Los/as vecinos/as cuentan que antes de la toma, Piedra Blanca no tenía identidad; no era conocida como tal, sino que era “Ruta 36 antes del basural”. Un lugar que, sin un nombre preciso, albergaba a personas que vivían ahí pero que no se reconocían entre ellos ni tenían vínculos comunitarios fuertes.
Poco a poco la comunidad de criollas y bolivianas comenzó a organizarse. En la hectárea de Elba Bravo y su familia se construyó un salón comunitario accesible a todos los integrantes de la comunidad. Allí afrontaron en conjunto, progresivamente, sus necesidades educativas, la atención de la salud, sus requerimientos habitacionales y de infraestructura. Siempre de manera autogestionada, comunitaria, por fuera y al costado del Estado. Por primera vez, también, comenzaron a vincularse con otros procesos organizativos territoriales de base de la ciudad y la provincia de Córdoba en el Encuentro de Organizaciones: un movimiento social autónomo, amplio, construido desde diversos territorios de dicha provincia mediterránea.
Gallo Rojo: seguridad alimentaria y la sostenibilidad económica
Durante el proceso organizativo alrededor de la toma, los vecinos y vecinas avanzaron en propuestas productivas para garantizar la seguridad alimentaria y la sostenibilidad económica de Piedra Blanca y para dejar de depender de la industria ladrillera. Primero, comenzaron con huertas familiares; sin embargo, el proyecto que más se consolidó fue una cooperativa de producción de pollos de granja, con alimentos sanos y en espacios amplios: la llamaron Gallo Rojo. Dicha propuesta nació con la idea de asegurar las necesidades alimentarias básicas de las familias pero luego las expectativas fueron creciendo en virtud de la necesidad de generar ingresos para los productores, que pudieran reemplazar lo que se percibe en el trabajo precarizado de los hornos de ladrillos.
Así empezó el camino de la construcción de la cooperativa. Y surgió casi por completo de la mano de las mujeres bolivianas, las “esposas” de los ladrilleros. Son ellas las principales productoras, las que decidieron ponerle el cuerpo para poder acceder a mejores condiciones de vida, pero también implicó un empoderamiento y un empezar a romper los lazos de dependencia económica de sus parejas e hijos. Así nos relata Damián Rojas, miembro de la cooperativa: “La producción se hizo rentable y también mientras más rentable es, más empoderamos nosotros a la compañeras para adentro de su núcleo familiar. Entonces, no es tan simple decir que está perdiendo el tiempo (en la cooperativa) una persona que capaz que está ganando lo mismo que estás ganando vos como productor de ladrillos. Porque hay una cuestión de sometimiento patriarcal desde lo económico muy marcado”.
En un contexto cultural fuertemente marcado por la sujeción de lo femenino a lo masculino, la participación y construcción cotidiana de la cooperativa constituye para las mujeres una posibilidad de retar los lazos de dependencia que las ligan a sus maridos o a sus hijos y mostrar que el producto de su trabajo también puede contribuir al sostenimiento del núcleo familiar.
Generando empleos
Hay otra cuestión que es interesante en este proceso y tiene que ver con la participación de los jóvenes. Como se mostró, La Piedra fue durante décadas una zona inundada por la industria del ladrillo y, en este sentido, se espera que la mayoría de los varones se inserte en ese tipo de trabajo. Sin embargo, la cooperativa avícola ha logrado reemplazar en parte el trabajo de ladrillero y, en ese sentido, transformó la proyección laboral de los jóvenes en el territorio.
En este diálogo que tuvimos con Elba cuenta cómo, su hijo Carlos que está por terminar el nivel secundario participa en la cooperativa:
– Justo sale el tema este de los pollitos, entonces bueno. Él hizo un curso de electricidad a domicilio, también, a parte, pero se dedica en este momento a los pollos.
– Y vos como mamá, ¿crees que el Carlos tiene mejores perspectivas haciendo la producción de pollos?
– Sí, es un trabajo más liviano a lo del horno de ladrillos. El horno de ladrillos es un trabajo muy bruto, un trabajo que estás al sol, expuesto al frío, a todo. El pollo son momentos que hay que atenderlos, no es lo mismo, pero bueno, el Carlos por el momento está con eso. Tal vez si a lo mejor encuentra qué sé yo un trabajo, tiene que rendir esas materias y ahí se verá qué va a seguir. Por lo menos para este año parece que se armó con los pollos, de ahí veremos qué hace.
Carlos es, justamente, quien más sostiene la venta de los pollos, a la par que termina sus estudios secundarios. Junto a él, hoy en día son entre 12 y 15 compañeros y compañeras las que participan de la cooperativa, algunos con tareas administrativas, otros produciendo huevos y otras faenando los pollos.
Más allá de la cooperativa que es la apuesta productiva más fuerte de la Piedra, también los vecinos y vecinas –como decíamos– se organizaron en espacios comunitarios dedicados a los niños y las niñas, para resolver necesidades en torno a la educación, a la salud. De esta forma, las vecinas sostienen actividades semanales en el saloncito comunitario donde dan la copa de leche y les brindan apoyo escolar.
Así nos relata una compañera: “Yo estoy con la sala, con la salita comunitaria que le llamamos nosotros, porque están dándose clases de apoyo, se les da la copa de leche a los chicos, ahí más o menos hay 25 niños, Maestros no tienen los chicos, pero sí tienen personas, mi nuera, que tiene ganas de enseñar y ayudarlos, y bueno, pero esto hace años que trabaja con esto también. Antes se trabajaba con ayuda de personas así que no eran de ningún grupo, de nada, eran personas particulares que tenían ganas de ayudar…”
Así de rica se presenta la experiencia de La Piedra, un territorio y una comunidad en lucha, que se reinventa, que se transforma en nuevas estrategias, que se encuentra, solidariza y teje con otras experiencias de organización y resistencia. Desde la tierra, todos los días, sus pobladoras intentan construir desde su diversidad “un mundo, donde quepan muchos mundos”.