Trabajo comunitario y cacao justo
El líder de claridad política, Jesus Emilia Tuberquia, El Negro
¿Y cuál es la meta de tanto esfuerzo? Poder vivir trabajando la tierra en paz.
La Comunidad de Paz de San José de Apartadó desde un inicio, y como su nombre indica, se ha basado en el trabajo y la lógica agrícola comunitaria como arma para defenderse contra el panorama violento del que se rodea. A grandes rasgos, existen tres tipologías distintas de uso de la tierra concebidas desde la Comunidad: aquellas tierras que son de uso individual, aquellas tierras de uso y provecho de grupo –de entre dos y cuatro personas, incluso jóvenes con iniciativas propias, que se asocian para cultivar y cuidar un terreno normalmente dedicado al revuelto, es decir, a la producción para la alimentación propia-, y aquellas tierras que son de uso comunitario y que se trabajan colectivamente, el fruto de las cuales se dedica a la manutención de todos.
El joven Blacho, que vive en la lejana vereda de Mulatos, cuenta que “allí tenemos un grupo de trabajo con el que producimos alimento básicamente, para el sustento nuestro, y a nivel comunitario producimos cacao, producimos arroz, maíz, para el bien común”. Los jueves son los días de trabajo comunitario por excelencia en todas las veredas. Después de un buen desayuno, en el asentamiento San Josecito por ejemplo, en La Holandita, la comunidad entera se divide las tareas a realizar y sale en grandes expediciones, jóvenes, adultos, niños, niñas, hacia las fincas donde hay trabajo por hacer. El objetivo ha sido llegar a ser autónomos a nivel comunitario, de manera que aparte de varias fincas de cultivo comunitario también disponen de pequeñas estaciones de procesamiento y empaque propias y de estrategias y vías de comercialización y venta.
“El proyecto económico de la Comunidad es agroecológico y autosostenible”, explica Bladimir Arteaga, y es importante entender, que más allá de que sea ideal llegar a construir un modelo así, es la misma lógica de la guerra la que les llevó a tener un proyecto autónomo. En la década del 2000 se vivían frecuentemente situaciones de bloqueo económico-comercial de la Comunidad y el corregimiento de San José en general ya que actores violentos amenazaban o asesinaban a los choferes de los chiveros –vehículos colectivos- que traían pasajeros y comida desde la ciudad de Apartadó. “La idea era, a través de ese cerco económico, sacarnos de la región. Mataron a muchos. Entonces empezamos a salir todos juntos a buscar la comida al pueblo, con nuestras bestias, pero no podíamos seguir así, teníamos que buscar una forma de sostenernos”. Eso les llevó, por ejemplo, a desarrollar cultivos de arroz, una de las bases de cualquier comida en la Colombia rural, y conseguir tener reservas de maíz, plátano, yuca, fríjol para todo el año.
Espacio de procesamiento de arroz y cacao de uso comunitario de la Comunidad de Paz
Del primitivo al cacao justo
En esa misma época el cultivo principal de todos los agricultores de la Comunidad era el primitivo, un banano pequeño que se exportaba. Brígida, mientras sigue tejiendo con sus manos duras de tanto trabajar, cuenta que después de vivir algunas dificultades con la producción y la venta del primitivo, la Comunidad pasó a tener como cultivo principal el cacao y en poco tiempo se consiguió crear un buen vínculo de exportación hacia Europa, con un sello de comercio justo. De este modo, según cuenta Blacho, consiguieron “una certificación de cacao orgánico, otra certificación de comercio justo y con un comprador principal en Inglaterra”. Para este comprador, el producto final derivado del cacao de la Comunidad de Paz son pastillas de jabón con aroma a cacao. Por su parte, el cacao de comercio justo también se distribuye a nivel colombiano.
La Comunidad de Paz tiene un importante flujo de información con otras comunidades a nivel internacional, con otros saberes, con otras causas y otras maneras de hacer gracias a la cantidad de visitas que recibe y la cantidad de encuentros a los que acude. El Negro, por ejemplo, no se acuerda de cuántos lugares ha visitado ya, pero se acuerda muy bien de una ecoaldea que visitó en Irlanda que le impactó por su manera de funcionar. Blacho, por su lado, quedó encantado del aprendizaje y la experiencia en su paso por la comunidad Tamera en Portugal. De estos intercambios la Comunidad ha podido nutrirse de otros tipos de medicina –técnicas como el reiki, yoga, terapias naturales, etc.-, de pedagogías y también de técnicas agrícolas como la permacultura. Aprendieron que algunas malas hierbas tienen, de hecho, muchas funciones y, como cuenta la lideresa Sirly Cerpa, “sembramos, por ejemplo, el maní forrajero para que haga de protector de la tierra y del cacao”.
Un entorno problemático: cultivos ilícitos y lógica extractivista
“Fuimos 11 hermanos y nos criaron cultivando comida y nunca mi papa tuvo problemas: yo nunca voy a sembrar una mata de coca en la tierra que heredé de él”. Mario Cerpa, papá de la lideresa Silry, se adhirió a la Comunidad de Paz junto a cuatro de sus cinco hijos hace unos seis años cuando una comisión del Consejo Interno llegó a su vereda, perteneciente al departamento de Córdoba, a visibilizar el proyecto e invitar a más agricultores a participar de él. “Me gustó por la resistencia que representa, y he aprendido mucho, trabajamos juntos para construir la paz y las cosas buenas”.
Por su cercanía con la frontera a Panamá, Urabá es una zona muy afectada por el narcotráfico y en este sentido el señor Cerpa cuenta que a su alrededor, muchos propietarios de pequeñas y medianas fincas cultivan marihuana y coca porque es la mejor manera de hacer buen dinero, aunque también es una buena manera de entrar en círculos de violencia. El cultivo de coca y marihuana y la producción de cocaína es un negocio que han incentivado los mismos actores de la guerra, incluido su tráfico y lucro, y es por eso y por las energías nocivas para cualquiera que esté cerca del narcotráfico, que la Comunidad de Paz tiene como norma que sus miembros no trabajen con ningún cultivo ilícito.
Otra de las grandes funciones del campesinado colombiano –que según en qué regiones también ha llevado a cabo, consciente o inconscientemente, la guerrilla que habita los montes- es la de la protección de los recursos naturales. Como explicábamos en la introducción, Urabá es un territorio de rica naturaleza, “la Tierra prometida”, y la lógica neoliberal, en este tiempo en el que se aproxima la “paz”, no perdona. “El Cerro del Nudo de Paramillo, división del rio Sinú y el Salmoré, divide Córdoba de Antioquia y guarda muchas minas de oro, carbón, petróleo, etc. entonces al Estado le interesa empezarnos a echar de nuestro territorio”, explica el señor Mario Cerpa, quién más de una vez ha sido amenazado por las fuerzas paramilitares servidoras de las grandes multinacionales extractivistas, como explica con el caso de la construcción de una gran represa: “la propietaria de la represa de Urrá pagó a los paracos [paramilitares] para que hicieran salir a la gente y mataron a los que se organizaron.”
Con su sombrero tradicional, Mario Serpa, que saca de su finca arrobas y arrobas de arroz, maíz, fríjol, cacao, yuca y mucho más, asegura que “el dinero trae muerte, la comida trae vida” y opina que “esa es una de las cosas que la comunidad debe mejorar: poder llegar a ser totalmente autosuficientes”. Talvez se refiere a recuperar de manera rotunda prácticas tradicionales campesinas como el trueque –que se practican hoy día pero de forma casera, familiar-: cultivar para el consumo propio y llegar algún día a poder intercambiar el excedente de lo cultivado por otros productos y servicios que falten, pero dejar de trabajar por dinero y para el extranjero. “El espacio colectivo genera alegría, es un triunfo el hecho de poder seguir acá”, asegura contento Blacho.
Como ellos mismos interpretan, 300 víctimas ofrendaron la vida por la posibilidad de la existencia de esta Comunidad de Paz y a pesar del dolor, en el día a día de este rincón de Colombia siguen brillando las sonrisas de dignidad en los rostros de los campesinos y las campesinas.