Vivir en el bosque seco
El Bosque Seco Ecuatorial del Perú se extiende alrededor de la costa de los departamentos de Tumbes, Piura, Lambayeque y el norte de la Libertad, en un área de aproximadamente 600 km2. Por sus características particulares y la profusión de endemismos es considerado un bioma único en el mundo. El clima en este ecosistema es tropical, cálido y seco, con altas temperaturas y con precipitaciones pluviales excepcionalmente altas durante las ocurrencias del llamado Fenómeno El Niño. Las lluvias asociadas a este fenómeno climático reverdecen el paisaje aparentemente seco cambiando radicalmente su fisonomía hasta convertirlo en un bosque intensamente verde e intrincado.
Pava aliblanca (Peneloper albipenis), el ave símbolo del Bosque Seco Ecuatorial del Perú.
El relieve de la región es llano y las formaciones vegetales más comunes están compuestas por árboles dispersos de algarrobo, sapote, hualtaco y faique, árboles cuyas maderas duras y firmes son utilizadas por los pobladores locales desde tiempos ancestrales. El algarrobo es el rey del bosque seco ecuatorial, se trata de un árbol con raíces que buscan el agua que se encuentra a varios metros de profundidad. Los densos bosques de algarrobo o algarrobales que se extendían a lo largo de la costa norte del Perú han sido transformados en zonas agrícolas o vienen siendo talados para utilizar su madera para carbón y leña. De allí que el Bosque Seco Ecuatorial esté amenazado de desaparecer.
La tierra manda
Las tierras de la Comunidad Campesina Santa Catalina de Chongoyape se caracterizan por su escasa productividad agrícola debido, como se ha visto, a la falta de agua y la pertenencia de las mismas a zonas del Bosque Seco Ecuatorial, una región poco propicia para tal fin. De las casi cuarenta mil hectáreas que la comunidad posee, apenas mil son aptas para la agricultura. Sin embargo, los testimonios arqueológicos demuestran que la pampa de Chaparrí, compuesta por depósitos aluviales, soportó en tiempos prehispánicos una agricultura muy extendida. Evidencia de ese desarrollo productivo son los restos del canal de Raca Rumi que se han mencionado.
La población de la comunidad, compuesta principalmente por agricultores, se ha visto precisada históricamente a emplearse en oficios vinculados a la ganadería, la tala de árboles para carbón y otras actividades extractivas. Un antiguo comunero nos comentó, cuando visitamos por primera vez el pueblo de Santa Catalina de Chongoyape, que “cuando llegaron los técnicos de Reforma Agraria a inicios de 1970, nos preguntaron acerca de las actividades que realizábamos. Nosotros les dijimos: somos peones eventuales, trabajamos en lo que encontramos”.
La Asamblea Comunal es el máximo órgano de gobierno en las Comunidades Campesinas reconocidas por la Constitución Política del Estado de 1993.
Según refiere Juan de Dios Carrasco, comunero en actividad y guía de naturaleza en el Área de Conservación Privada Chaparrí, “las tierras que la comunidad ocupaba reverdecían durante las temporadas de lluvias relacionadas al Fenómeno El Niño; entonces se ampliaban nuestras áreas de cultivo alcanzando las dos mil hectáreas más o menos”. Tomando en cuenta esas consideraciones el gobierno militar decidió agrupar a la población para formar una comunidad campesina.
“Nos alegramos —prosigue su relato Carrasco—por fin íbamos a tener títulos de propiedad sobre las tierras que utilizábamos cuando llovía. Muchos de los parceleros eran de aquí pero al enterarse de los planes del gobierno llegaron campesinos de Huambos, Santa Cruz, Chota y otros pueblos de Cajamarca, serranos, pues. Con todos ellos se formó la comunidad, por eso es se originaron los conflictos entre nosotros. Unos querían dedicarse a la agricultura, otros a la minería o a la tala del bosque”.
Algunos años después, la comunidad logró el financiamiento para la construcción de un canal de riego que permitió ampliar la frontera agrícola y el desarrollo de una cada vez creciente ganadería. Los campos de cultivos empezaron a prosperar en la parte baja del territorio comunal mientras que en los cerros las actividades humanas dependían de la caza y la tala, dos actividades económicas realizadas por los comuneros.
Don Juan de Dios Carrasco, fundador de la Comunidad Campesina Santa Catalina de Chongoyape y líder de la Asociación para la Conservación de la Naturaleza y el Turismo Sostenible Chaparrí.
“Juan de Dios, es de aquellos peruanos que hoy saben convivir con la naturaleza y vivir de ella. Sabe, mejor que cualquier docente universitario, que el turismo es una verdadera fuente de riqueza natural y espiritual. Su sensibilidad por la naturaleza ya quisiera yo que la tengan mis alumnos. No cabe duda que existe la “universidad de la vida”, en la que Juan de Dios es uno de sus catedráticos, Chaparri su aula y yo pretendo ser su alumno aplicado”, ha comentado Iván La Riva, experto en turismo y catedrático en una importante universidad del norte peruano.
En la actualidad la Comunidad Campesina Santa Catalina de Chongoyape está dividida en tres sectores:
Primer sector: Comprende los poblados de Wadigton, Bocatoma, Montería, Tablazos, Huanabal, Carniche Alto y Carniche Bajo.
Segundo sector: Comprende el poblado de Algarrobal.
Tercer sector: Comprende los poblados de Cerillos, Majín, El Cuello, Paredones, Overazal, Las Colmenas, Tierras Blancas, Juan Ríos, Tinajones, Piedra Parada, Yaipón y Huaca Blanca.
Intrusos en el bosque
Antes de tomar conciencia de la vulnerabilidad de sus bosques, una estimable cantidad de comuneros de Santa Catalina de Chongoyape vivían del negocio de la extracción de madera y de la caza furtiva. En las partes altas se llegaron a instalar aserraderos desde donde se “sacaba leña en grandes cantidades sin generar beneficio económico para la comunidad”. La depredación de algarrobos para la elaboración de postes y cercos; de hualtacos, para parquet; de pasayos, para confeccionar cajones para fruta; de sapotes, para artesanía y palos santos para medicina tradicional, se producía a vista y paciencia de la comunidad. Abonaba a favor de la extracción desproporcionada de los recursos naturales de la comunidad el poco control de las autoridades del Ministerio de Agricultura y la ausencia de la policía.
Posteriormente, los taladores ilegales empezaron a abastecer de leña y carbón al creciente mercado de los restaurantes de Lima, Trujillo, Chiclayo y otras ciudades de la costa (pollerías).
De otro lado, Carrasco recuerda que muchos de sus vecinos hacían alarde de las matanzas de osos, venados, pumas, aves y cóndores que realizaban. La carne y la piel de sus presas eran comercializadas en la propia comunidad o llevadas a Chiclayo para ser vendidas en los mercados de la ciudad. La cercanía del bosque de Chaparrí, así se conocía la zona dominada por el cerro del mismo nombre, atrajo también la presencia de numerosos cazadores deportivos.
El ganado caprino, ovino, vacuno de los arrendatarios de tierras en Santa Catalina de Chongoyape es regulado y el comunidad impulsa la re-introducción de camélidos sudamericanos.
La creciente actividad extractiva en las zonas “de los cerros y bosques” de la comunidad fue generando con el paso de los años la visible deforestación de las cabeceras de las cuencas hidrográficas del territorio comunal y la contaminación de los ríos por los huaicos o avalanchas producto de las lluvias.
A lo anterior habría que agregar el desarrollo de una intensa actividad minera en el área (el distrito es productor de sulfato de bario o baritina y oro), así como la presencia de seis mil cabezas de ganado en las tierras comunales. De esta población de cabras, ovejas y vacas pastando en las pocas áreas verdes del bosque, solo 100 eran de propiedad de pobladores de la comunidad. El resto del ganado era de propiedad de arrendatarios, es decir, de ganaderos que por una exigua cantidad de dinero alquilaban las tierras comunales para alimentar a sus animales.