La historia de Rosa Evelia Poveda Guerrero, mejor conocida como “Rosita” o “Doña Rosa”, a la corta edad de 6 años cuando llegó a la ciudad de Bogotá, prácticamente arrebatada de su cuna rural, de un hogar de 11 hijos, en el municipio de Moniquirá, departamento de Boyacá. Como ella misma afirma, ese sería uno de esos tantos momentos en su vida en que ella se iría casi que acostumbrando “... (a) que me trasteen, que me lleven de un lado a otro.” En su llegada a la ciudad estuvo durante un tiempo en una estación de policía, lugar donde unas señoras la recogieron y luego le consiguieron un trabajo de empleada de servicio, cuando Rosita nunca había lavado un plato en su hogar. En ese trabajo estuvo más o menos un año y medio, hasta cuando conoció a la señora Alcira García, quien para ese momento trabajaba con LG2 y se la llevó. Fue así como Rosita comenzó a ir a los Liceos del Ejército a estudiar, aunque nunca tuvo inscripción formal en el colegio, recordando la sugerencia de su mamá de “… no juntarse con los ricos, porque esos no hacen sino fregarle la vida a uno.”
Desde ese momento y hasta los 17 años a Rosita la vida le da un giro inesperado ya que vive bajo otras condiciones teniendo y consiguiendo más de lo necesario, más de lo que debería tener, sobre todo en cosas materiales como lujos, vestidos y zapatos en excesos. Rosita para esos momentos pensaba “esto es lo que no se debe hacer” y hoy afirma “… llegué a rebosar la copa porque sabía que mucha gente no tenía que ponerse y yo tenía todo eso.”
Rosita se traslada por diferentes partes de la ciudad. Unos años después consigue adquirir su propio lote en la localidad de Suba, al noroccidente de la ciudad pero tristemente justo en ese lugar fue donde más comprometida vio su estancia debido a que los problemas que la afectaban esta vez significaban amenazas de muerte en su contra.
No obstante, en su último desplazamiento obligado, Rosita sólo se marcha con sus tres hijos menores. Sus dos hijas mayores prefieren permanecer en la casa de Suba. Los tres hijos en orden de mayor a menor son dos hombres (Andrés y Mauricio) y una mujer (Rubí). Andrés, como el mayor de los tres que continuaron acompañando a su Mamá después de ese último desplazamiento, fue quien más le ayudó en un comienzo a organizar el predio en el cual vive actualmente.
Lastimosamente la luz de Andrés fue apagada hace algunos años cuando el 6 de enero de 2008, cuando él contaba con 21 años, y como en otros comienzos de año nuevo decidió ir a visitar a sus hermanas en Suba. Rosita no lo volvió a ver desde ese momento y los hasta el momento poco se sabe con certeza sobre lo que sucedió. Luego del último desplazamiento que Rosita tuvo que enfrentar en Suba, estuvo un tiempo en Teusaquillo, donde de nuevo fue perseguida y decidió trasladarse a Usme donde las persecuciones y amenazas pudieron ser olvidadas. Los hijos menores de Rosita desde ese momento ya se encontraban estudiando en la sede Primaria del IED Camilo Torres, en el barrio La Perseverancia que Rosita comienza a recorrer y en algún momento encuentra un gran lote abandonado, convertido en un basurero y que ella quiere cambiar.
En este punto se juntan los caminos de la lucha por el acceso a la tenencia y uso de la tierra de la familia Poveda, en la Granja Escuela Agroecológica Mutualitas y Mutualitos y el devenir de los cerros orientales de Bogotá.
La granja es una apuesta política por la agricultura ecológica, la recuperación de las semillas nativas, la comercialización de productos locales como la chicha, los envueltos de maíz y tamales. A través de mingas, donde en ocasiones se pueden llegar a convocar más de 50 personas, así como con la ayuda de las personas que han habitado en la granja, Rosita ha limpiado el terreno de tanto escombro y ha luchado por mantener cultivos ecológicos
El interés de Rosita siempre ha estado en que los más pequeños sean quienes reciban los intercambios de conocimiento y las prácticas que pueden hacerse en la granja y que así lo puedan difundir en sus propias casas y/o entornos.