El Recinto San Martín está ubicado a 23 kilómetros del Cantón Lago Agrio, al extremo nororiental de Ecuador, en la provincia de Sucumbíos, que es una de las zonas de la Amazonía ecuatoriana que alberga el mayor porcentaje de biodiversidad del país, regulando las condiciones atmosféricas a nivel local y global. Está entre las coordenadas de latitud norte 0°17'21.83" y longitud oeste. 76°59'45.97".
El Cantón Lago Agrio cuenta con una superfiecie de 44.440,56 hectáreas. Tiene como cabecera cantonal la ciudad de Nueva Loja y se divide en siete parroquias rurales que son: Dureno, El Eno, General Farfán, Jambelí, Pacayacu, Santa Cecilia y 10 de Agosto. Posee un clima húmedo tropical, muy caluroso cuya temperatura promedio oscila entre los 24°C.
La parroquia Jambelí, limita al norte con Colombia, al sur con la parroquia Dorado de Cascales y parroquia Santa Cecilia, al este con las parroquias Nueva Loja y Santa Cecilia y al oeste con las parroquias Dorado de Cascales, Santa Rosa de Sucumbíos y Sevilla.
Jambelí posee 15 recintos entre los cuales se encuentra el de San Martín, en donde residen alrededor de 29 familias cuya actividad económica, al ser una población rural, es la agricultura, la ganadería y la pesca. Se cultivan diferentes productos como el café, cacao, maíz, arroz entre otros que son parte de su consumo básico.
Recinto San Martín: el retorno tras la expulsión
Desde 2001, los habitantes del Recinto San Martín y de las poblaciones fronterizas con Colombia fueron víctimas de los efectos producidos por la ejecución del programa norteamericano denominado “Plan Colombia”, que lejos de ser una solución para eliminar el narcotráfico y los grupos subversivos, incrementó los niveles de violencia, favoreció el desplazamiento de las personas y produjo la contaminación de todo el ecosistema de la zona.
Este estudio se enfoca en analizar los daños por las aspersiones aéreas a las tierras cultivables del recinto San Martín que causaron la devastación de sus cultivos, contaminación del agua, pérdida de animales de cría y alteraciones psicológicas en sus habitantes producidas por tal violenta actividad, lo que provocó que muchos campesinos se vieron forzados a abandonar sus tierras, pero que años después retornaron a sus campos e hicieron un proceso de recuperación de suelo.
“Cuando empezaron las fumigaciones empezó la destrucción, ya que acabó con las plantaciones, con los que se alimentaban a los animales; se contaminaron los ríos, lo que causó que todos los seres vivos se enfermaran con afecciones alérgicas, irritaciones en la piel, etc. Debido a las afectaciones ambientales, varias familias se estaban quedando sin sustento para su hogar”, relata Vicente Garrido, dirigente actual del Recinto San Martín.
El Plan Colombia trajo consigo también violencia, ya que los grupos armados irregulares colombianos empezaron a cruzar la frontera y generar abusos y agresiones en las poblaciones de la frontera. Esto generó tal miedo que muchas familias decidieron abandonar sus tierras para buscar un lugar seguro para salvaguardar la integridad de sus familias.
Algunos de los campesinos decidieron quedarse en el lugar por no tener familiares en otras partes del país que les pudieran acoger en sus casas y otros por no perder sus tierras por las cuales lucharon tanto y en las que vivieron durante toda su vida.
Entre los que se fueron, están don Vicente y su familia que se vieron obligados a abandonar sus tierras durante dos años. Ellos buscaron ayuda entre sus familiares en la provincia de Los Ríos. Allá les tocó empezar de cero y buscar trabajo de lo que fuera para subsistir. Sin embargo, una vez que don Vicente y su familia averiguaron que la situación en la frontera se había calmado, tomaron la decisión de volver a recuperar lo que era suyo.
A su retorno, la tierra, que tanto amaban, estaba destrozada, seca, sin animales, abandonada, etc. Ya de regreso a su casa les tocó un arduo trabajo. Se reunieron entre varias familias para empezar su labor de recuperación del suelo, creando abono de forma natural y plantando su huerto para alimentarse. Mientras tanto, entre todas las familias compartían sus cosechas y complementaban sus cultivos.
De ese modo, las calamidades de cualquier miembro de la comunidad eran vistas como la de uno mismo, manteniendo la convicción de que todos constituyen una sola familia y haciendo que los unos estén pendientes de los otros para proporcionar ayuda en el caso de necesidad. Cuando alguien está enfermo, recibía el apoyo de toda la gente, también poseen una canoa comunitaria en el caso de que requieran trasladar a la persona para buscar ayuda profesional.
Actualmente, alrededor de 29 familias de la zona se encuentran en un proceso alternativo de cambio para recuperar los suelos a través de la agroecología, buscando de esta manera un agrosistema de equilibrio social, ecológico y económicamente sustentable que favorezca sus condiciones de vida.