Movilizaciones, caravanas y lucha por frenar la destrucción territorial
Don Eugenio Zárate y Don Tito Giménez, veteranos maloneros de la Paz, en oportunidad de ser reconocidos por la comunidad por su compromiso en la lucha por su territorio. San Andrés, 2010.
La historia de la movilización de las comunidades indígenas kollas en territorio argentino tuvo en el llamado Malón de la Paz por las rutas de la patria algo así como su debut. En el mes de mayo de 1946 un nutrido grupo de kollas que vivían en la entonces Finca San Andrés decidieron juntarse con sus hermanos de la Quebrada de Humahuaca y trasladarse en caravana a Buenos Aires para exigirle al recientemente electo presidente Juan Domingo Perón la devolución de sus tierras ancestrales en manos de la oligarquía azucarera, encarnada en la familia Patrón Costas (dueña del Ingenio San Martín del Tabacal que se había apropiado de las tierras de la finca en la década de 1930). No esperaron siquiera la asunción del nuevo presidente para lanzarse a los caminos en caravana aquellos 174 comuneros kollas del noroeste argentino. Entre ellos, 65 provenían de las fincas del oeste de Orán, montados en sus caballos y mulas que en San Salvador de Jujuy se reunieron con la columna de caminantes quebradeños. El Malón concitó apoyos provenientes de los más diversos ámbitos y grupos sociales; la llegada a cada pueblo era motivo de fiesta, con el despliegue de las fuerzas vivas locales y la cobertura exhaustiva de los periódicos zonales. El 3 de agosto de 1946 bien podría ser recordado como el día en que un grupo de indígenas se asomaron por primera vez nada menos que al balcón de la Casa Rosada, sede del Poder Ejecutivo Nacional. Perón y su comitiva ministerial estarían esperando a estos verdaderos “Huéspedes de la Justicia Social”, a pesar de tratarse de un día sábado, asomados al ya por entonces histórico balcón. Una escueta comitiva integrada por dos comuneras y dos comuneros kollas fue recibida por el líder en medio de la algarabía de la muchedumbre reunida en la plaza. Juan Perón producía de esta manera un hecho nunca visto hasta ese momento y que difícilmente se volviera a repetir: los invisibles se hacían presentes en el propio centro del poder político argentino. La comitiva kolla entregó en mano al general un sobre lacrado que contenía las demandas del Malón, frente a las cuales Perón se comprometió a satisfacer. Paradójicamente los kollas fueron alojados en el Hotel de los Inmigrantes de la ciudad de Buenos Aires. El lugar elegido para su estadía porteña, más allá de las comodidades que indudablemente ofrecía tras dos meses de viaje, brinda una cristalina muestra de cómo el Estado Argentino consideraba a los originarios por entonces, asimilando su condición de indígenas a la de los extranjeros. Durante los primeros días en la ciudad los comuneros del Malón fueron invitados a un gran número de eventos y tuvieron la oportunidad de conocer los adelantos de los que tanto se jactaba Buenos Aires por entonces. Pero muy rápidamente, y sin mediar incidente alguno o motivo aparente, el gobierno peronista impuso la militarización del Hotel de los Inmigrantes y el confinamiento de los kollas. Ninguna autoridad política brindó una explicación ante semejante atropello a sus libertades y derechos fundamentales. Velozmente el Malón desapareció del interés de la prensa escrita, que se había encargado abundantemente en los días anteriores. Los kollas se vieron primero aislados y luego obligados a abandonar la ciudad en un tren de madrugada que los depositó en Abra Pampa (provincia de Jujuy). Como si no hubiese sido suficiente con haber sido golpeados y encerrados en un tren de carga como ganado, los kollas debieron soportar la recepción preparada por los personeros y capataces de las haciendas y los ingenios. Envalentonados por la constatación de que los temores respecto a Perón eran infundados, o al menos exagerados, los “capangas” (capataces) dieron rienda suelta a los insultos y la venganza de los poderosos: “¡Ahora sí indios de mierda!… ¡Ahora van a saber lo que es bueno!”
(Diario de Viaje de Hermógenes Cayo, citado en Valko, 2007: 228). No sólo no habían vuelto con los tan deseados títulos de propiedad, sino que además habían perdido buena parte de sus pertenencias durante la represión y el envagonamiento. Todavía recuerda Doña Elba Sarapura de Lamas, comunera de Los Naranjos, las penurias que en el viaje de regreso del Malón le tocaron vivir a su padre:
En seis meses mi papá ha vuelto, ¡en seis meses! Se llamaba Lorenzo Sarapura. Casi sin ropa ha vuelto mi papá, con un capote viejo. Yo me acuerdo que era chica, así ha vuelto mi papá lleno de bichos en la cabeza, ha pasado hambre... (Entrevista personal realizada en octubre de 2010).
Como otra mueca del destino, casi la totalidad de los maloneros kollas perdieron en la expulsión, entre muchas de sus pertenencias, sus documentos de identidad.
Por más de tres décadas no se produjeron prácticamente movilizaciones de importancia entre los kollas de la Finca San Andrés, pero desde comienzos de la década de 1980 se registraron importantes cambios en las relaciones entre el Ingenio y las comunidades. Por otra parte el fin del Proceso de Reorganización Nacional (dictadura cívico-militar que entre 1976 y 1983 estableció un clima de terror, provocando el genocidio de 30.000 personas detenidas/desaparecidas, una gigantesca debacle económica, e incluso la llamada Guerra de Malvinas frente a Reino Unido) y la vuelta a la democracia presentaron un contexto de apertura de las oportunidades políticas que facilitó la reemergencia de las movilizaciones populares.
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