trabajo en equipo. “Si antes tercerizábamos nuestra madera, rememora Neptalí Villar, fiscal del comité de madera, regalándola en la práctica, empezamos a venderla, bien trabajada, a buenos precios”. En el aserradero que los miembros de la comunidad construyeron, el trabajo tecnificado y planificado al detalle resaltan sobre la improvisación y el desánimo anterior. “Ahora comercializamos legalmente la madera, concluye Villar, si las demás comunidades nativas hicieran lo mismo, podríamos salvar el bosque”.
En la Comunidad Nativa Tres Islas, mientras el gobierno regional sigue entregando concesiones a mineros sedientos de oro, el aprovechamiento integral de los recursos ha logrado la expansión del área de manejo forestal a 6,500 hectáreas (ha), aumentando en casi 480 por ciento el precio por pie/tabla de sus bosques. Lo mismo ha ocurrido con la castaña, un recurso que la comunidad conoce y que también empezó a ser manejado desde un comité: el área de cosecha de la llamada nuez de Brasil llegó a alcanzar las 3,300 ha, todo un récord, aumentando las ventas y los beneficios para cada familia involucrada.