Las reflexiones de Rosita recopilan distintas ideas, muchas que podría pensarse son ajenas a un proceso de agricultura ecológica, pero que en verdad trascienden mucho más allá y se integran en su día a día.
El mutualismo por ejemplo integra la construcción de “algo” a partir de aportes, de trabajo voluntario o de trabajo donde se remunera sin la necesidad de pagar con dinero. El trabajo en unión con otras personas fortalece las acciones, evita que una sola persona se sienta desprotegida o peor aún, sea tomada como ingenua y bajo tales condiciones se le impongan las decisiones de otros. No es raro que con tal de convencer, se maquillen las intenciones o se asuste a la gente nombrándole leyes que puede que ni siquiera existen. Y en caso de que haya dinero la idea es invertirlo de buena manera, llegar a adquirir algo propio en lugar de seguir pagando arriendo por algo prestado. El problema es que como dice Rosita: “cuanta plata llega la hacemos paseo, la hacemos fiesta, la hacemos refrigerio, la hacemos cualquier cosa, nosotros no ahorramos”.
El proceso iniciado en la granja espera extenderse a otros territorios de la ciudad de Bogotá por cuanto trata de reivindicar el derecho al uso de semillas criollas en medio de un ejercicio de soberanía, autonomía y seguridad alimentaria. Si bien el proceso ha servido para romper las fronteras entre grupos de delincuencia común en los barrios de la zona centro, la propuesta es que las nuevas granjas hijas del proceso en Mutualitas y Mutualitos permitan proteger el proceso de base, y desde la allí gestionar los recursos necesarios para cada grupo.