Por José Quintero Weir
A todos los venezolanos que han huido de
su tierra arrasada por la horda que gobierna.
A todos los migrantes.
Nadie que ha nacido un lugar, que se ha llenado de un sol que cree único en su color o su calor, que ha respirado la brisa de un viento que sabe que viene de un mar que no está lejos, o de un lago que aprende a creer es el espejo del mundo; nadie que ha aprendido a reír al ver y escuchar la risa libre y sin temor de muchachas y muchachos en las calles, en los autobuses, en las escuelas y en los parques; nadie, que ha saboreado los aromas de las vendimias en mercados que supone son los dueños de la mejor comida del mundo porque ha sido preparada por las mujeres más hermosas, las abuelas, las tías y las hermanas más dulces. Nadie, en fin, que ha crecido en la certeza de que en cualquier lugar de su ciudad o su país que se encuentre está seguro por sentirse en el vientre de la madre, puede imaginarse un día, huyendo de la vida que ha formado su memoria, podrá llegar a entender el desarraigo.
Una vez en el camino de la huida, todo es arrebatado por un torbellino que lo revuelve en su espíritu. A todo y a todos los ve con recelo porque el miedo se apodera de su corazón y sólo la sobrevivencia lo sostiene para aguantar la desconfianza que se revela en los gestos y en las palabras de aquellos que nos ven llegar con su propio revuelto corazón ante nuestra inesperada presencia que atiza su propio miedo.
He visto las filas de hermanos y hermanas migrantes caminar, familias completas que desandan lentos y cansados, orillados en las carreteras de tierras desconocidas, dirigiéndose a un destino totalmente incierto. He escuchado las voces aterradas de los lugareños rogar a Dios nos lleve lejos de sus sitios. He sentido el desapego de aquellos que al escuchar nuestra palabra de auxilio evitan comprometerse más allá de la limosna.
Pero no era así. En la confusa tormenta de cada uno de nuestros corazones sabemos que no era así, que no debe ser así. Entonces, me decido. Abandono el camino de la huida y me dispongo al retorno para enfrentar a la muerte, pues, a fin de cuentas, tal es el destino de todos, aún para la horda que gobierna, así que ni modo, me regreso, porque siempre será mejor morir en casa.