Viudez y estrategias de lucha por la tierra
Viviana y su liderazgo
Viviana Quispe es una mujer de 63 años edad, nació en 1953 en la comunidad Patarani, en el seno de una familia de bajos recursos económicos, allí creció junto a sus 5 hermanos (4 mujeres y 1 varón), quienes actualmente residen en la misma comunidad. Su idioma nativo es aymara, pero también habla algo de castellano que aprendió en la escuela, apenas pudo cursar hasta el primero básico al igual que sus hermanas, sin embargo, su hermano pudo asistir a niveles superiores “…mi papa decía que las mujeres no pueden asistir a curso superiores, eso no es para ellas”, recuerda.
Contrajo matrimonio a sus 20 años con su ahora difunto esposo, tuvieron 8 hijos (2 mujeres y 6 varones), todos ellos actualmente viven en la ciudad de El Alto, es decir, que ella vive sola dentro de la comunidad, sus hijos la visitan de vez en cuando. Ella anhela el retorno de sus hijos a la vida comunal.
Enviudó a sus 36 años, cuando varios de sus hijos aun eran pequeños, este hecho marcó un hito en su vida, ya que desde entonces su vida ha cambiado radicalmente, tuvo que asumir básicamente dos responsabilidades, criar a sus hijos y cumplir con las responsabilidades de la comunidad. No contrajo un nuevo conyugue, señala que el tener una nueva pareja le generaría problemas, tanto para ella como para sus hijos, interpreta su situación de chulla como sinónimo de respeto y valentía.
“No quise tener otra pareja hasta el día de hoy, ya no estoy dispuesta a soportar ni servir nuevamente a un hombre, decidí estar sola, ya me acostumbre, me siendo, sola puedo planificar mi actividades sin temer a nada, por eso siempre les digo a mis hijos quien como yo andado sola y ha cumplido los cargos, yo sé escuchar las recomendaciones…”.
El acceso a la tierra de Viviana, fue a través de su esposo, quien en vida heredó de sus padres alrededor de 5 hectáreas de tierra, misma que después del enlace matrimonial pasaron a ser usufructos de ella también. Por parte de sus padres no ha percibido parcelas como herencia hasta el proceso de saneamiento interno de la comunidad (2013), cuando su hermano exigió al padre otorgar una porción de parcelas a todas las hijas por igual aprovechando el proceso actualización de derechos propiedad. Pues recién a sus 60 años recibió la mitad de una cuarta hectárea de forma legal y legítima, este hecho fue representativo para ella, aunque la pacerla fuese chica.
“…Mi papá era malo, él decidió que todo el terreno sea solo para mi hermano, las mujeres no recibimos nada, tampoco hemos insistido por no estar peleando, hasta que llegó el proceso de saneamiento interno, recién es que nos dio la mitad de una cuarta de parcela, esto de hecho fue a exigencia de mi hermano quien se dio cuenta de la injusticia hacia sus hermanas…”
Ella habla con mucha seguridad sobre la forma de vida que adoptó después de enviudar, enfocando como su mayor reto aquellas actividades físicas que requerían la intervención de un hombre como es el arado en el cultivo, seguida de su representación ante la comunidad por sus tierras, esto principalmente por cuestiones de tiempo y recursos, y no tanto así por sus capacidades ni habilidades para ejercer estos roles anteriormente designados a su esposo.
Ella ahora lo ve como algo normal asumir estos cargos, dice “…he hecho varios cargos, todo bien, nunca me han faltado el respeto lo hombres, tampoco había odio hacia mí, aunque era difícil porque todo ya dependía de mí, era no más fácil atender todo…”, si bien estas actividades le representaron un sacrifico en materia de tiempo y recursos, ella actualmente se siente conforme y orgullosa por haberlas cumplido.
De acuerdo a los usos y costumbres de la comunidad, asumió los siguientes cargos: Thakhi Qamani, Chasqui Qamani, Jalja Qamani, en diferentes gestiones. En este proceso sus hijos han jugado un rol importante ayudando en las labores del hogar, en la chacra y en las tareas comunales. Tanto en el ejercicio de estas funciones como en vida comunal, ella se destacó por su liderazgo, aunque los comunarios no reconocen sus aportes, ella presenta una personalidad carismática e influyente. En los trabajos comunitarios ha encabezado las comisiones de trabajo, los comunarios por consenso la han elegido como presidenta, pues demuestra responsabilidad y con mucha habilidad para dirigir grupos, logrando resultados exitosos, como la entrega de obras con efectividad. Por medio de estas situaciones ha sensibilizado la percepción comunal sobre la importancia de valorar la capacidad de las mujeres en el ejercicio de la función social, fue así que las interpelaciones entorno a la legitimidad de sus tierras y su condición de viuda se han disuelto.
Actualmente, Viviana participa de los espacios públicos de manera activa, en la lista de la comunidad figura su nombre junto a pocas mujeres, sin que nadie le reclame del por qué no está su esposo tal como sucede con las mujeres casadas, puede participar de las reuniones, trabajos comunales, entre otras actividades.
Con el proceso de saneamiento interno pudo formalizar sus derechos de propiedad individual, dejó de ser propietaria tácita y constituirse en propietaria legal de más de 5 hectáreas de tierra. Se movilizó junto al INRA y otros comunarios, para reconocer la extensión de sus parcelas y colindantes, situación que le generó gastos físicos y económicos, pero trajo resultados significativos para su familia, pues se amplió su extensión de tierra a través de una herencia retardada por la cual se le otorgó documentos legales que respaldan su derecho a la tierra.
Viviana siempre ha sido agricultora y ganadera, nunca se dedicó con exclusividad a las tareas domésticas. Su ahora difunto esposo a parte ejercer el maltrato físico y psicológico, esquivaba de sus roles, no preveía el sustento económico a su hogar, por lo que la responsabilidad de buscar otros medios de subsistencia, además de cultivar y criar animales, recaía en Viviana. Entre los mecanismos de subsistencia ha recurrido a prácticas como el yanapa y el ayni en temporadas de cosecha de cultivo, a la sataka en calidad de beneficiaria y el waki en temporadas de siembra, así mismo con frecuencia ha trabajado en calidad de minka[1], generalmente en temporadas de cosecha, logrando percibir a cambio papa, forraje de animales y otras veces dinero.
También incursionó en la producción y comercialización del queso en los mercados locales, poco después de quedar viuda prestó mayor atención a esta actividad al considerarla como una alternativa de subsistencia económica segura. Logrando actualmente tener un puesto de venta en la ciudad de El Alto, donde realiza viajes dos veces a la semana para ofrecer quesos caseros que ella misma produce, a su vez revende los quesos que adquiere de sus vecinos y familiares en la comunidad, pero no ha dejado atrás su trabajo agrícola y ganadero. Sigue cultivando papa, quinua, cebada, entre otros, y criando ganados de ovejas, vacas, cerdos y también gallinas, en unidades mínimas, solo para el consumo familiar.
Señala que le es casi imposible abandonar sus tierras y a la comunidad, no precisamente porque no cuenta con otras alternativas de vida, de hecho sus hijos le piden que se marche a la ciudad, pero ella está acostumbrada a la vida rural, siente un afecto especial por ella,
“un tiempo me he enfermado, me fui a vivir a la ciudad, vendí mis animales y deje mis tierras a cuidado de otras familias, estuve allí más de medio año, no puede aguantar, hay mucha presión, enseguida retorné y recuperé mis pertenencias…aquí se puede llevar una vida tranquila y saludable, sin muchas preocupaciones de la plata como en la ciudad, allí para todo se necesita plata y hay mucho caos… aquí me siento libre”.
Jacoba y sus acuerdos familiares
Jacoba es una mujer de 63 años, nació en 1953 en Yanamani, comunidad aledaña a Patarani, después de contraer matrimonio virilocal se fue a vivir a Patarani, comunidad de su entonces esposo, más no retornó al lugar de su origen.
Es aymara parlante, y el castellano lo aprendió con la experiencia y lo reforzó con el programa de alfabetización para adultos impulsado por el Estado. No pudo ingresar a la escuela ya que su familia era de escasos recursos económicos, su padre falleció cuando su madre estaba embarazada de ella.
Contrajo matrimonio a sus 16 años, este fue el momento en que accedió a la tierra a través de su conyugue, quien recibió como herencia de sus padres alrededor de 7 hectáreas. Luego lograron comprar una pacerla de otra familia y ampliaron un poco más su propiedad agraria. Ella no heredó ni una parcela de su familia consanguínea, las pequeñas parcelas que poseía su madre pasaron a propiedad de uno de sus hermanos. Su madre como herencia le dio 200 bolivianos (30 USD) diciendo “con esto anda cómprate terreno… yo no compre nada porque era poco dinero, también dije que mi marido me mantenga pues, mi madre ya anciana me seguía insistiendo, yo dije que esté hablando…”.
Enviudó con 7 hijos, 5 varones y 2 mujeres, de los cuales actualmente solo tres viven en la comunidad, dos con matrimonio neolocal y la hija menor, que es madre soltera, vive con ella. Los otros dos hijos viven en la ciudad de El Alto, y la otra hija al contraer matrimonio virilocal se marchó de la comunidad.
Su esposo falleció en el año 2010, después de una vida de alcoholismo durante varios años, básicamente la figura paterna en su hogar era ficticio y simbólico desde un inicio, ya que su esposo terminaba esquivando de sus roles y responsabilidades.
“…desde antes siempre mi esposo se ha dedicado al alcohol, no me ayudaba, se escapaba, yo ya me acostumbré a hacer sola mis cultivos y mantener ni hogar, tampoco le podría traer a la casa a chicote él no era pues un niño, le he dejado no más, hasta que ha fallecido siempre por eso…”
El fallecimiento de su esposo, si bien causó una crisis emocional, no generó cambios radicales en la dinámica interna de su hogar así como en su relacionamiento con la comunidad, ya que desde un inicio había asumido la jefatura de su hogar y roles designados supuestamente a su esposo, como por ejemplo el arado de las tierras. Ella aparte de cultivar sus tierras y criar ganados, incursionó en otras actividades, como es la producción y comercialización del queso en mercados locales, aunque su esposo no la dejaba viajar por celos, esta actividad en gran medida le permitió paliar las carencias económicas dentro de su hogar. También para tener más productos alimenticios trabajaba al partir[2], el waki, la sataka, y para garantizar la alimentación de sus ganados alquilaba parcelas con forraje.
“…Yo hago todo, recién no más he casado a uno de mis hijos, y luego voy casar a dos hijos más, no le doy importancia a mi situación de chulla, digo acaso yo soy de las que se hace mantener por su marido, yo ya me acostumbré a estar sola…”
Al igual que otras mujeres viudas de la comunidad también se vio ante reto de asumir la representación ante la comunidad, señala que su esposo falleció justo cuando estaban fungiendo el cargo de la Sub Central[3] y tuvo que concluirla sola “…yo no más ya he terminado, ya les comuniqué a otras autoridades, ellos me han entendido, que podía hacer yo, él muerto no más ya apareció luego…”
Jacoba antes de la defunción de su esposo planificó la administración de las tierras bajo su posesión, pues al ver que varios de sus hijos ya tenían parejas y necesitaban parcelas decidió distribuir sus parcelas en calidad de herencia, esto para garantizar el acceso legítimo de sus hijos a la tierra y también para evitar conflictos familiares a posterioridad. Después de este proceso ella quedó sin propiedad, pero negoció con sus hijos que viven en la ciudad para administrar sus parcelas, y también compró la parcela de la hija que vive en otra comunidad, de esta manera nuevamente pudo garantizar su acceso a la tierra. Bajo estos acuerdos, su familia entró al proceso de saneamiento interno de la comunidad, en el que su hijo mayor entró como titular, esta situación fue reñida por otras mujeres que cuestionaron el por qué no se tituló ella.
Actualmente Jacoba presenta una participación activa dentro de la comunidad, aunque muchas veces prefiere dar chance a su hija para que pueda aprender y algún día empoderarse de estos espacios. Económicamente se encuentra bien, su negocio de comercialización que queso en la ciudad de El Alto le permite percibir entradas económicas seguras. Si bien las parcelas bajo su administración no son grandes continúa forjando su vida en comunidad, a pesar de que a situación de la mujer aun es deplorable en estos contextos.
“…los hombres no son considerados con las mujeres, discriminan y excluyen a las mujeres de los espacios públicos, en las reuniones cuando una mujer habla se ríen de todo y nada, prácticamente una mujer tienen que pelear harto para hacer respetar sus derechos …”
Jacoba indica que siente un afecto especial por sus tierras, sus hijos que viven en la ciudad le han propuesto marcharse con ellos, pero ella se niega a dejar su vida rural, dice estar acostumbrada y tampoco tiene ninguna carencia como para abandonar la comunidad. Su acceso a la tierra lo ve como una lucha emprendida que no puede dejar a medias, inclusive puede verse en riesgo si ella se trasladara a la ciudad.
“como yo voy a dejar las cosas así, donde puedo ir…aunque la tierra no es muy grande yo aquí vivo tranquila, yo no me puedo ir a ningún lado, aquí no me falta nada…además mi mamá me sabe decir no te vas a ir ningún lado por más que fallezca tu marido, no importa de cuatro pies pero estate en la casa…”
Regina y el control de sus tierras
Regina es una mujer de 54 años de edad, oriunda de Patarani, nacida en el año 1962, en el seno de una familia compuesta por 7 hermanos, 2 varones y 4 mujeres, y de bajos recursos económicos. Pudo asistir a la escuela de la misma comunidad hasta el primero básico, donde aprendió algo de lectoescritura en castellano. Actualmente vive dentro de la comunidad con sus dos hijas menores, una de ellas se encuentra estudiando en el colegio, sus otros hijos mayores residen en la ciudad y no han perdido contacto con la comunidad, con frecuencia la visitan y participan de las actividades comunales en coloración con su madre.
Contrajo matrimonio cuando apenas tenían 15 años. Desde entonces desarrolló una vida marcada de violencia intrafamiliar y carencias económicas, ya que su esposo desde el inicio del matrimonio se dedicó a las bebidas alcohólicas y finalmente terminó abandonado su hogar mucho antes de su deceso (2009). Estas adversidades, a Regina la forjaron como una mujer luchadora tanto por su bienestar individual y como el de su hogar compuesto por sus 6 hijos, 3 varones y 3 mujeres.
Su forma de acceso a la tierra fue a través de la herencia. De parte de sus padres, quienes en vida la facilitaron una parcela bajo compromiso verbal y a través de su esposo, quien también heredó tierra de sus padres. Ambos, marido y mujer, aportaron con parcelas constituyendo así una propiedad familiar de ambos conyugues, pero administrada por Regina. Su acceso a tierra fue complementada con la transferencia por compra a sus dos hermanos y una hermana, quienes al marcharse a la ciudad de La Paz de jóvenes, mediante un acuerdo familiar dejaron una parcela a Regina en calidad de cuidadora y posteriormente se la vendieron.
Si bien Regina accedió a la tierra de sus padres de manera equitativa, paradójicamente su derecho a la propiedad agraria se vio avasallada con el proceso saneamiento interno de la comunidad, toda vez que aquel hermano que le había transferido su herencia retornó a la comunidad para exigir la devolución de sus tierras. Aunque ella se negó, finalmente él terminó apropiándose y gestionado su titulación como propietario legal no solo de esta herencia en disputa sino también de la herencia de Regina y la de su hermana. Regina inicialmente desconocía esta situación, pero una vez que se enteró, denunció este hecho a diferentes medios, sentó su denuncia ante las autoridades originarias de la comunidad, pero al ver que no había una respuesta inmediata fue hasta las oficinas del INRA, buscó asesoramiento legal, actualmente este hecho se encuentra en rectificación, teniendo el veredicto final a favor de Regina.
El proceso de saneamiento de tierras, posibilitó que Regina pueda regularizar su derecho legal de las parcelas heredadas por su difunto esposo y también de las que había adquirido mediante la compra venta. Actualmente cuenta con alrededor de 5 hectáreas.
A Regina, al igual que a otras mujeres viudas, de cierta manera le costó administrar su propiedad agraria ante la comunidad, pero asumió todas las responsabilidades y obligaciones que exigía la comunidad, realizó los cargos de Qelka Mallku, Colque Qamani, Thaqui Qamani y entre otras responsabilidades. Señala que la mayoría de estos cargos ejerció cuando su esposo estaba aún con vida, pero al constatar que su esposo mostraba total dejadez, los asumía sola. La comunidad rechazaba esta situación y ella tuvo que hacer respetar su capacidad de ejercicio de las responsabilidades.
Después de que falleció su esposo entró en conflictos con la comunidad, estuvo sujeta a un permanente miramiento y reproche moral e intentaron excluirla de los espacios decisión, sacarla de la lista de la comunidad y prohibir su participación en las reuniones, todos aquellos espacios que le habían costado conquistar a Regina. Ella niega esas presunciones, y más bien indica que fue víctima de abusos por lo comunarios, quienes al ver sus situación intentaron aprovechase de ella. El rechazo y estigma habían caído sobre ella, y no sobre el comunario implicado, quien con total normalidad fue desenvolviéndose en la vida comunal, mientras Regina fue excluida de estos espacios, de modo que su propiedad agraria fue expuesta a riesgo.
“…ya no me han dejado participar, para mí fue complicado, sabiendo que soy la víctima, no sabía qué hacer, un tiempo ya no he asistido siempre a las reuniones ni a los trabajos, pero dije, ¿Qué va a ser de mis tierras? Y me encaprichado y me incorporé dejando mis miedos atrás, luego tampoco ya me han dicho nada…”
Esta situación fue complicada para ella, pero tuvo que afrontar y reclamar a las autoridades originarias hasta lograr nuevamente su participación en los espacios públicos y hacer valer su derecho de propiedad y la vida comunidad independiente a su vida sentimental. En la actualidad participa activamente en la comunidad, para ella la tenencia de la tierra es fundamental para vivir.
“…sin la tierra no podemos hacer nada, solo la tierra no permite vivir, esta es la única fuente económica segura, permite contar con la alimentación diaria, el asunto está en trabajarla…”
Regina se dedica a la producción agrícola, principalmente orientada a la alimentación familiar, algunas veces busca partida, waki, sataka y realiza ayni para mejorar su situación. También se dedica a la crianza de ganados como vacas, cerdos y gallinas, como actividades que generan ingresos para su sustento familiar. Ella no tiene problemas con cuidar la propiedad de las familias que se ausentan temporalmente de la comunidad, de esta actividad percibe una retribución económica, en dinero o productos, también trabaja como minka en temporadas de cosecha.
Al igual que Viviana y Jacoba, Regina se vio en la necesidad de buscar otras alternativas para el sustento económico, por ejemplo, la venta y reventa de quesos en los mercados. Esta actividad es de gran ayuda en la manutención de los hijos que aun dependen de ella, entonces una vez a la semana viaja a la ciudad de El Alto para comercializar sus productos caseros.
Regina está segura del retorno definitivo de sus hijos a la comunidad, ya que para ella la vida en la ciudad no es segura, éste es el motivo principal para no abandonar sus tierras, ya que es un medio fundamental para tener una vida segura y tranquila.
“sin la tierra yo no podría hacer nada, aquí yo siembro y cosecho para mi sustento diario, si no hay tierra no hay comida, no hay vida en la comunidad y las familias sufrirían mucho”
Las historias relatadas muestran que el acceso a la tierra por las mujeres aun presenta restricciones, pese a existir avances significativos en aspectos legales, persisten usos y costumbres que reproducen la inequidad que vulneran los derechos de propiedad de la tierra para las mujeres. Si bien las mujeres viudas tienen la posibilidad de administrar sus propiedades y asumir su representatividad dentro de la comunidad aparentemente sin ser interpeladas, pareciera que éste fuese un condicionante para la participación política plena de las mujeres dentro de la comunidad.
A las mujeres protagonistas del caso su condición de chulla curiosamente les ha facilitado introducirse en los espacios de los que anteriormente fueron excluidas y de esta manera autocompletarse.
Estas mujeres no han vuelto a contraer un segundo matrimonio, lo cual según la percepción de ellas es un aspecto destacable ya que han demostrado a la comunidad sobre sus capacidades de autoadministración, y han relegado la figura paterna en su hogar a un segundo plano. En sus discursos se advierte su decisión de mantenerse en condición de chulla como sinónimo de auto realización y empoderamiento, y no como sacrificio ni sufrimiento. Sin embargo, es posible que la decisión y la libertad de estas mujeres estén sujetas a la percepción dominante que persiste en la comunidad y que determinan sus consideraciones sobre lo que es bueno o malo.
En el imaginario social de la comunidad, las viudas son objetos de lástima, y se espera que muy pronto recurran a una segunda pareja, como un mecanismo de defensa. Existe una transformación en estas percepciones cuando con el pasar del tiempo, pues surge la admiración hacia las mujeres viudas, cuando ellas deciden asumir desde su condición de chullas el desafió de vivir en la comunidad, o sea, se deciden a asumir la responsabilidad de administrar sus tierras y su hogar solas, lo cual es bastante positivo, pero estas actitudes en el fondo contribuyen a la normalización de la inequidad de género, dado que legitiman las formas de administración construidas por los hombres, haciendo que las mujeres se sometan y coadyuven a esa forma de administración patriarcal a fin de garantizar su acceso y tenencia de la tierra.
El tema de acceso a la tierra y la incertidumbre que gira en torno a su tenencia, es un aspecto importante en la forma en que viven la desigualdad y opresión de género, precisamente porque el acceso a sus propias tierras después de quedar viudas, se encuentran en riesgo y por ello, estas mujeres se esfuerzan por no salirse de lo establecido socialmente, llegando incluso a vulnerar otros derechos.
[1] Ayuda a quien la solicita un servicio, pero a cambio percibe retribución económica, esto puede ser en dinero o en especie por ejemplo el producto que se está cosechando.
[2] Préstamo de una porción de tierra para el sembradío. Una vez hecha la cosecha la persona que hizo la partida debe entregar una porción de la producción a los dueños de esa tierra.
[3] Estructura organizacional territorial superior a la comunidad, a nivel municipal.