Inicialmente, es bueno reiterar, que los miembros de la familia Gómez Montoya fueron desplazados en el año 1999 de sus parcelas ubicadas en el corregimiento de Aquitania del municipio de San Francisco (Antioquia), (Latitud: 5.83333; Longitud: -74.9333); ubicado en la subregión del oriente del departamento de Antioquia con una distancia aproximada de dos horas del municipio de Rionegro.
A raíz de las acciones armadas que por esa época asolaban esta región del departamento, “Quizás uno de los casos más complejos se vive en el municipio de San Francisco, golpeado como ningún otro por la confrontación armada que sostuvieron guerrilla, paramilitares y Ejército por el control del territorio.” (Agencia de Prensa IPC, 2010).
Jaramillo Arbeláez, A. (s.f, p. 116), relata que para la época de los acontecimientos, “El recorrido de las autodefensas continúa en la autopista Medellín-Bogotá. Las masacres y los bloqueos de veredas dan lugar a nuevos desplazamientos masivos de población (…). Los lugares de destino son la cabecera de San Luis, Santuario, Rionegro, Marinilla y Medellín. Es frecuente la expedición de comunicados en los que las AUC imparten “órdenes de desalojo”.
Rosalina aún recuerda los momentos de pánico vividos, por aquella época en la que de manera indiscriminada y solo por el hecho de habitar una zona estratégica para los fines de los grupos armados, tuvieron que salir huyendo para salvar sus vidas, dejando atrás toda una historia, todas sus raíces y casi todas sus pertenencias, incluidas sus parcelas, sembrados y animales.
“Allá en Aquitania comenzaron a matar a los concejales, entonces ya nos aburrimos, y a mi esposo también comenzaron a estafarlo; le decían que tenía que dar cada ocho días cien mil pesos y mi esposo no aguantó, hasta que ya lo tenían en la lista para matarlo.
De los cinco que tenían en la lista para matarlos, nos vinimos tres y dos que quedaron allá los mataron, que fue al finaito (Difunto) Miguel Quintero y al finaito (Difunto) Manuel Galeano, los otros tres éramos: Don Domingo, Don Luis Guzmán y Jesús María Ciro (esposo), esos fueron los otros que nos vinimos y no nos quedamos allá. Las tierras y las huertas que teníamos allá, eso lo regalamos, los siete mil palitos de caturro (Café) que yo tenía sembrados, los di en trescientos mil pesos.
Y los solarcitos esos, los dimos como a cien mil pesos, eso se vendió, todo eso, como le digo; eso fue regalado todo porque nosotros de aburridos echamos para acá fuera como fuera…” (Rosalina Gómez)
Para un contexto de lo anterior, se dirá que en las últimas dos décadas, al municipio de Rionegro (Antioquia) ha llegado población desplazada en su mayoría oriunda de la región del Oriente Antioqueño: San Francisco (17%, del corregimiento Aquitana).
Esta población, en un alto porcentaje, se localiza en aquellos barrios o veredas de la periferia que se han convertido en receptores de población desplazada, como Los Peñoles, Abreo, San Joaquín, La Esperanza, Alto Bonito, Las Playas, Juan Antonio Murillo. Estos últimos tres albergan el mayor porcentaje de población desplazada. (Jaramillo Arbeláez, A, s.f. p. 120,121). Continuando con su relato, doña Rosalina refiere que al llegar de
‘Aquitania’, un primo de ella les ofreció algunos lotes de invasión, cerca al área de inundación del rio negro en el barrio ‘las playas’.
Las constantes crecientes del rio y las inundaciones frecuentes, harían estragos adicionales a las ya complicadas vidas de ésta familia de desplazados; los pocos enseres que iban consiguiendo con esfuerzo, la poca tranquilidad que iban teniendo ya lejos del conflicto armado; todo se venía nuevamente abajo, cada vez que de manera súbita el rio se filtraba por sus quicios y enlodaba y arrasaba a su paso con todo lo que encontraba.
Así, transcurrieron más de diez años, hasta que finalmente, después de muchos esfuerzos y solicitudes de ayuda, fueron reubicados por cuenta de la ley de víctimas (1448 de 2011), de parte del gobierno municipal de Rionegro en un acto de restitución de derechos a través del cual, les fue asignada una vivienda en la urbanización ‘Villa Camila’.
“Y ahora ya va a hacer ocho años que estamos aquí, que ya nos tumbaron las casitas de allá por el invierno, que ese diluvio que vivimos tan horrible, que nos llegaba el agua aquí, hasta la nuca, porque eso allá era un área de inundación del rio; entonces ya nos tumbaron las casitas y nos dieron casitas aquí.” (Rosalina Gómez).
Así pues, desde hace siete años, habitan allí en condiciones de bajo riesgo; por lo menos en cuanto a los fenómenos naturales, pero reducidos a un área habitacional que les limita el ejercicio de sus tradiciones campesinas tales como la siembra, la cría de animales y todas las demás prácticas culturales a las que estaban acostumbrados.
Por tal razón, desde que llegaron a este lugar, han emprendido una lucha espontánea de empoderamiento y apropiación social del territorio y de los espacios públicos, consistente en la propagación de cultivos de plantas medicinales, frutales y ornamentales, así como una pequeña huerta en inmediaciones de todas las zonas verdes de la urbanización.
Ésta práctica, podría definirse dentro del concepto de la Agricultura urbana, la cual según Garzón (2011) constituye un “Sistema de producción de alimentos definida como la práctica agrícola que se realiza en espacios urbanos dentro de la ciudad o en los alrededores (agricultura urbana y periurbana), en zonas blandas (como antejardines, lotes) o en zonas duras (terrazas, patios), utilizando el potencial local como la fuerza de trabajo, el área disponible, el agua lluvia, los residuos sólidos, articulando conocimientos técnicos y saberes tradicionales, con el fin de promover la sostenibilidad ambiental y generar productos alimenticios limpios para el autoconsumo y comercialización, fortaleciendo el tejido social.”
Pese a que la obtención de una casa propia, constituye una batalla ganada por la familia en defensa de sus derechos a una vivienda digna y a habitar el territorio, los miembros de esta familia refieren con cierta añoranza su vida anterior; extrañan el solaz de sus parcelas y la facilidad relativa que poseían allí, para sembrar cultivos de pan coger, para la crianza de sus animales y para el estilo de vida al que habían estado acostumbrados.
Doña Rosalina, con cierta desazón refiere su insatisfacción de pasar de la vida rural a verse conminada a un espacio urbano, con áreas comunes, compartiendo un edificio de cuatro pisos, con personas de costumbres y hábitos distintos; para ella, ha sido difícil adaptarse a las lógicas urbanas y pese a llevar veinte años radicada en este municipio, se niega a abandonar sus raíces, se aferra a sus tradiciones, a sus prácticas y como líder familiar, promueve y fomenta entre los suyos, este arraigo y el modo de ser campesino. Ahí, radica y en eso se fundamenta para ella su lucha reivindicadora. En el siguiente relato, se evidencia su sentir:
“¡No, Ave María! No hay que comparar donde vivíamos nosotros con toda la felicidad, con toda la tranquilidad que teníamos, imagínese usted que a mí no me faltaban tres millones guardados, ¿cómo le parece a usted? Tenía marranos, tenía quince o veinte gallinas, eso era mejor dicho pa’ uno vivir muy bueno… En cambio aquí, eso es muy horrible, muy aburridor, muy maluco uno llegar a tener que salir así. Allá en Las Playas yo también tenía un corral, hice un corral encima del dueño [De la Casa] y tenía dos marranas de cría que me criaron treinta marranos…Yo he sido luchadora donde quiera que vaya, donde quiera que esté… allá [En Las Playas] no me llegaron a molestar, aquí si me han molestado, aquí sí ha sido que yo digo… ¡eh ave María! -prefería estar en las playas mil veces- que aquí como nos han molestado.
Aquí lo que hace que llegamos aquí; yo aburrida en cuatro paredes, metida en cuatro paredes, entonces ya me puse a buscar, ahí a buscar … entonces dije: ¡Noo ¡ es que yo voy a sembrar aquí, voy a sembrar encima de ese ‘murito’, voy a sembrar maticas porque a mí me hacen mucha falta las matas (plantas), y todo… y ya me puse a sembrar ahí, remedios (plantas medicinales), y jardines : el sauco, es remedio para la tos, las flores de sauco; y con las ramas,[Se hacen] baños también para la gripa, y la alhucema ‘quitadolor’… la alhucema… esa es pa´ los cólicos y esa otra… Insulina, pa’ la próstata; y hay sábila, que es tan buena… ¡pues! … esa sí la tienen ahí mi hermana y la sobrina y doña Orfa, somos nosotras cuatro las que sembramos… sabemos que eso es del municipio pero ahí las tenemos. El día que nos digan - ¡bueno… arranquen esto!- ¡que lo arranquen ellos mismos! (risas)
Pese a la negativa de algunos vecinos y de algunas denuncias instauradas por habitantes del barrio por esta práctica que es considerada ilegal por tratarse de una apropiación del espacio público, esta familia de mujeres de avanzada edad y con discapacidades físicas, continúan hasta el día de hoy en su lucha pacífica, ejerciendo una resistencia civil por la defensa de la territorialización urbana y las costumbres campesinas.
Frente a esta situación la señora Blanca Margarita, expresa su perspectiva en los siguientes términos:
Yo sé que el día menos pensado vendrán y nos harán quitar todo eso, pero bueno, yo digo que con mucho gusto, cuando ya vengan y nos hagan quitar eso, yo sé que eso no es propio...
Aunque yo pienso que si vienen en algún momento yo también me defiendo, yo digo que es que miren, que eso no les está perjudicando en nada, ni a nadie, antes, nos está sirviendo a las personas.
Por ejemplo; los viejitos, si necesitan una hojita, ahí mismo la cogen de allá…lo bueno es que no tiene químicos ni nada; si necesitan una penca sábila… de una la cogen para un remedio… ¡todas las maticas, nos sirven a todos! ¡A todos! Hasta de todas partes vienen a que les regalemos de esas ramas… que son para los dolores y todo, ahí las cultivamos y es para el servicio de todos.
No obstante, al servicio que prestan estas mujeres a la comunidad, no todos los vecinos están de acuerdo; muchas han sido las discusiones y confrontaciones que este grupo de mujeres han tenido que afrontar, para ejercer la defensa por la conservación de sus huertas y jardines; incluso, según relatan ellas mismas, en tres ocasiones han sido abordadas por las autoridades de policía local, y han sido conminadas y casi que amenazadas con multas, para que arranquen sus plantas y despejen las áreas públicas.
El argumento bajo el cual se les presiona, es que ellas están desacatando el código de policía al estar ocupando zonas de espacio público y que esta práctica es contraria a la ley. Sin embargo, ellas, que nada saben ni quieren saber de ello, consideran que contario a lo que afirman las autoridades, lo que ellas hacen, es prestar un servicio a la comunidad.
De todas maneras, bien vale decir, que el modo de resistencia que han ejercido todos estos años, es un modo de resistencia pacífica, basada en la no confrontación, y mucho menos en prácticas agresivas o violentas, aunque si desde el carácter y el temple característico de estas mujeres, cuyas historias y vivencias, no les han dejado espacio para el miedo.