Fuente: Colombia Informa | https://bit.ly/3iW28Wf
17 ago, Corinto, Cauca. Veinte segundos de ráfagas. 200 hombres, mujeres y jóvenes al suelo. Cinco segundos de silencio. Algún grito sofocado. Veinticinco segundos más de ráfagas. Cientos y cientos de balas, a discreción, desde dos direcciones distintas pero todas disparadas por los gatillos de la Fuerza Pública. Las que pasan cerca suenan silbando y anuncian muerte, las otras suenan como chasquidos sordos. Unos segundos sin balas y empiezan las correderas. Y no demora en llegar el grito que la mayoría estaba intuyendo: “¡UN HERIDO, UN HERIDO!”. Grito que rápidamente se multiplica. Viene de tres sitios distintos, a pocos metros de distancia entre ellos. Tres hombres que ya no se levantan, que pasan a verse rodeados de gente. Gente que grita, que llora, que llama para que llegue una camioneta. Gente que empieza a difundir la información: “Urgente, el Ejército disparó ráfagas contra liberadores de la Madre Tierra en Corinto. Hay tres heridos, dos de gravedad”.
El 12 de agosto a las 9 de la mañana empezó el operativo de desalojo del proceso de Liberación de la Madre Tierra del pueblo Nasa de Corinto, Cauca. Aproximadamente 80 agentes del Escuadrón Móvil Antidisturbios -ESMAD- acompañados del Ejército y de trabajadores de los ingenios azucareros propietarios legales –que ya no dueños de estas aproximadamente 3.000 hectáreas de tierra en disputa- entraron a destrozar viviendas y cultivos que las comunidades habitan desde diciembre de 2014.
Liberación de la Madre Tierra
Los antepasados de estas comunidades Nasa, hace unos 100 años, fueron expulsados de estas fincas. Por eso, el pueblo indígena Nasa hoy defiende ese que es su “territorio ancestral”. Por eso están recuperando, liberando esas tierras. La población indígena del Norte del Departamento del Cauca vive amontonada en las montañas mientras el valle geográfico del Río Cauca, donde un día vivieron, se ha convertido en un desierto verde de caña destinada a la producción de bioetanol y azúcar.
Esta primera jornada de destrucción acabó precipitadamente a mediodía: los liberadores y liberadoras tuvieron que salir de la zona porque las llamadas «disidencias de las FARC» que operan en Corinto empezaron a hostigar a la Fuerza Pública desde las montañas cercanas, como han hecho repetidamente desde que se firmó el Acuerdo de Paz entre el Gobierno colombiano y las antiguas Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia.
Que el enemigo sea el mismo no significa que estos dos colectivos tengan ningún tipo de alianza. Por el contrario, a Cristina Bautista y a Edwin Dagua, autoridades tradicionales de los resguardos indígenas de Huellas y Tacueyó, los asesinó precisamente la Columna Móvil Dagoberto Ramos, grupo de estas disidencias. Todo por defender sus territorios de las consecuencias que dejan los cultivos de uso ilícito controlados por la pseudo-guerrilla.
Defensa indígena frente a la agresión
Una orden de desalojo, debidamente firmada por la Alcaldía del municipio correspondiente -quién se convierte en cómplice de lo que pueda suceder-, estipula que este agresivo procedimiento puede desarrollarse durante 72 horas. El día 13 continuaron con este trabajo tan desafortunado: destruir cambuches sencillos (de guadua y plásticos), amontonarlos y quemarlos; arrasar con tractores los cultivos de maíz, frijol, plátano, yuca y zapallo.
La comunidad indígena decidió no permitirlo tan fácilmente. No es secreto para nadie que cuando el ESMAD ejerce su represión (con gas lacrimógeno y con munición real) en las movilizaciones sociales recurrentes que los distintos procesos del Consejo Regional Indígena del Cauca -CRIC- protagonizan, la comunidad ejerce su legítimo derecho a la defensa. Pero, a diferencia de la Fuerza Pública, lo hace con palos y piedras y con su punto fuerte más valioso: la unidad de la gente.
El primero que se da cuenta de que llega la Fuerza Pública, quema un cohete al aire como aviso para los demás. Empieza la operación de recoger gallinas y patos, alejar el ganado, recoger ropa, ollas y remesa para esconderlos en algún rincón del monte, alejados donde no lo puedan ver, coger y quemar.
Eso hizo esa mañana José Ernesto Rivera, un liberador al que todos llamaban “El mono”. Oriundo de Jambaló. Tenía un sembradito de maíz y cuidaba del ganado de algunos vecinos. Después salió a la carretera, junto a sus vecinos y vecinas a intentar que el ESMAD no llegara a derribar el lugar donde viven desde hace años.
Llamadas y mensajes, el canal de radio informando, los grupos de Whatsapp: la información circuló y más gente de las veredas en las montañas fue bajando a la zona plana. En cosa de una o dos horas se juntaron un mínimo de 200 comuneros y comuneras que lograron evitar, a pesar del gas y algunas balas ocasionales, que el ESMAD siguiera avanzando con su destrucción. A base de la fuerza de la gente, lograron que retrocediera poco a poco hasta llegar a la carretera que los hubiera devuelto, sin mayores complicaciones, hacia el casco urbano de Corinto. Pero la situación si se complicó.
Por la mañana, en el inicio del operativo, un grupo de soldados del Ejército había subido a una parte más elevada de las fincas de la Liberación para coger una posición estratégica de defensa y observación. Cuando estos vieron que el operativo ya se estaba retirando debido a la presión de la comunidad, empezaron a bajar para irse del sitio junto al resto de cuerpos del Estado y de la propiedad privada.
Tal como estaban distribuidos los actores en el terreno (aproximadamente 25 hombres) podían haber pasado discretamente por un lado. Pero decidieron hacerlo cruzando por la mitad la comunidad, que ya sentía cierto triunfo en la barriga. Fue ahí cuando algunos comuneros y comuneras empezaron a rodear pacíficamente al Ejército, como se ha dado en otras ocasiones, para intentar retenerlos. Siguieron unos momentos de tensión y gritos que de repente se convirtieron en ráfagas indiscriminadas. Es difícil decir de dónde salió el primer tiro. Si del Ejército que estaba rodeado, si de los soldados que habían quedado un poco más atrás o si desde el gran grupo de ESMAD y Ejército que ya se había alejado en la carretera. El caso es que de repente todos disparaban, pero en una dirección: contra la comunidad, porque no había ningún actor más. Había policía, había ESMAD y había ejército; no había ningún actor armado más. De modo que nunca hubo, como muchos ya han querido afirmar, ningún enfrentamiento. Nunca.
Las balas del Ejército
El comunicador indígena de la emisora comunitaria Nación Nasa Stereo, José Abelardo Liz, había estado cubriendo el proceso de desalojo desde la mañana. Había estado alegre, saludando y conversando con su comunidad. Haciendo lo que le gustaba. Siempre desde una distancia prudente, filmó al ESMAD tirando gas hacia la comunidad y cómo algunos de estos proyectiles lacrimógenos fueron devueltos hacia sus dueños por comuneros aventurados. Filmó las brasas y el humo en las que las Fuerzas Públicas convirtieron el Puesto para la Vida, desde donde los y las liberadoras controlaban la entrada de personas de afuera de la comunidad por prevención de la Covid-19.
Filmó el maíz triturado, los zapallos macheteados. Filmó la comunidad defendiendo las tierras que están liberando del ingenio azucarero INCAUCA S.A, propiedad de Ardila Lüle. Filmó parte de las ráfagas que el Ejército disparó para proteger los intereses de esta gran multinacional. Filmó hasta que una bala travesó su abdomen.
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Él y la cámara del Tejido de Comunicaciones del Cabildo Indígena de Corinto cayeron al suelo. A dos metros de Abelardo, José Ernesto Rivera había caído también con cuatro impactos de bala en su torso. Diez metros más allá estaba Julio César Tumbo, exgobernador y líder histórico del movimiento indígena de Corinto, con una herida de bala en la rodilla. “¡NO DEJEN MORIR A LOS QUE ESTÁN MÁS GRAVES!”, gritaba.
En la sede del Cabildo, en el casco urbano de Corinto, en cuanto fueron avisadas las autoridades indígenas y las promotoras de salud salieron en sus camionetas a buscar a los heridos para llevarlos al hospital. Pero subían por la misma carretera por la que bajaba todo el operativo que acababa de asesinar a Liz y a Rivera.
“Cuando se dirigían las autoridades a prestar los primeros auxilios a los comuneros heridos en la Liberación, fueron agredidos por parte del ESMAD y el Ejército”, explica una coordinadora de la Guardia Indígena de Corinto, quién prefiere no revelar su nombre por seguridad. “Rompen los vidrios de la camioneta que está asignada por la Unidad Nacional de Protección al Sathwes’x (autoridad) Leónidas Perdomo y les gasean el vehículo. Ellos se ven obligados a bajar del vehículo y al bajarse la Autoridad, fue agredida con disparos en la pierna derecha. Las autoridades iban a prestar una ayuda, pero no fue posible porque lo impidieron”, explica dolida.
Quince minutos eternos después de las balas, otra camioneta con los vidrios traseros rotos logró llegar al lugar de los hechos y llevarse a los heridos al hospital de Corinto. Cerca de una hora después, perdían la vida. Primero el liberador José Ernesto Rivera y, al cabo de pocos minutos, el comunicador popular Abelardo Liz. La comunidad indígena se aglomeró triste y con rabia a las puertas de Urgencias del Hospital donde el Ejército intentó acordonar la zona para que el tercer herido, Julio Tumbo, no pudiera salir sin ser arrestado. Sobre él pesaba una orden de captura por varios delitos relacionados con la Liberación de la Madre Tierra.
Las balas del Ejército contra el pueblo Nasa
Las balas del Ejército contra el pueblo Nasa
Las balas del Ejército contra el pueblo Nasa
Las balas del Ejército contra el pueblo Nasa
Las balas del Ejército contra el pueblo Nasa
Las balas del Ejército contra el pueblo Nasa
Las balas del Ejército contra el pueblo Nasa
Las balas del Ejército contra el pueblo Nasa
Las balas del Ejército contra el pueblo Nasa
Por más que la comunidad impidió que el Ejército rodeara el hospital, cuando Tumbo fue trasladado a Santander de Quillichao a causa de la gravedad de su herida, la policía rodeó el vehículo en el que se transportaba y se lo llevó.
Dos comuneros Nasa asesinados. Una autoridad tradicional herida y un líder preso son el resultado de protestar contra un desalojo. El Senador indígena Feliciano Valencia, quién llegó a las instalaciones de la radio comunitaria Nación Nasa Stereo en horas de la tarde, recordó a la comunidad que el Ejército no puede, bajo ningún concepto, disparar con arma letal contra población civil y que el único cuerpo que puede dispersar una protesta social es el ESMAD, nunca el Ejército.
Después de pasar por necropsia, en Santander de Quillichao, los cuerpos de José Ernesto Rivera y Abelardo Luiz fueron acompañados por una larga caravana hasta la emisora comunitaria donde fueron velados hasta las 2 de la mañana.
Las balas del Ejército contra el pueblo Nasa
Las balas del Ejército contra el pueblo Nasa
Las balas del Ejército contra el pueblo Nasa
Las balas del Ejército contra el pueblo Nasa
Las balas del Ejército contra el pueblo Nasa
Las balas del Ejército contra el pueblo Nasa
Las balas del Ejército contra el pueblo Nasa
Las balas del Ejército contra el pueblo Nasa
Las balas del Ejército contra el pueblo Nasa
En la siembra del cuerpo del joven comunicador Abelardo Liz, celebrada en la vereda de la Ester (zona alta de Corinto donde vivía con su família), la comunidad Nasa lloró desconsoladamente como lloró en la siembra de Cristina Bautista, de Edwin Dagua, de Daniel Felipe Castro, de Ramón Ascue, de Javier Oteca y de tantos líderes y comuneros Nasa asesinados por grupos armados, legales e ilegales.
El pueblo Nasa es una comunidad que espera algún día desnaturalizar la muerte violenta de sus vidas. Pero por ahora siente, como asegura un liberador que prefiere no revelar su nombre, que “los muertos nos dan más fuerza para seguir luchando”.
CI BC/PC/17/08/2020/12:00