Las Zonas de Reserva Campesina (ZRC) son una figura creada en Colombia con la Ley 160 de 1994, teniendo como principal propósito “preservar el ordenamiento ambiental territorial, la efectividad de los derechos de los campesinos y el acceso a la tierra, tomando en cuenta las características agroecológicas y socioeconómicas regionales” (Calle, 2015).
Las ZRC gestionan el territorio de manera colectiva, sirviéndose de las vocaciones y conocimientos locales de los ecosistemas, alcanzando así posibilidades más sustentables en las diversas ruralidades colombianas, ya que son las organizaciones campesinas las encargadas de “reconocer, delimitar y generar acuerdos de conservación” como lo han logrado las ZRC del Valle del río Cimitarra (VRC); asimismo, la ZRC de Cabrera en la cual los habitantes mediante una Consulta Popular prohibieron proyectos hidroeléctricos o mineros en el municipio. También se cuenta con la ZRC del río Pato y Valle del Balsillas, que ha contenido la deforestación, demostrando capacidad campesina de resolución de conflictos y la construcción de una gobernanza (Osejo Varona, A., Marín Marín, W. J., Posada Molina, V., Sánchez, S. A. y S. C. Torres Quijano. 2018).
En el proceso de implementar la figura de las ZRC se hallan algunas experiencias ya constituidas, otras están en trámite de constitución y se proyectan (con delimitación) otras tantas que buscan la oportunidad de establecerse. Este no es un proceso terminado, los esfuerzos son constantes y será de largo aliento el poder hacer eficaz este mecanismo de acceso colectivo a la tierra. Caso concreto es la Asociación Red de Reservas Campesinas, que pese a desear esta figura para sus miembros, no ha sido posible el apoyo institucional que se requiere para garantizarles dicho derecho, por lo cual las familias se ven en la dificultad de trabajar en tierras ajenas, pagar arriendos, endeudamientos con entidades crediticias, embargos, entre otros.
Es clara la intencionalidad del gobierno hegemónico local y nacional de no permitir, ni apoyar y mucho menos acompañar la iniciativa de la asociación, que busca la dignidad humana en cuanto a accesibilidad a bienes naturales como lo es la tierra. Ejemplo de ello, es la permisividad para otros tipos de proyectos en el territorio que sí generan mayor impacto y empobrecimiento para las comunidades afectadas.
Así lo percibe la vecindad y Nelson Alzate, con la construcción de una Pequeña Central Hidroeléctrica (PCH) que lejos de evidenciar beneficios se ha convertido en “un dolor de cabeza para la comunidad que habita esta zona” (Flórez, 2017). Con este tipo de intervenciones, la destrucción ambiental es masiva y se cuestiona sobre los posibles impactos de la hidroeléctrica y de los monocultivos de aguacates, que podrían alterar de manera negativa el ecosistema por la destrucción de la vida vegetativa, el uso indiscriminado de agrotóxicos y la ascendente valorización de las tierras; siendo los pobladores quienes ven amenazadas sus limitados patrimonios naturales, evidencia de ello, son los terrenos que después de haber sido intervenidos por la PHC Sociedad Aures Bajo, desencadenaron serios problemas, en especial, para las familias que los usan para sobrevivir. Los afectados manifiestan que hacen falta obras de mitigación y trabajos de control para que los terrenos no terminen en el río, para lo cual, se hace menester una obra complementaria que dé prioridad y proteja a la comunidad campesina afectada.
En medio de este panorama, la comunidad enfrenta este embate con resistencia, máxime cuando la topografía del lugar ha desencadenado derrumbes, contaminación del aire y agua, erosión de suelos, pérdidas de cosechas y disminución del agua; enfermedades respiratorias y tarifas irrisorias para reparar a la colectividad por los daños causados.
La población campesina en medio de su humildad y dignidad, cuestiona la codicia y la voracidad de las personas extranjeras y la complicidad del estado, por permitir esta barbarie con el ecosistema y hacen el siguiente clamor:
Que uno haga uso de la tierra, en pequeña cantidad ¡Pequeña cantidad! Para tener comida, si yo tengo comida ¡Aguanto! Entonces ¡Ya tengo el techo, tengo la tierra y tengo el agua, voy a generar la comida! El alimento lo genero con semillas de ahí mismo, maíz. La prioridad mía, no es ganar dinero, es vivir aquí en mi tierrita. (N. Alzate, comunicación personal, 6 de Julio de 2018)
La anterior aseveración da cuenta de pensarse y pensar en los demás, es un cuestionamiento a ser medidos en el uso de los bienes naturales, en tanto es la tierra la que suple la necesidad primordial del ser humano que es la alimentación y no la avaricia. Se pone en tela de juicio la falta de solidaridad y el sentido social de lo que se hace en otras palabras ¿Dónde está la bioética? La comunidad campesina piensa en saciar las necesidades básicas de alimentación, educación y vivienda, siendo una prioridad la tierra en sí misma. La tierra cobra un sentido más profundo, que no se remite al agronegocio ni a las ganancias, puesto que seguido de la familia, la tierra es lo más importante,
Si yo no tengo la tierra, me toca irme a un parque, a un pueblo, donde no tengo con que pagar un arriendo, donde el único que trabajaría sería yo. Ahí me podrán ofrecer un jornal, si a mí me llegan a desplazar de la tierra, me ponen en serios problemas. (N. Alzate, comunicación personal, 6 de Julio de 2018)
Después del complemento tierra-familia, están las relaciones comunales y/o vecinales, fundadas en principios bioéticos claros, resumidos en acciones concretas, que se traducen en valores sociales con principal hincapié en la solidaridad, trabajo colectivo, intercambio y ayuda mutua:
Como todos los seres vivos de la naturaleza, uno intenta adaptarse al espacio y se adapta. Uno se acostumbra, entonces yo me acostumbre a que la tierra mínimo me tiene que dar parte de la alimentación, pero como es una zona fría y uno se alimenta también de alimentos cálidos, entonces, yo lo que hacía era cultivar hortalizas, algunas leguminosas y algunos derivados de leche caprina, en ese momento mi negocio se dirigió a crecer en la parte caprina y eso lo empecé a intercambiar con productos de tierra cálida: yuca, plátano, maracuyá, naranja, mandarina y ¡leche pa’ abajo, naranjas pa’ arriba! Así es mi vereda, y aquí en el municipio. (N. Alzate, comunicación personal, 6 de Julio de 2018)
La asociación se ha interesado en manifestar su inconformidad y han re-existido de manera creativa empoderándose como sujetos políticos para una proyección autóctona del territorio, manteniéndose en pie de exigencia frente a la invisivilización por parte del estado y la extranjerización de la tierra.
Es de reconocer el esfuerzo y la resistencia de la Red de Reservas, que si bien es una asociación joven, tiene toda la proyección y pertinencia, para continuar procesos a favor de los (as) reclamantes de restitución de tierras, la reforma agraria (para los derechos del campesinado sin tierra) y por supuesto hacer evidente las vulneraciones de las victimas del desarrollo, que son los afectados por la magnitud de este tipo de megaproyectos que empobrecen comunidades desplazadas, doblemente vulneradas.
Se valora aún más el esfuerzo de Nelson y su familia, al alcanzar su derecho a la tierra de manera autónoma, en contraste con una política desgastada, que niega las posibilidades de estar en los territorios de manera tranquila y feliz. Las actividades cotidianas de la comunidad dan muestra de la apropiación que las familias hacen por permanecer en los territorios, aun por encima de las inestabilidades económicas generadas por los mismos humanos, que no tienen otro fin más que volver a desplazar a las comunidades nativas, ya no en nombre del conflicto armado, sino en nombre del mal llamado “desarrollo”, el cual usufructúa los bienes naturales que los campesinos cuidan. De ahí que la cultura campesina desee que se cultive sólo lo necesario, pues la prioridad principal no es enriquecerse, como lo pretenden los grandes capitalistas, sino vivir tranquilos y con arraigo a la tierra.